Palabras de Ernesto Villegas pronunciadas el Día del Periodista en Barquisimeto

Ciudadano

Henri Falcón

Alcalde del Municipio Iribarren del Estado Lara

Ilustres concejales de este municipio

Colegas periodistas

Gente de Barquisimeto presente en este acto



Señoras y señores:



Antes que nada debo agradecer al ciudadano alcalde Henri Falcón –de cuya eficiente gestión se habla en toda Venezuela y a quien jamás he entrevistado- así como a los ilustres concejales por haberme escogido para el honor que significa pronunciar unas palabras en esta sesión especial por el Día Nacional del Periodista.



Y digo honor porque estas tierras del Estado Lara fueron cuna de insignes periodistas como Héctor Mujica y Federico Álvarez, dos gigantes que dejaron huella y para quienes pido de ustedes un fuerte aplauso de reconocimiento póstumo.



Es un honor también el que todas las fracciones representadas en la Cámara Municipal votaran por mi escogencia como orador, la del gobierno y las de oposición.



Después de tanta intolerancia y polarización, es un dato del que tomo nota con mucha satisfacción.



Fueron múltiples las complicaciones que implicaba aceptar la invitación a venir acá, como, por ejemplo, el dejar pregrabados los programas que a diario conduzco por Venezolana de Televisión y el Circuito Radial Triple F, siendo una fecha que aconsejaba transmitir en vivo.



Pero tratándose de Barquisimeto, no podía negarme. Tengo una deuda de gratitud con esta ciudad: ella ha abierto sus brazos a mi familia, adoptando como un “guaro” y una “guara” más a dos de mis hermanos, Esperanza y Jesús, quienes han echado raíces y descendencia aquí, en la persona de Jesús Daniel, recién nacido, y Alejandra, una escritora precoz que publicó su primer libro de cuentos aquí en Barquisimeto a los 9 años de edad.



Les confieso que me resulta un poco incómodo tratar hoy el tema del periodismo y los periodistas, pues estamos festejando nuestro Día Nacional y se supone que, en una fecha como ésa, las críticas deberían quedar postergadas para otro momento.



Imposible sería, sin embargo, obviar la crisis que aqueja en la actualidad a esta profesión en el mundo entero y, de manera muy particular, en Venezuela.



Antes de llegar allí, quisiera referirme al origen histórico de esta fecha.



No es el 27 de junio una fecha caprichosa, como esas que inventa a cada tanto el sistema capitalista para incrementar ventas y ganancias. Hace un tiempo inventaron el Día del Niño y transformaron el Día de los Enamorados en Día de la Amistad para meter la mano en el bolsillo de un mayor número de personas.



Algunos querrían que el Día del Periodista fuese una fecha igual, vacía de contenido histórico, sin significación política alguna, sólo una excusa para festejos, conciertos, regalos, premiaciones y pantallazos corporativos.



Por fortuna no es así. Estamos aquí reunidos porque hace exactamente 187 años, el 27 de junio de 1818, salió a la calle el primer ejemplar del Correo del Orinoco, el periódico fundado por El Libertador Simón Bolívar como instrumento básico para la batalla de ideas en esa aventura revolucionaria que fue la Independencia americana.



Asentado en Angostura, Bolívar luchaba por consolidar su sueño de Colombia La Grande, cuando urgió a Fernando Peñalver, representante suyo en Trinidad, para que le enviase con prontitud una máquina donde imprimir un periódico.



“Mándeme usted la imprenta, que es tan útil como los pertrechos”, ordenó El Libertador.



En ese momento las fuerzas realistas estaban por recibir refuerzos de España para lanzarlos contra la naciente república, a cuyos líderes, con Bolívar a la cabeza, llamaban “bandidos” y “delincuentes” por sus propios órganos de prensa.



Cualquier otro hubiese podido pensar que armas y municiones era lo que requería la joven empresa independentista. No un periódico.



“Así habría pensado –apunta el historiador colombiano Enrique Santos Molano- quien sólo tuviera una visión militarista de la guerra; pero Bolívar sabía que si bien las armas eran indispensables para obtener esta victoria militar, ella sería nugatoria si no viniera respaldada por una victoria política contundente, para obtener la cual las armas eran un estorbo. La victoria verdadera no podía alcanzarse sino por la imprenta, es decir, por el empleo de la inteligencia”.



