La luz se reduce a la que emiten la luna, algunos velones y los ojos de animales callejeros que entienden mejor que muchos humanos lo que aquí no ocurrió. La sequía urbana se traduce en olores propios de la muerte, y en ropas mugrientas sobre cuerpos viscosos. La demencia ciudadana, en bicicletas o a pie, recorre las calles balbuceando consignas intolerantes y violando barreras, derechos y razones.
Sobre la grama de aquella plaza, un hombre armado ultraja a una niña. Un policía a su lado, uniformado y de guardia, presencia la escena. “Nadie puede obligarme a trabajar”, dice, “me he sumado al paro”. La acera de enfrente es cruzada por un grupo de mujeres que, enarbolando la bandera nacional, y en nombre de la libertad y la democracia, tributan aplausos al hombre de azul por su “solidaridad con el pueblo venezolano”.
Se van, juntos, sádico, policía y mujeres, y la niña se queda sola con su llanto hasta que un hombre negro, desdentado, proveniente de una barriada vecina, la toma en sus brazos y la lleva, descalzo y a paso firme, al ambulatorio más cercano. Allí, en centenas, de todas las edades, seres de carne y hueso esperan ser atendidos. El vigilante de turno informa: “el único médico de guardia ha dicho que nadie puede obligarlo a trabajar, se ha sumado al paro”. De inmediato, comienza a acercarse un bloque de gente que, enarbolando la bandera nacional, y en nombre de la libertad y la democracia, aplaude el gesto del galeno. Son las mismas mujeres que marcharon frente a la plaza, además del sádico y el policía.
Se van, juntos, sádico, policía, mujeres y médico, gritando: “¡elecciones ya!”
Luis Salvador Feo La Cruz P.
e-mail: lfeop@hotmail.com