En la carta abierta que María Gabriela Chávez Colmenares dirige a Venezuela y el mundo, llama a su padre “mi gigante”. No hay hipérbole en su expresión, ni por el nexo filial ni por el dolor de ausencia. La dimensión humana del Comandante Presidente Hugo Chávez nos desborda; su proyección histórica no estamos en capacidad de vislumbrarla sus contemporáneos.
Olvidemos el agravio que motivó la carta, dejemos en su justo rasero al derrotado de ayer (7-O) y de mañana (14-A). Hugo Chávez es un gigante para sus hijas e hijo, pero también para Venezuela, América Latina y todos los pueblos del mundo. Tampoco es hiperbólica esta afirmación. La conmoción planetaria que ha provocado su viaje postrero nos ha dejado entre la consternación y la perplejidad. Aquí en su patria, las inagotables colas de su pueblo para decirle adiós dejaron sorprendidos hasta a sus más disociados adversarios.
Un año después del golpe de abril de 2002, asistimos al Foro Social de Porto Alegre, Brasil. En una de las tantas manifestaciones de los pueblos del mundo, una pancarta nos conmovió. Decía: “Venezolanos, cuiden a Chávez, ya no les pertenece solo a ustedes”. A diez años de aquel encuentro popular, nos estremecemos por lo premonitorio de la pancarta y su mensaje. El gigante de María Gabriela se agigantó en el mundo.
Que los pueblos lo amen, no nos sorprende. Pero que la Organización de las Naciones Unidas y la de Estados Americanos le rindan sendos homenajes no deja de llamarnos la atención. Chávez derrotó el ALCA y fue creador del ALBA, amén de líder fundador de la UNASUR y la CELAC. Los pueblos preteridos de Africa y Asia lo amaron. Los pueblos del frío y los del desierto, de las montañas y de las pampas.
Los cantores criollos le cantaron y lloraron y también los trovadores de Cuba y los mariachis de México. Y su pueblo allí, inagotable, recio, a la intemperie, bajo soles y lunas para verlo. En la lejana y dolida Palestina le ponían su nombre a un recién nacido y en Argentina bautizaban Hugo Chávez un nuevo barrio. La dictadura mediática mundial que lo apostrofó y atacó no sale de su asombro.
Los días de sus funerales asistimos al reconocimiento de propios y extraños. Los medios que hablaron de “culto a la personalidad” y de “adulancia”, enmudecieron. No podían entender porque se terminaron creyendo sus propias campañas de miserias y mentiras. Fallecido, Hugo Chávez los derrotaba, como el Cid.
Cronista de mi dolor, miraba todo desde un rincón de la Academia Militar. Allí estaba el Presidente, el Comandante, el líder del pueblo. Y también el amigo que alguna tarde o alguna noche me llamó con humor y afecto, para una pregunta, una respuesta o un saludo. Allí estaba el gigante de María Gabriela o el hombre-montaña de Rubén Darío, pero sin cadenas que lo aten a un lirio.
Recordé los versos de Choquehuanca al Libertador y, sin hipérbole, en voz baja, se los recité a nuestro Comandante: “Con los siglos crecerá vuestra gloria como crece la sombra cuando el sol declina”.
Los hijos de tus hijos lo verán.
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