Esta noche es noche buena y el degollador de los inocentes se consume de
rabia. Terrible como torpe fue la dinastía de los Herodes, reyes de Judea.
El primero de ellos, llamado El Grande, ordenó el asesinato de todos los
niños menores de dos años, con el fin de eliminar, en uno solo de ellos, al
Mesías anunciado por los profetas. El que lo sucedió, su hijo el Antipas,
autorizó decapitar a San Juan Bautista. No acabaron con el Salvador ni con
el bautismo. Los Herodes siempre dieron palos (y paros) de locos. Los siguen
dando.
A Venezuela, los místicos y esotéricos la consideran la segunda Jerusalén.
Yo no sé nada de eso. Seguro sí estoy que es tierra de gracia, como la
bautizó el genovés Cristóbal Colón. Tierra de un bravo pueblo y, también, de
gente generosa, alegre, hospitalaria. Este diciembre lo recibe azotada por
un absurdo y ya fracasado paro patronal. Un grupo de gerentes ha colocado su
pulgar y su índice en la yugular de la economía venezolana. Otra vez,
Herodes intenta degollar a los inocentes de la patria, mediante el
estrangulamiento de su economía.
Este Herodes empresarial y petrolero les conculcó su derecho a la
alimentación, a la salud, a la diversión. Una dirigente de la patronal
proclamó por televisión que este año el Niño Jesús está de paro. Lo decidió
ella y su cúpula gremial. Ellos aprobaron que nuestros niños no tendrían
navidad. Otra vez los inocentes perseguidos, la navidad degollada, la
sonrisa vulnerada. Una entrevistadora de continuada histeria matutina, pidió
por su cuenta que nadie adornara su casa con motivos navideños. No hagan
pesebres ni armen los arbolitos. Pocos se dejaron contagiar de tanto odio y
el espíritu de la navidad se impuso. El Niño Jesús, no faltaba más,
desatendió la orden de los que, sin acceder al cielo, verán a un camello
pasar por el ojo de una aguja.
"Dejad que los niños vengan a mí", dijo el Nazareno. Para impedirlo,
Herodes los ha asustado, les ha inyectado miedo, angustia, incertidumbre.
Pero la inocencia se ha impuesto. Herodes hizo de todo, paralizó PDVSA, las
industrias básicas, la banca, la medicina privada, la distribución de
alimentos, todo lo que pudo parar. Pero los niños venezolanos, en medio del
estupor, no perdieron la pureza de su sonrisa. Cada noche se les lee un
parte de guerra y, sin embargo, cada noche ellos le preguntan a papá y mamá,
al abuelo y la abuela, al tío y la tía y a los hermanos, por la llegada del
Niño Dios. Y el niño del pesebre, el hijo de José y María, no escucha a los
Herodes sino a los inocentes, a los millones niños a quienes en este 2002,
en esta patria herida, les quieren degollar el sueño.
De la navidad escribe el poeta Aquiles Nazoa: "Nos bastaría subirnos en el
trineo de esta hermosa tarjeta para viajar con el sueño hasta el país de los
cocuyos, pero una rápida mirada por la ventana hacia el radiante cielo
nocturno de diciembre nos restituye a la fe en que este instante del mundo
es también hermoso, puesto que aún podemos de un solo trago celeste,
llenarnos los párpados de estrellas".
Vean ustedes, así sentía el poeta la navidad, como la más hermosa fiesta
universal. Día y noche de paz, fraternidad y amor. Herodes hace esfuerzo
para que los niños venezolanos no suban al trineo de los sueños y viajen al
país de los cocuyos y se llenen los párpados de estrellas. Como sus
antecesores de la antigua Judea, que no pudieron degollar e impedir la
llegada del Mesías con sus buenas nuevas, ni acabar con el bautismo, tampoco
podrán los Herodes caídos este diciembre sobre Venezuela, bloquear en los
puertos al Niño Jesús y trancarle la nochebuena y la navidad a los pequeños
venezolanos. Para ellos brilla hoy con todo su esplendor la estrella de
Belén. Y yo los abrazo y les digo: ¡Feliz Navidad!