Hay momentos estelares en la vida de pueblos y naciones. El devenir de las circunstancias nos atrapa muchas veces desprevenidos o aletargados y otras veces las enfrentamos con cierto grado de conciencia y salimos airosos y cosechamos triunfos importantes. En 1992 apareció y se quedó en nuestras mentes y corazones la impronta rebelde de Hugo Chávez. Fue un golpe a la apatía electoral que teníamos millones de venezolanos y al escepticismo político que nos embargaba, no había perspectivas de un cambio profundo y apareció la luz de la esperanza. La derecha lacaya fue quien primero aprovecho ese rayo de ilusión posible y se reacomodó en el poder con el ultraderechista Rafael Caldera, quien por cierto, llamaba despectivamente a sus partidos políticos seguidores de “chiripero”.
Ellos se reían del término como si fuese una gracia. La ignorancia es atrevida. Con el devenir del tiempo pasó lo que todos sabemos: A pesar de las mafias “acta mata voto” ganamos unas elecciones con todo el poder reaccionario en contra. Hemos madurado políticamente y la conciencia del deber social emergió en buena parte. Los arribistas y oportunistas de siempre están mimetizados en el chavismo pero tarde o temprano serán desenmascarados ante el veredicto solemne de la conciencia pública. Algunos ya han sido apartados del seno revolucionario. La guerra será larga pero no desmayaremos. Tenemos la menor cantidad de medios pero tenemos mejor calidad.
Hoy, estamos tristes pero no deprimidos ni abatidos. El portaviones, el huracán, el relámpago, la centella, la luz en la noche, el verbo que retumba y asusta a los demonios del facismo está silente, calmado, adolorido y esperanzado en el milagro divino que lo devuelva al torbellino de ideas y amor que saltan cuando está frente a un pueblo que creyó y se convenció. Se convenció de que sí es posible un líder que nos guíe con mano firme y mente clara a los parajes cálidos del bienestar social en un mar de ideas socialistas que se resumen en la justicia social sin distingo de clase o credos. No hemos llegado a ese punto revolucionario pero al menos hay conciencia de la meta y el camino a seguir.
La Hidra opositora y sus tentáculos extranjeros no cesan de embestirnos pero somos el escudo más compacto que en el planeta existe, no tenemos parangón. Se repite la historia de la heroicidad libertadora en tiempos de Simón Bolívar. Hoy estamos tristes, las noches son muy largas, el día nos quema las espaldas por la incierta espera, imaginamos al líder en su dolor defendiéndose del mal que ataca sus vísceras y su mente. Por conocerlo sabemos que el dolor más fuerte que lo aqueja es el de saber que su pueblo sufre su ausencia y llora su silencio. Esperamos un milagro físico pero también es justo decir que ya no hay nubes de ignorancia en nuestras conciencias pues el comandante disipó el manto de inconciencia que había en su pueblo. Por eso camaradas, si no ocurre el milagro, ya aconteció en nuestras conciencias el milagro del despertar político y la canalla derechista no podrá volver a destruir un país privilegiado en recursos y en calidad de gente. Estamos tristes pero no en el túnel de la melancolía sino en la puerta de una revolución posible. Nos llegó la hora. O somos o perecemos.
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