Ese Chávez no era Chávez (Y una posdata para Nicmer Evans)

Un grupo de reconocidos artistas del teatro, radio, televisión y cine estremeció la escena nacional al declarar su apoyo a la revolución bolivariana. Los anclas de la televisión no disimularon su rabieta e intolerancia. Descubrían que en el medio hay gente –y mucha- que piensa distinto a ellos, los que acusaban al gobierno de “pensamiento único”. Lo peor no es que pensaran distintos, sino que se atrevieran a exteriorizarlo.

Se les descalificó de inmediato con la etiqueta que tiene 14 años de uso para el que disienta de la “disidencia” antichavista: ¡Tarifados! El estigma forma parte de lo que un diario despreció como “el mismo lumpen de sempiternos pasajeros de autobús con un bollo pan y una carterita de ron en el bolsillo”. O los empleados públicos obligados a ir a la capilla ardiente del Comandante Chávez, permanecer 20 horas en colas para verlo tres segundos y llorar ante su féretro.

Ocurre que durante una década y cuatro años la derecha inventó un Hugo Chávez que sus militantes se creyeron. Fallecido el Presidente, esos militantes observan las honras que le rinden en casi todos los países del mundo. Leen que unas 50 naciones se hacen presentes en sus exequias. Se informan y no entienden que 14 países declaran duelo nacional en su territorio. Miran vía satélite que la ONU y la OEA le rinden sendos homenajes. Luego abren los diarios nacionales y los obituarios calzan los logos de empresa e instituciones que van desde una bloquera comunal y una arepera socialista hasta el pésame de Burger King.

Podrían aceptar a duras penas el aserto de que todos los muertos son buenos. Pero los reconocimientos no paran y vienen de los sectores más inesperados. El jefe del Comando Sur de los Estados Unidos declara que fue un líder con carisma, querido por más del 50 por ciento de su pueblo. Por su lado, el candidato Henrique Capriles Radonski sostiene que Chávez puso sobre la mesa el tema de los pobres y ese es el camino que se debe seguir. Por supuesto, quienes compraron el Chávez que estos mismos nuevos apologistas les vendieron, están desconcertados.

Durante años mucha gente que sintió simpatía hacia el Comandante tuvo que callar. Había un chantaje abierto o tácito. Si trabajaba en la industria del espectáculo el miedo a perder el empleo era un riesgo cierto. Los chavistas que laboran allí, desde el más humilde obrero hasta el ancla, la actriz o el actor, oían y callaban. Existía y existe un macartismo furibundo, implacable y misérrimo. Más allá estaban las columnas de farándula, como un dedo abyecto para señalar a los chavistas o sospechosos de serlo.

Ya Chávez no está físicamente y ante las manifestaciones de amor que recibe desde todas partes, los chantajeados hasta la víspera de su muerte se han atrevido a exteriorizar sus sentimientos. La derecha mediática no lo puede creer. Desde su histeria solo logra apostrofar: ¡tarifados, tarifados! Pero nadie le hace caso y a los sueños de Hugo Chávez se siguen sumando otros soñadores. Después de 14 años, los artistas dejan de temerle al macartismo que reinó en la televisión venezolana. Esto de por sí es importante, sin que por ello se espere que instalen una comuna en Venevisión.


earlejh@hotmail.com


P.S: El socialismo según Evans. Leo y oigo con interés a Nicmer Evans. Su “Carta Pública a Nicolás Maduro: Dejemos las sumas que no suman nada”, la víspera misma del arranque oficial de la campaña electoral, no creo que sume algo. Su recordatorio a Nicolás de que “no eres el líder, el líder sólo fue Chávez”, me trajo a la memoria los estribillos opositores: “Nicolás no es Chávez” o “a ti nadie te eligió”. El camarada politólogo considera innecesarios “un baile de Maduro aunque sea divertido”, “un muñeco de Maduro aunque sea gracioso”, “un silbido de Maduro aunque suene bien”; luego arremete no sé por qué contra los “sifrinos bolivarianos” y nos coloca a optar, tampoco sé por qué, entre Winston Vallenilla y Darío Vivas. De verdad, algún día se ha de estudiar el papel que jugó el aburrimiento en el derrumbe del socialismo real. Ese estado comunal cejijunto, hosco y solemne no es por el que lucho desde hace ya unas cuantas y largas lunas.



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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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