Hombre, tal vez, de entrañas siderales, “cabeza de milagros y lengua de maravillas”,
empezaste en la frontera del tiempo en la cual suponemos se pasa de la
adolescencia a la juventud i la madurez, con la velocidad del rayo,
destruyendo el aserto shakesperiano de afirmar que, “el juramento más firme es de paja para el fuego que arde en la sangre”.Posiblemente
nadie sabía, acaso lo pudieron intuir Simón Rodríguez i un poco menos
el Barón de Humboldt o Bonplant que, en tu sangre hispana corría un
fuego inextinguible de aporte americano que, por un prodigio
cromosómico, en cada gene estaban escritas las palabras justicia,
gloria i libertad. Posiblemente Shakespeare, en su vasta experiencia de
erudito escritor i creador de mundos, no había visto nunca un gran
juramento cumplido i no tuvo siglos de vida para ver una proeza que
quizá le hubiese inspirado una obra superior a Hamlet.
Estabas marcado por una niñez de temprana orfandad, mas con cuidadosa
educación e instrucción, i de acercamiento a los pechos pletóricos de
una mujer negra, para mezclar, no en tu sangre sino en tu mente, el
mestizaje universal de todos los pueblos del planeta carente de razas o
de sangres privilegiadas por la naturaleza; para cuando llegasen hasta
ti las ideas revolucionarias del país galo, libertad, igualdad i fraternidad, fueran
perlas de tu léxico i en tu alma; i ya desde la lejana Milán, cuando
recorrías Europa al lado de tu maestro que de niño no pudo hablarte de
las luchas de la vida humana, ya había empezado a sembrar en tu alma
ideas libertarias i, hasta en un casi olvidado Bernardino Righetti
(como lo refiere en sus memorias este hombre culto) le había hecho
escuchar la palabra Libertador, mucho antes
que este título, el más grande i glorioso de la historia, lo otorgara
por primera vez la ciudad de Mérida; nuestra Mérida andina, la que
fundió las campanas de bronce de sus iglesias, para fabricar cañones
para la lucha de sus héroes libertadores, en la verdadera Campaña
Admirable que se cumplía con vigor i gloria. Reghetti dijo: “Ayer
en la noche me presentaron un apuesto joven de Caracas, donde crece el
excelente cacao; él es un tal Bolívar y en su aspecto se vislumbran las
promesas de un fecundo porvenir; su discurso está lleno de energía y de
esperanzas. Odia a los españoles y entusiasmado por las vicisitudes
actuales, sueña con la liberación de la colonia hispana y con ser él
mismo el Libertador”.
Recorría por segunda vez el viejo
continente, luego de dejar en Madrid, sus pesares i sus hermosos
recuerdos del ayer, mui especiales los que revivieron sus amores i su
fugaz unión con su María Teresa amada; ahora otros acontecimientos i
con las experiencias comunicadas por Humboldt, sus palabras le eran tan
reales como el cobre de Chile que el sabio le mostraba, mientras
hablaba de las bellezas i riquezas de su tierra americana i sobre todo
sus observaciones políticas. “Aquel continente puede justificar las
mayores esperanzas, siempre que comience por libertarse del yugo
español. ¡Qué magnífica empresa! Los hombres están maduros para ella;
pero ¿dónde hallar uno suficientemente fuerte para que la conduzca a
buen término? Aquellas palabras, fueron hiriente estímulo en la
espiritualidad del apuesto joven de Caracas i toda la sabiduría e
intuición de Humboldt, no le permitió la certeza tener delante de si, a
quien realizaría la magnífica empresa. La primera vez que vino a París
por poco tiempo en 1802 desde Bilbao, Bonaparte era el Primer Cónsul;
ya no había mucha conmoción por la Revolución ocurrida trece años antes
iniciada con la Toma de la Bastilla el 14 de julio de 1789 i a Napoleón
