Salimos como nunca, del estacionamiento de la sede Los Chaguaramos, conglomerados de estudiantes y trabajadores académicos, administrativos y obreros de la Universidad Bolivariana de Venezuela, con decenas de pancartas en apoyo a Hugo Chávez Frías para su reelección como Presidente el 07 de octubre. Tomamos la ruta de la Ave. Victoria para llegar a la esquina de El Chorro, en la Ave. Universidad donde nos correspondía colocarnos dentro de esa avalancha de pueblo que se estaba esperando en el centro de Caracas.
Por las diferentes avenidas que recorrimos hasta llegar a nuestro destino, como siempre, los simpatizantes del Presidente, nos coreaban consignas y blandían banderas, franelas, lo que tuvieran a mano de color rojo, o tricolor, para demostrar su adhesión a Chávez, el corazón de la patria. Los opositores, por su lado, también nos mostraban el rostro de su candidato. Motorizados y tambores amenizaban nuestra marcha universitaria.
Cuando nos íbamos acercando, nos cruzamos con otras marchas de las diferentes misiones sociales llenas de pueblos que hasta sus hijos traían, bailando y cantando con esas certezas que hoy varios todavía quisieran conservar. Algunos probando un heladito, refrescándose de ese calor que no sólo venía del sol, sino de adentro. Otros arengando a sus compañeros para atizar la fuerza.
Ya llegando, a pesar de tantas marchas anteriores, las palpitaciones se aceleraban al ver sumarse más y más gente vestidas del mismo color en que andábamos todos. Una anciana comentó: “Imagínate, aquí solamente hay más gente que en la concentración de Capriles” refiriéndose a quienes marchábamos por la Ave. Presidente Medina.
En ese momento, de repente todo empezó a convertirse en una especie de remolino, donde unos y otros tomaban diferentes direcciones. Unos se dirigían hacia la Lecuna, otros hacia las Fuerzas Armadas ó a la Ave. Universidad y quienes no se querían perder de ver de cerca al Presidente, a la Ave. Bolívar. Pero por alguna razón desconocida, este movimiento empezó a hacerse de ida y vuelta, en zigzag, donde encontrábamos tapones, especie de calles ciegas humanas, que teníamos que sortear para ir hacia nuestro destino.
Cada vez había menos espacio, menos orden y sentí que esa masa humana se había convertido en un bing bang inmenso rojo, rojito del cual cualquier cosa buena podría ocurrir. Cuando ya logramos desatar los distintos embudos que conseguimos, entonces aparecía más gente y cada vez, más gente. Un hombre inmenso, moreno y super risueño que venia de vuelta, quizás buscando a sus compañeros, dijo en voz alta mirándome: “Esto sí es una avalancha”.
Ya en la esquina de El Chorro, una inmensa tarima nos esperaba con grupos musicales de hip hop y otros ritmos urbanos, supercontagiosos y llenos de juventudes. La gente seguía creciendo y ya ni por las aceras se podía caminar. Quise recorrer entonces la Ave. Universidad para ver, con mis propios ojos, si era verdad eso de que íbamos a llenar las 7 avenidas y me di una escapada del grupo con quien andaba.
Me cansé de caminar, esta vez muy lentamente, pues la muchedumbre determinaba mi paso y ciertamente todos los espacios estaban copados, a reventar. Entonces me dije: “Yo también quiero estar en la Bolívar”. Ahí fue cuando me di cuenta que por ninguna de las calles aledañas había paso. Eran murallas de gentes de todos los colores, clases sociales, edades, que ni se movían. Todos querían como yo, ir a la arteria principal donde ocurría esta hazaña histórica, la mega concentración más grande (valga la redundancia) de la historia política de Venezuela para apoyar a un candidato a la Presidencia.
Comprendí entonces que mi caminata debía continuar hasta lograr mi objetivo, pisar la avenida que durante estos catorce años había recorrido ya no se cuántas veces para decirle al mundo junto con otras millones de voces, que Venezuela decidió cambiar para siempre. Por fin, me encontraba una calle por donde caer a ese río principal donde muchos queríamos estar. En ese momento, un grupo de jóvenes se tomaba una foto con un pequeño féretro negro que parecía hecho con sus propias manos, el cual decía: “Qué en paz descanse la MUD y el paquete neoliberal” y siguieron adelante en son de baile, como se acostumbra por tradición hacer en las comunidades afrodescendientes cuando bailotean al difunto.
Ya en la Bolívar, decido ir en búsqueda de otros compatriotas, esta vez de la patrulla de la zona donde vivo, para compartir la emoción de reconocer ese sentimiento que estaba en el aire: “Estamos haciendo historia”. Al no encontrarlos y verme todavía luego de un par de horas inmersa en ese remolino que no paraba, llamo a una de las integrantes que me dice: “No fui porque tengo un lumbago. Vente y ves el discurso desde mi casa”. Ni tonta ni perezosa, acudí a esa invitación y cuando voy a tomar el metro hacia esa dirección empieza a caer de un instante a otro, el inmenso chaparrón que no se avisó.
Al salir y tomar el metrobús, ya empapada de alegría, unos opositores comentan en voz alta: “Tenía que salir Chávez para que todos nos mojáramos”. Al lado mío venía otro de la marcha, nos miramos, y él me dijo en voz bajita:”Esa es una lluvia de agua bendita”. Me pareció una imagen tan bella que comencé a mandarla a todos mis contactos por mensajería de texto. Cuál sería mi sorpresa cuando al llegar a la casa de mi amiga, el Presidente había empezado su discurso. Y qué tal, acababa de repetir lo mismo que me había dicho el camarada. Y de repente, a reglón seguido, recibo un mensajito que me dice: “Dios nos bendice con el cordonazo de San Francisco”. Y el Presi, lo repite como si nos estuviera fisgoneando. No lo podía creer. Dos sincronizaciones, una tras de otra.
Allí ratifiqué y me di cuenta del lazo profundo que el hijo de Sabaneta tiene con los hijos de Bolívar. El bing bang comenzaba a hacer su efecto y resonaba que un nuevo universo podría nacer el domingo 7 de octubre.
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