Innegable e indudablemente nos ha tocado convivir en un mundo mutante. Todo se mueve y cambia, dijeron otrora los griegos, y la contemporánea Dialéctica así nos lo legaliza.
La sucesión de cambios cuantitativos termina trastrocándose en cambios cualitativos, y viceversa. Bueno, la conducta humana (¿humanoide?) no puede escurrir esta ley del cambio, por mucho que nos empeñemos en contravenirla, sólo que gracias, tal vez, a los esfuerzos de disciplina que nos auto impongamos logramos reprimir y oponernos a los cambios ideológicos que resulten contrarios a nuestros puntos de vista, a nuestros criterios y, en fin, a modificar nuestra manera de ver el mundo.
Es así cómo nuestras convicciones se convierten en contrafuertes y malecones para embatir todo aquello que presiona física y mentalmente nuestra habitual e impertérrita conducta. Tan así es que nos negamos a dejar de fumar, de beber, de comer ,..., por mencionar sólo algunos ejemplitos.
Vayamos al punto: suele decirse que a veces la gente piensa con sus vísceras abdominales o ventrales; se habla mucho del *bozal de arepas*( necesidades económicas básicas que el patrono usa para chantajear al trabajador), es decir, se habla de conductas irreflexivas de índole vegetativa no cerebral. Entonces, bien puede inferirse que tales vísceras inferiores y superiores también fisiológicamente se metamorfosean para intercambiar interinamente sus funciones ordinarias.
Así, parece que el cerebro, el cerebelo y la médula espinal son reemplazados por vasos fecales, y estos pasan a desempeñar el papel rector de aquel subcerebro que se les desprendió (por gravedad, tal vez) de su petulante, puntiaguda y erguida cabecita, para terminar arribando y alojándose en la bolsa gastrointestinal.
A buenos entendedores, escasas tripas,..., decimos, palabras. Analícese usted: ¿qué se mueve en su fosa craneana, ideas o heces fecales?