se le consideraba como el salvador de la república i estaba en el
apogeo de su poder i prestigio. Por eso le admiró i con los años,
estudió sus tácticas militares, pero luego le rechaza cuando se hizo
emperador. Lo que realmente le fascinó toda la vida, fue París i hasta
poco antes de su muerte le comunicaba a Reverend sus deseos de volverla
a ver. “Si no me acordara que hay un París y debo verlo otra vez, sería capaz de no querer vivir” fueron
sus palabras. En esa ciudad, en sus tertulias culturales i sus
relaciones con hombres de letras, filosofía i ciencias, se nutrió su
mente i aquellas reuniones maravillosas, incluso habían comenzado en
Bilbao, en la casa de un rico i noble caballero, llamado Antonio Asán
de Yarza. Sin embargo, lo interesante i clave en el futuro de Bolívar i
por consiguiente en el futuro de América, fue su encuentro con Don
Simón Rodríguez, el filósofo i educador de pasos transitados con penas,
fracasos i angustias; pero que fueron redimidos por la gloria de uno
solo de sus muchos discípulos. Fue entonces el más brillante encuentro
del destino, para maestro i discípulo. A Bolívar lo llevó allí, como
apunta Rumazo González, “l matrimonio y una viudez casi inmediata,
para despojarlo de ese nexo vital; a Rodríguez el autoexpulsarse de su
patria, para siempre, al haber conspirado contra el régimen colonial
español”. Esto, desde los tiempos de Gual i España. Por esto se pregunta ¿Por qué no admitir una relativa predeterminación en ciertas vidas?
Ambos, uno joven de 22 a 23 años i otro maduro, de 31, quien se
registró con otro nombre i apellido, los cobijó París para mitigar la
desesperación del primero i la realidad del exilio al segundo, hasta
llevarlo a cambiarse por Samuel Robinson, hombre de letras nacido en
Filadelfia i de la edad anotada. Las recomendaciones del maestro para
el discípulo, como lo hizo en Viena luego que un médico examinara al
deprimido Bolívar, eran por lo menos tres: divertirse, entregarse a la
ciencia o echarse al vértigo de la ambición. Entre ellas, quizá la más
lisonjera por la celebridad era la del camino de la ciencia, pero él,
apenas de 22 años no lo creía así i pensaba que el otro Simón, lo
juzgaba por sus propios sueños o propósitos. Por eso la ruta que toma
de principio, facilitada por su fortuna, es la del placer, aunque el
maestro le pedía no gastarla en frivolidades, sino en instrumentos de
física, de química, etc., como él intentaba hacer ciencia en Viena.
Empero, Bolívar en París, con su amiga Fanny, esposa de un cuarentón
conde Du Villars, en cuya casa se alojaba, conoce toda la aristocracia
parisina que detestaba al régimen napoleónico i se distrae en fiestas
fastuosas a las que no asistía el modesto maestro –pues le repugnaba
esa aristocracia− pero sí sus amigos Fernando Toro, Mariano Montilla,
Vicente Rocafuerte, Carlos Montúfar i otros; los primero le acompañaron
en su epopeya libertadora i Mariano Montilla lo acompañó hasta su
muerte en San Pedro Alejandrino. En una de esas tertulias, al hablar de
política, en una sociedad tradicional que no admitía al Corso, Bolívar
critica a Napoleón, antes su ídolo, elevando la voz, “acusando al
Primer Cónsul de haber traicionado la causa de la libertad, aspirando a
la tiranía por la invasión (sic) de los derechos del pueblo y la
organización del poder sacerdotal” según narra Rumazo González. Esa
escena de la auto coronación, todavía impacta por su oprobio, allá en
el Louvre, pero emociona artísticamente por la maravillosa obra del
gran pintor neoclásico francés, Louis David, desvinculando la emoción
estética de la objetividad histórica i política.
