Lo racional y justo sería vigilar al agresor

Las pretensiones del imperio yanqui

El gobierno de Washington ha propuesto en la OEA un mecanismo que le permita al Organismo Regional monitorear a sus países miembros hacia el objetivo de evaluar sus conductas y sus aciertos en la conducción y perfeccionamiento de sus respectivas democracias, así como sus relaciones con el resto de los países de la comunidad. No es otra cosa que un ardid con visos de legalidad que permitiría las intervenciones en los asuntos internos de otro país.

Mayor cinismo del imperio es impensable. Sus injerencias en el Continente, desde el Río Grande hasta la Patagonia, configuran un prontuario muy abultado que nos ocuparía decenas de cuartillas resumirlo, cuyos orígenes subyacen en los mismos postulados que le dieron forma y realidad a la creación de la Unión Americana.

Hombres de la talla de Jefferson, quien fue el redactor de la Declaración de la Independencia de su país en 1.976, sostuvieron que la América toda debía ser anexada a la Unión “pedazo a pedazo” y por paradójico que parezca, ese planteamiento colonialista fue parte de la agenda de los debates que precedieron a la aprobación de la Constitución de ese naciente país.

De manera que un mecanismo como el que pretende establecer el gobierno genocida de Bush para justificar sus intervenciones con el aval del organismo hemisférico es algo perverso que nuestros pueblos jamás estarían dispuestos a aceptar. Es una malhadada propuesta que se inscribe en la teoría de la guerra preventiva y que por ello no es más que una argucia legalista que tendría a su mano para continuar imponiendo su política hegemónica en el Hemisferio.

A la fecha el imperio no dispone de un mecanismo intervensionista de ese tipo y, sin embargo, ha intervenido a través de imponerle a casi todos los países del continente férreas dictaduras, tal y como lo evidencia la historia de casi todo el siglo XX latinoamericano, a las cuales prodigó y amamantó con mayor descaro, sin importarles un bledo que mientras esos tiranuelos gobernaban según sus dictados hegemónicos y para su exclusivo provecho, apoderándose de todas nuestras riquezas y materias primas a precios irrisorios, se hacía una práctica cada vez más extensiva y sofisticada la tortura, el asesinato y la desaparición de todo aquel que se rebelara o tan siquiera elevara su voz de protesta por tanta ignominia, como fórmula para la preservación de la paz de los sepulcros, dentro de la implementación de la famosa teoría de la Seguridad Hemisférica.

De manera que lo que se impone vigilar con mucha habilidad y persistencia es la conducta internacional del país del norte, quien, junto a todos los desmanes que ha cometido y sigue cometiendo en el Continente, como ocurrió con el reciente derrocamiento y secuestro del presidente constitucional de Haití, Jean Bertrán Aristides, condenable hecho ese que, por cierto, la OEA, de manera indigna, se ha hecho la desentendida, tiene en su haber atroces y criminales intromisiones en otras latitudes, como las invasiones a Afganistán y a Iraq, que hoy mantienen en vilo la tranquilidad y la paz internacionales.

Es a los Estados Unidos de Norteamérica y a sus cipayos criollos, a quienes debemos los pueblos de esta América Latina vejada mil veces, monitoriarlos sin descanso y con todas las opciones que sean necesarias, para impedir que continúen haciendo en nuestras tierras todo cuanto se les antoje.

oliverr@cantv.net


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Iván Oliver Rugeles


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