Del Correo del Orinoco, que salía los sábados, circularon por el mundo un total de 128 números en castellano, inglés y francés, desde el 27 de junio de 1818 hasta el 23 de marzo de 1822. Bolívar estaba pendiente de los más mínimos detalles de diagramación y contenidos. El Libertador, según afirma Servando García Ponce en su libro 150 años de periodismo venezolano, también escribía en sus páginas bajo el seudónimo de “Juan Trimiño”.



El periódico traía noticias sobre los avances y percances de la Independencia, decretos, colaboraciones de opinión y otros contenidos de interés. Con conciencia internacionalista, el Correo del Orinoco también daba cuenta acerca de los demás movimientos libertarios que estallaban en el resto de América e, incluso, en la Vieja Europa.



El historiador Santos Molano sostiene que el Correo del Orinoco fue “el arma más poderosa con que contaron Bolívar y sus hombres para triunfar ante el mundo y derrotar las pérfidas intenciones de la Santa Alianza”.



Aún así, la Asociación Venezolana de Periodistas, en 1942, con apenas un año de fundada, escogió un día diferente al 27 de junio para que los periodistas venezolanos lo celebraran como suyo: el 24 de octubre.



Ese día, en el año de 1808, fue fundada la Gazeta de Caracas, un periódico realista que solía atacar la causa de la Independencia, aunque de vez en cuando experimentó vaivenes a favor y en contra de los patriotas, producto de obligados repliegues.



Los periodistas venezolanos estuvieron 22 años celebrando el 24 de octubre como su Día Nacional, como todavía hoy continúa haciéndolo el gremio de los trabajadores gráficos, en recordación de los prensistas que imprimían los ejemplares de la Gazeta de Caracas.



Y es que la dominación mental puede prolongarse muchísimo tiempo después de lograda la liberación formal de un pueblo.



Incluso ahora, cuando vuelve a vivirse en Venezuela un tiempo de revolución, esos mecanismos de dominación siguen haciendo de las suyas en la mentalidad no sólo de sus adversarios, sino también en la de muchos de sus partidarios que incurren en desviaciones, personalismos, corrupción y pragmatismo, entre otros vicios. El nacimiento de un “hombre nuevo” sigue siendo una necesidad histórica, tal como lo planteó el Ché Guevara.



No fue sino hasta 1964 cuando Guillermo García Ponce, hoy director del diario Vea, envió desde su presidio en el cuartel San Carlos una carta a la Tercera Convención de la Asociación Venezolana de Periodistas, reunida en Valencia, con la propuesta de cambiar esa fecha del 24 de octubre por la de la fundación del Correo del Orinoco.



Aprobada por unanimidad, desde el año siguiente, 1965, se celebra en Venezuela el Día Nacional del Periodista todos los 27 de junio.



Tal vez por ese origen revolucionario es que en los últimos años ciertos medios han intentado importar algunas fechas que pretenden competir con el 27 de junio como referente para los periodistas venezolanos. Que si el Día de la Libertad de Expresión y otras…



Pero ninguna logra germinar y nosotros continuamos celebrando como nuestro este nuevo aniversario del lanzamiento del Correo del Orinoco, del que cierta prensa antinacional también ha pretendido apropiarse, presentándose como heredera de aquel periódico subversivo que fundó El Libertador en Angostura.



En realidad, nada tiene que celebrar el editor de un periódico, o el concesionario de una estación de radio o televisión, que no esté identificado con una Venezuela soberana e independiente, libre de las injusticias que, dos siglos después, siguen haciendo vigente el sueño emancipador de Simón Bolívar.



Tampoco tiene mucho o nada que celebrar en esta fecha un periodista que toca la puerta de una embajada clamando por la invasión de tropas extranjeras al país o que hace lo imposible, desde el privilegio que significa ejercer el periodismo, para mostrar a Venezuela como un santuario del terrorismo, con el riesgo que eso supone luego de la invasión a Irak –país petrolero como el nuestro- por parte de la potencia militar más poderosa del planeta.



No debería celebrar esta fecha el periodista que utiliza su influencia en el estado anímico de sus lectores, radioescuchas o televidentes para denigrar de lo nuestro y sembrar el odio hacia otros hermanos latinoamericanos, mientras fomenta la admiración acrítica frente a los adversarios históricos de nuestro propio desarrollo, a cuyas afirmaciones da el tratamiento de Santa Palabra.