Por esta
formación intelectual formidable, en una edad donde la mente reflexiva
es una esponja para captarlo todo, el elegante joven que hasta impuso
una moda del sombrero Bolívar que, aunque no es el que usa Goya en
1779, cuando apenas el sudamericano desconocido llegaba a Madrid, sin
embargo si es el de los republicanos franceses que soñaban transformar
la Francia post napoleónica en 1830 cuando precisamente, moría el
Libertador. Sin embargo es el sombrero del futuro genio americano, un
gran artista, en su calidad de primer pintor bolivariano, el
inolvidable Tito Salas, pinta con abrigo, bufanda, mirada penetrando el
futuro, con su sombrero de copa, caminando a las márgenes del Sena i
con Notre Dame de París al fondo, aunque usado muchos años antes como
lo hizo Goya. Sin embargo, acaso por la prestancia i brillantez del
joven que destacaba en las tertulias de pensadores i artistas, le
impuso o le dieron su nombre. I ese joven fue el mismo que en Roma, con
el vigor de su físico, con el fuego de sus entrañas i con las ideas más
puras de la libertad i la justicia, dirigió sus pasos i los de sus
amigos, hasta el Monte Sacro de la Roma de entonces, ya sombra de lo
que fue el gran Imperio.
Era una tarde, tal vez, la
culminación feliz de un viaje a pie desde París a Roma, por carreteras,
caminos i sendas polvorientas Liébana sus equipajes modestos que, a
tres viajeros soñadores despiertos, les habían acompañado las ideas que
discutían entre ellos, de Spinoza, Helvecio, Hume, Locke, Rousseau o
Voltaire. De paso por Milán ven los preparativos i la segunda
coronación de Napoleón, esta vez no intentada por un Papa, sino por el
Arzobispo Cardenal Caprara. Al llegar a Roma se alojan en una pensión
mui cerca de la llamada Plaza España, al lado de la tan conocida gran
escalinata; se dice que en una calesa llegan hasta el Monte Sacro,
repitiéndose todos la necesidad imperiosa de la libertad de América;
las palabras recientes de su maestro Rodríguez, como otras escuchadas
en Humboldt, Bonpland o Reghetti, están en sus oídos i en su alma. Hai
un estremecimiento extraño, acaso como esos mensajes que envían los
suelos subterráneos antes de hacer erupción un volcán que, a mi juicio
no tiene nada de epiléptico como insinúan algunos queriendo dar más
dramatismo a la escena. Posiblemente no dijo tan atildado i erudito
discurso, discurriendo sobre las ruinas de uno de los grandes imperios
de la historia; mas sí la fogosidad, el entusiasmo comedido i el
respaldo firme de sus intenciones, cuando, como dicen Guillermo Ruiz
Rivas, José Acosta Rodríguez, Enrique Campos Menéndez i otros
historiadores más conocidos, i que personalmente me atrevo a modificar
un poco:
─Juro por mi honor, juro por Dios y juro por mi patria, que libertaré a la América
del dominio español i no daré descanso a mi vida ni a mi brazo, hasta
que no deje allá ni uno solo de esos opresores de pueblos…!
