Los actores políticos, redoblan su marcha electoral en Venezuela, para concluir el jueves 11 de abril la campaña, a la espera de la concurrencia a las urnas; el domingo 14 A. Con 8 candidatos presidenciales, en el ruedo, el debate se centra en dos: Nicolás Maduro y Henrique Capriles. Una reedición cercana del 07 de Octubre de 2012, cuando Hugo Chávez se impuso por una amplia mayoría en 21 de los 23 estados y el Distrito Capital, con una brecha superior al millón y medio de votos sobre Capriles.
La sensible pérdida de Chávez, abrió espacio para una matriz de especulación sobre la situación interna del chavismo. Desde algunos talleres – mediáticos, especializados en la táctica del rumor, intentaron ventilar supuestos choques entre Maduro y Diosdado Cabello, echados por tierra en el desarrollo del funeral de Estado y, especialmente en la campaña electoral, donde la izquierda se ha presentado con una unidad monolítica. La maquinaria política del chavismo ha logrado activarse a lo largo del país, en antagonismo, la oposición se encuentra desmovilizada y agotada, por dos sucesivas derrotas, encontrando a un Capriles maltrecho con sus conexiones aliadas y, una imagen sin contrapeso al testamento político de Chávez.
Los dos modelos que se enfrentan en Venezuela, son por un lado, la propuesta de Chávez (en desarrollo hace más de una década) de construir un orden multipolar en lo internacional; la soberanía absoluta en los recursos naturales y, el reparto equitativo de la riqueza a través de la refundación del Estado; un enfoque sobre lo humano al que se ha llamado “socialismo del siglo XXI”. La otra cara de esta contienda representa los sectores empresariales transnacionales, que ven la posibilidad de retornar al control de los fecundos yacimientos petroleros; el empresariado importador nacional, que durante décadas se reprodujo en el usufructo de los recursos de la renta petrolera y; los partidos políticos tradicionales, derrotados luego de 40 años de control hegemónico en el país.
Nicolás Maduro parte como claro favorito, para las elecciones en todos los escenarios democráticos posibles, ¿Cuál será la brecha entre ambos candidatos?; es la pregunta clave. En cualquier país Occidental, una diferencias porcentual de un dígito no supone crisis política a lo interno, en vista del modelo de liderazgo basado en tecnócratas o burócratas de la política, donde priva el sostenimiento del establishment de la clase dirigente, la racionalidad consensual no permite la noción de ruptura del orden creado. En Venezuela esto no aplica, puesto la paz política sólo se ha garantizado con la contundencia electoral en los triunfos del chavismo.
Para Chávez el problema nunca fue ganar, sino los márgenes que garantizaran la mayoría categórica evitando la ingobernabilidad por la vía del golpismo opositor, que ya en 2002 plantearon escenarios no electorales como salida a su crisis de conexión popular. Esa “agenda oculta”, es una permanente carta bajo la manga de los sectores más radicales de la oposición que recurren al desconocimiento de las instituciones legitimas venezolanas, para avivar el sentimiento del fraude en sus seguidores. Una estrategia ensayada en varios países, bajo la tesis de la espontaneidad de movimientos “ciudadanos” que culmina en la violencia para derrocar los gobiernos legalmente acreditados.
Las claves extraídas, en el discurso del candidato de la oposición, encienden las alarmas, al sumarlas con algunos movimientos irregulares, asociados a grupos paramilitares que se estarían moviendo en el orden regional. El escenario electoral de 2012, movilizó el 80% del universo electoral, una cifra importante que permitió garantizar la continuidad del chavismo sin inconvenientes de gobernabilidad, el problema para un sector de la oposición, es que una nueva derrota supone técnicamente su desaparición del mapa político, dando inicio a un ciclo de nueva hegemonía que se completaría con las elecciones municipales. En estas elecciones las cartas han sido echadas y, aún en el escenario más favorable para la oposición se prevé una abstención de su militancia que no cree en la posibilidad real del triunfo electoral, lo que implica no aumentar su caudal electoral.
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