Mucho menos puede sumarse a esta celebración aquel periodista que siembra el desprecio hacia los sectores populares de su propio país, morenos herederos de la mayoría abrumadora de hombres y mujeres que ofrendaron su vida por la Independencia.



Ese tipo de periodista no es la mayoría, por fortuna, pues el grueso de nuestros profesionales carece de tan indignos atributos.



Pero hay que admitirlo: ese tipo de periodista existe y ha tenido presencia privilegiada en ciertos medios de Caracas, de alcance nacional, lo que ha redundado en que muchas veces los ciudadanos, e incluso algunos representantes del Estado, confundan a un puñado de irresponsables con la totalidad de un gremio lleno de gente seria, valiosa, digna y responsable.



Desde aquí hago votos porque las relaciones entre el Estado venezolano y los periodistas, así como entre éstos y los sectores populares del país, adquieran un cariz más positivo, que se restañen las heridas de la confrontación reciente y que podamos construir un mínimo de confianza suficiente como para que cada quien ejerza de la mejor manera el rol que le corresponde en la sociedad.



La abrumadora mayoría de los periodistas también somos hijos de este pueblo alzado que reivindica su derecho a ser libre.



Cuando hablo de “confrontación reciente” no estoy haciendo una metáfora. Todos sabemos que buena parte de los medios de comunicación social venezolanos conformaron hasta hace muy poco, y algunos siguen comportándose como tal, una especie de gran partido político mediático dedicado al derrocamiento del gobierno legítimamente constituido.



Un fenómeno que podríamos estar analizando durante horas, y del cual el periodismo venezolano salió muy golpeado.



Desde dentro y desde fuera, el periodismo fue agredido, y su mayor herida no se mide en sangre, que la hubo, sino en términos de credibilidad.



La maquinaria de los medios tenía un plan de asalto al poder político, del cual también fueron víctimas dirigentes, partidos y periodistas de oposición, no sólo los que respaldan al gobierno.



Por fortuna ese plan fracasó.



Aquí en Venezuela se rompió algo en relación con el aparente poder omnímodo de los medios en la era de la información instantánea, la Internet y la televisión omnipresente.



Aunque muchos se dejaron hipnotizar por la magia televisiva, la mayoría se le opuso al llamado Cuarto Poder y lo ha venido derrotando en varias elecciones, un golpe de Estado y el paro-sabotaje petrolero, así como en el referendo revocatorio frente al cual ni siquiera simularon imparcialidad.



Miles de horas de cuñas preparadas por las más reputadas agencias de publicidad pusieron a miles a marchar de aquí hacia allá, pero no lograron su objetivo de mellar la voluntad mayoritaria de la población.



Eso quiere decir que aquí está pasando algo que no se ve reflejado en esos medios y cuyo significado no ha logrado percibir, interpretar y comunicar el periodismo venezolano.



Los sectores mayoritarios de la población venezolana, esos que no suelen tener acceso a los medios sino en la página roja o cuando escenifican un escándalo o protesta, están protagonizando algo que sienten trascendente, han alcanzado un grado inusitado de conciencia histórica y política, y los periodistas aún no hemos captado por completo ese mensaje.



Por eso pienso que nos hace falta una pizca del patriotismo que movía al Correo del Orinoco, no para salir uniformados como miembros de la Reserva ni disfrazarse de Bandera, sino para cubrir las noticias e interpretar la realidad que mostramos al mundo con un mínimo de conciencia acerca del momento histórico que vivimos, y que tiene en Venezuela uno de sus principales epicentros y objetivos.



Reportar lo que aquí acontece de manera fragmentaria, como si no tuviese relación alguna con el momento excepcional que vive la humanidad, no sólo es algo irracional, sino poco profesional e irresponsable.



El mundo entero critica las ambiciones petroleras, militares y económicas del actual presidente de EEUU, lo cual se ha traducido en sucesivas derrotas para su gobierno en este continente, y los únicos que no se han enterado son ciertos representantes emblemáticos del periodismo venezolano.



América Latina vira hacia la izquierda, hastiada de neoliberalismo y agobiada por la pobreza, pero aquí se repite como muñeco de ventrílocuo la interpretación de factura miamera según la cual todo es culpa de un tal Chávez.



Un periodista serio no puede continuar manejando la visión según la cual EEUU es una especie de policía mundial o tribunal moral cuyas opiniones o designios tienen que ser valorados como correctos y aceptados sin chistar por el resto del planeta como veredicto final en cualquier asunto nacional o internacional.