Debió elevar la frente i dirigir la mirada hacia el azul infinito, tal
vez jadeante por el ímpetu de su propósito i quizá un rayo de sol del
pleno verano que hacía del ambiente un día de trópico, le hicieron
sudar humedeciendo su cara i hasta una humedad en los ojos debió
enturbiar su mirada al mirar al maestro. Íntimamente había jurado,
también, por él i por el recuerdo de sus seres amados. Metafóricamente
había encendido un arcoiris que, desde aquella elevación italiana i
lejana, había ido a depositar sus colores, en el suelo querido de su
Caracas colonial i su suelo venezolano i americano traspasando el
Atlántico. Ruiz Díaz, pensando como en nuestros tiempos, dice …”hasta
que no deje allá ninguno de esos carajos” i otros, repiten aquellas
meditaciones que comienzan por decir. “¿Con que éste es el pueblo
de Rómulo y de Numa, de los Gracos y de los Horacios, de Augusto y de
Nerón, de César y de Bruto, de Tiberio y de Trajano?. Aquí todas las
grandezas han tenido su tipo, y todas las miserias, su cuna”
Esta relación hermosa, antes de expresar su juramento, la narra Don
Simón Rodríguez en 1850 a Manuel Uribe Ángel, en Quito, como lo
ocurrido en Roma en aquel día 15 de agosto de 1805. Por eso intuimos
que veinte años después, el viejo maestro podría haber hermoseado con
su profunda cultura, las palabras de su amado discípulo; pero de que
fue cierta la escena i el juramento no hai dudas, pues el mismo Bolívar
en una de sus cartas rememora el suceso. En carta desde Pativilca,
escribe estas palabras: ¿Se acuerda usted cuando fuimos juntos al
Monte Sacro en Roma a jurar sobre aquella tierra santa la libertad de
la patria?. Ciertamente no habrá Ud. olvidado aquel día de eterna
gloria para nosotros; día que anticipó por decirlo así, un juramento
profético a la misma esperanza que no debíamos tener”. Por
eso, creo que la versión más auténtica del Juramento del Monte Sacro,
es la de Simón Rodríguez, la cual reproduzco de varios autores, pero
tomada de esa bellísima edición de MI AMIGO SIMÓN BOLÍVAR, de mi
dilecto amigo i notable historiador bolivariano, Don Vinicio Romero
Martínez, obra resumida con bella i deliciosa prosa, más unas
ilustraciones magníficas de Jorge Haralambides, que debería tenerse en
todas las escuelas del país, porque nos hace enamorar de la patria, de
su epopeya libertadora i de sus héroes, especialmente de Simón Bolívar.
La versión dice (dirigiéndose personalmente al maestro):
Juro delante de usted, juro por el Dios de mis padres,
juro por ellos; juro por mi honor y juro por la Patria ,
que no daré descanso a mi brazo, ni reposo a mi alma,
hasta que haya roto las cadenas que nos oprimen
por voluntad del poder español
Según Simón Rodríguez, había exclamado aquel juramento “húmedos los
ojos, palpitante el pecho, enrojecido el rostro y con una animación
casi febril”. Así lo dice también, Liévano Aguirre.
Personalmente no descarto que el futuro Libertador, hubiese tenido con
sus dos compañeros conversaciones de este tipo, mientras pasaron quizá
horas recorriendo aquellos lugares, pero que hubiese sido una especie
de discurso previamente ensayado, no lo creo. De todos modos, estas
bellas, serias i mui profundas reflexiones, eran marco erudito i
conceptual sobre el compromiso que asumía con su juramento; un
juramento como jamás hubiese concebido sería cumplido a cabalidad, como
lo pensaba Shakespeare. El arcoiris de libertad i justicia que había
creado, sería desde entonces, un camino de luz hacia la libertad, así
estuviesen en sus siete colores, los primarios de toda paleta que nos
pinte mundo i vida (i están en la bandera nacional), pero también el
índigo i violeta de los dolores i los sacrificios humanos más nobles de
la Humanidad.
Por esto, Libertador de Pueblos i del Juramento
Cumplido, vuelto a la vida de estos pueblos como lo cantó Neruda,
porque le dijiste quedo: “Despierto cada cien años, cuando despierta el pueblo”.
Ahora, con esta Revolución Bolivariana inédita en el mundo, transitando
todos los caminos de la América Patria Grande, i con una Juventud
Mundial que son la juventud de Ribas en la batalla de la Victoria ,
todo está impregnado de juramento, de nobleza, de virtudes i de poesía
revolucionaria, porque fuiste el Águila de Luz que se abrió en el pecho
del continente americano, como lo cantó, tu más sublime i recio
admirador José Martí. I por ello, porque también los nuestros han
sabido cantar a tu grandeza, voi tomando los versos de un gran poeta
zuliano, el médico-cardiólogo Guillermo Ferrer Barrios, quien vio el
jarrón de oro del otro lado del Arco Iris que levantaste un 15 de
agosto allá en Roma; la llamada ciudad eterna que, legó su eternidad a
tus ideas libertarias i de unión. Los versos del poeta, como un pródigo
manantial de épica belleza, según dijera el más bolivarianos de
nuestros contemporáneos en el Zulia, el inolvidable doctor Gastón
Montiel Villasmil, algunos hace muchos años, los había escrito así:
La lluvia, el sol rural sobre su tierra
no tuvo libertad hasta que llegaste
con tu pueblo segando los caminos,
galopando en las arenas las nocturnas
lunas de abril sobre la pampa agreste
Eres la tierra que nos diste, un ramo
del Samán primigenio,
que ahora sabemos donde está, de dónde
llega su olor de patria a las praderas.