Tal vez la explicación a tanta ceguera resida en la crisis que a nivel mundial experimenta el periodismo.



Mientras más dispone éste de herramientas tecnológicas que facilitan su trabajo, más superficial se torna el papel del periodista.



Dice Ignacio Ramonet en su libro “La tiranía de la comunicación” que los periodistas deberíamos ahora llamarnos “instantaneístas” porque la revolución tecnológica ha dado un valor exagerado al principio de la inmediatez que rige al periodismo.



El periodista, pues, quedaría reducido a un simple “lleva y trae” de información, entendida ésta como una mercancía.



Frente a este panorama, el entusiasmo lo encuentra uno, no en la capital, sino mayoritariamente en el interior de la República.



Me sorprendió particularmente la experiencia que tuve en el año 2002, cuando vine invitado a un foro en la Universidad Fermín Toro. Allí conocí a Luis Gómez Carrera y otros realizadores de la revista “Teclas”, donde observé con satisfacción uno de los primeros y más serios esfuerzos por analizar las causas de esa locura que se apoderó de la mayoría de los medios de comunicación social privados venezolanos durante ese año de golpe, contragolpe y sabotaje petrolero.



También son auspiciosos los trabajos que este año concursaron por el Premio Nacional de Periodismo, donde el llamado periodismo de provincia dio una lección al de Caracas en cuanto a seriedad, investigación y responsabilidad social.



Disipadas ya las campañas de miedo adelantadas por los medios contra la Ley Resorte –la cual, por cierto, le ha quitado la mordaza a la música nacional en las radios venezolanas-, resta ahora esperar que ningún acontecimiento sobrevenido se atraviese en el rumbo positivo que ha logrado tomar el país luego del referendo revocatorio del 15 de agosto de 2004.



Al lado de los signos persistentes de recuperación económica se ha producido una distensión notable entre los venezolanos, producto precisamente de que los medios bajaron el volumen, cuando no apagaron, la maquinaria de intolerancia y desquiciamiento que encendieron en su momento.



Si ese clima se mantiene, tendremos entonces que dejar un poco la discusión acerca del periodismo que tenemos para adentrarnos en la del periodismo que ha de sustituirlo, el periodismo del futuro.



Para ese periodismo me atrevo a sugerir tres ingredientes: rigor, amplitud y patriotismo.



Rigor para que las mentiras, exageraciones y tergiversaciones sean responsabilidad de los políticos, no de los periodistas.



Amplitud para que tengamos y ofrezcamos una visión más integral de los procesos y acontecimientos que nos corresponde cubrir.



Y patriotismo, una pizca de la que tenía el Correo del Orinoco, para que en los momentos cruciales, esos en los cuales se prueban los hombres y las mujeres, pueda más el amor por la patria que la tentación por la fama o el dinero.



Reciban los colegas dignos y responsables mi felicitación por este día, especialmente aquellos que hoy reciben los Premios Municipales de Periodismo.



Para terminar, hago mías las precisiones del intelectual Luis Britto García en su libro: “Investigación de unos medios por encima de toda sospecha”:



“Evitemos las generalizaciones fáciles. Cuando nos referimos en esta trabajo a “los medios” no homogeneizamos una industria en la cual participan centenares de órganos y laboran decenas de miles de personas, muchas de ellas excelentes profesionales. Quienes intentan suplantar a los mediadores políticos no son los medios, sino algunos de sus propietarios: una específica fracción de éstos que se considera por encima de la Constitución y de la mayoría electoral, algunos de ellos extranjeros o representantes del capital foráneo. El reducido grupo de amos de la información determina inapelablemente qué se difunde y quién colabora en cada medio. La gran propiedad confisca no sólo la libertad de expresión, sino también la participación política, asumiendo todas sus ventajes y ninguna de sus responsabilidades”.



“A pesar de ello, comunicadores probos se esfuerzan constantemente por informar con veracidad y opinar con independencia. Gracias a ellos es posible la contralectura de los medios que intentamos en el presente trabajo. Vaya a ellos nuestra solidaridad y nuestro deseo de que puedan en el futuro expresarse con toda plenitud y sin trabas”.



¡Que vivan los periodistas!
¡Que viva Barquisimeto!
¡Que viva Venezuela!

Ernesto Villegas Poljak
27-06-2005


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Ernesto Villegas

Periodista. Ministro del Poder Popular para la Comunicación e Información.

 @VillegasPoljakE

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