Te recorremos padre, galopando
barranco y sol hasta las negras dunas,
y hasta el fuego que hacemos en los lagos
huele a la noche que hay en tu estatura.
En lluvia o sol rural, hombre de pensamiento libertario, eres sol de
pampa o luna de las arenas de nuestras playas i ramo de samán con olor
de patria, grita el poeta, para continuar:
Galopando entre pueblos y llanuras
Vas otra vez estableciendo puertas,
Abriendo arena hasta tu territorio,
de paz y libertad, de lumbre y viento.
El hombre que construye es luego el polvo
que hay en los árboles, que hay en los caminos,
cuesta diferenciar entre las rocas
tu boca de humedad, tu sien de arcilla
tu amanecido corazón de lluvia.
Tu vida fue un silencio de granero
tu muerte una estocada de ancho mundo
que unías libertado,
hasta que al fin la historia te hizo preso
en sus páginas blancas, como un águila.
Así fuiste Sol de América i has vuelto abriendo arena hasta el
territorio de la patria venezolana, para dar integración a todos los
pueblos que libertaste o a los que diste ejemplo. Si, se hizo polvo tu
cuerpo desde allá en San Pedro Alejandrino i vi donde entregaste tu
último aliento, tu amanecido corazón de lluvia i que el silencio de
granero, son mil voces en todos los corazones del hombre americano, a
los que unías libertando i que actualmente has necesitado volver para
lograr la unidad que imploraste a las puertas del sepulcro. Es verdad
del poeta; eres hombre situado por tu genialidad i amor de patria, en
las blancas páginas de la historia, pero para indicarnos que eres
águila, que eres voz, que eres pensamiento que, todavía estremece i
orienta al mundo. I por ello, recordando el remusgo de tus sueños i el
fervoroso mensaje de tu profético juramento, inicia Ferrer su poema
épico UN CANTO PARA UN GENIO (que estimulo a conocer, pues sería
extenso transcribir) dedicado a tu gloria…
Oigo el violín, Simón, el justo nombre…
Para concluir así:
EL GENIO
El verbo es infinito,
cae una hoja,
algo pasa volando,
el chorro de la luz baña en el orbe
la pluma del pichón, la gota de rocío
en la noche de los lagos
levantan sus fogatas
y el hombre ha reclinado
su memoria en los siglos.
Tú volvías del agua,
del camino sangrante,
de la ciudad sin nombre,
tu puño era un manojo de pueblos y de surcos,
galopaban las sierras y el polvo de los días,
a orillas de la sangre anclaban tus flecheras.
El sol cae en las piedras,
es tu voz una sombra,
en el mundo hay un pájaro,
un mantel en la estancia,
el vino en el recuerdo,
afuera hay otros árboles con tu nombre grabado,
ya los ríos sembraron tu palabra en el mar,
tú me diste la tierra, el pan, el mediodía,
un bronce en el camino me dice que tú existes.
I, este es el genio. El héroe que volvió del camino sangrante de la
gesta libertadora, i añora la paz. El libertador que tiene en su puño
un manojo de pueblos i de surcos para la integración que anhelamos; el
pensador que su nombre está en todas partes i los ríos sembraron su
palabra en el mar i se esta haciendo universal. Tú, que nos diste la
tierra, el pan, la soberanía i apenas te veían en el bronce para
recordar. Ahora, has venido a completar lo que dejaste de hacer en
América como lo expresó Martí.
Oigo el violín, Simón, el justo nombre…¡ Juraste i cumpliste!