¿Huyó vencido el fantasma de una depresión mundial? ¿Salió la Unión Europea de la recesión? ¿Superó Estados Unidos la caída con la que arrastró al mundo en 2008? ¿China –y los Brics- continúa siendo y puede al cabo ser el motor salvador de la economía mundial?
Éstas son las preguntas de nuestro tiempo, empeñado en mirar de soslayo el abismo. Tienen respuestas vagarosas de parte de los propagandistas del capital; temerosas de quienes con el bagaje teórico necesario intuyen lo que se gesta en el subsuelo pero no acaban de asumirlo; quiméricas, fruto de un razón que a la hora de la acción fuga hacia formas insólitas de irracionalidad, de parte de aquellos que Lenin denominaría infantoizquierdistas; esquivas en la opinión de conciencias abrumadas por la travesía dolorosa de las últimas décadas. Paradojalmente, suelen recibir réplicas netas en la voz de personas carentes de herramientas teóricas, sufrientes directas de la debacle capitalista y armadas con la voluntad de transformación radical.
Desprovista de voluntad política y objetivos revolucionarios la razón teórica desbarranca. Desprovista de basamento teórico, la voluntad política y los objetivos revolucionarios naufragan. Aún no plasma la conjunción virtuosa de los elementos capaces de provocar el alumbramiento. La ausencia de uno u otro, o su insuficiente despliegue y ensamble, produce adefesios. Es un momento sin parangón en la evolución de la humanidad y del sistema que domina al mundo.
Pero la marcha no se detiene. Si la teoría es insuficiente, la acción se apoya en lo que tiene al alcance y busca avanzar. La historia modela a los hombres que necesita. Fue en Venezuela donde brilló la chispa, cuando Hugo Chávez decidió transportar la llama en lugar de cuidar las cenizas, acaso sin registrar el discurso de Jean Jaurés y más inspirado por la idea nietzscheana de llevar el fuego al valle. Como sea, su accionar detonó un proceso en todo y por todo original. A poco andar el mundo asistiría atónito al renacimiento del socialismo como idea motriz. Tras el rayo vino la luz, aunque también encandilamiento y ceguera; luego el trueno, el temor, pero también la epifanía de ideas recuperadas y renovada voluntad revolucionaria. En apenas un instante, para remitir a la bella novela de Manuel Scorza, seguiría la tumba del relámpago. Y ahora, las grandes preguntas…
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Cuando estuvo claro que la enfermedad de Hugo Chávez era irreversible, tras el impacto emocional comenzó a tomar forma otra dimensión de la pérdida: ¿volvería el panorama mundial a la desolación previa a la irrupción de la Revolución Bolivariana? ¿Perdería su impulso la transición al socialismo y desaparecería el eje ordenador de las vanguardias anticapitalistas en todo el mundo? Dicho de otro modo: ¿moriría de verdad el Libertador socialista?
Hubo diferentes momentos para el planteamiento crudo de este dilema. En las filas de la Revolución, pero también en las de la oposición burguesa, no se quería pensar –y no se pensó- en la desaparición de Chávez del escenario venezolano e internacional.
La religiosidad popular simplemente excluyó la posibilidad de que Chávez muriera. No puede haber un Dios tan injusto. Incluso los principales cuadros de la Revolución se negaron a reflexionar sobre un futuro cercano sin el comandante y confiaron en que todo volvería a la normalidad. Lo mismo ocurrió en el conjunto de cuadros y funcionarios identificados con la revolución, que excluyeron la proximidad de un desenlace fatal, aunque no pocos habrán rezado por lo contrario.
El fenómeno de negación colectiva siguió incluso cuando el sábado 8 de diciembre de 2012, tarde en la noche, Chávez dio un discurso de extraordinaria carga dramática aunque formalmente idéntico a tantos otros y dijo –sin decirlo y hasta cerrando el paso a semejante idea- que no sobreviviría. Pidió permiso formal a la Asamblea Nacional para operarse en Cuba, trazó una línea de acción para la hipótesis de su ausencia definitiva y, para el caso de una obligada elección presidencial, designó a Nicolás Maduro como candidato.
El equilibrio político perfecto de esa pieza oratoria, ofrenda de lucidez, abnegación y coraje, aún no ha sido analizado, pese a que después, en la fugaz campaña electoral, fue un instrumento propagandístico clave. Como consta a numerosos cuadros de la Revolución Bolivariana, desde un principio y sobre la base de consultas a quienes podían mirar el tema con ojos científicos, mi expectativa fue mínima. No obstante, la recuperación a mediados de 2012 y la participación de Chávez en la campaña electoral que culminaría con su victoria del 7 de octubre me hicieron replantear el pronóstico negativo, para sumarme sin matices a la convicción general de que todo había vuelto a sus carriles.
Por eso el impacto fue mayor cuando se anunció el viaje a Cuba y luego, al ver aquella fatídica cadena nacional. Mis conclusiones a partir de ese mensaje quedaron expresadas en un conversatorio que realizamos el 14 de diciembre (Chávez y el futuro de la Revolución: http://www.luis-bilbao.com.ar/?p=1154).
Entre las excepciones que sí asumieron la inminencia de la muerte de Chávez cuentan, claro está, los funcionarios del Departamento de Estado. Con la información públicamente conocida y eficientes especialistas analizándola, podían llegar a la presunción cierta de que la enfermedad era irreversible. A partir de esa certeza y, con su interpretación de las fuerzas que mueven la historia, los estrategas del imperialismo concluyeron, bien antes del deceso del líder bolivariano, que la revolución estaba acabada. Y actuaron en consecuencia: lanzaron una arremetida general que en su osadía incluyó el reemplazo del Papa (Vaticano, revolución y contrarrevolución en América Latina; 20/03/2013 (http://www.luis-bilbao.com.ar/?p=178).
Ellos obraron según una interpretación idealista del curso de la historia, atribuyendo a un individuo el fenómeno desatado en Venezuela, extendido en América Latina y proyectado hacia todos los puntos cardinales. Erraron, como ya puede verse a medio año de la desaparición de Chávez. Pero la mecánica contraria, sobre la misma base teórica, llevaría igualmente a error. Y puesto que el accionar imperialista persistirá, intensificado y extendido, un fallo conceptual de los revolucionarios puede significar la muerte de la revolución. La interpretación idealista del liderazgo de Chávez, sea para defenderlo o atacarlo, lleva fatalmente a error. De allí la necesidad de ahondar en el tema.
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En tan extraordinaria circunstancia histórica ¿cómo actuaron y actúan las fuerzas de la revolución? ¿Sobre qué base teórica apoyaron sus definiciones? ¿Cuál era el andamiaje para analizar la Revolución Bolivariana y el papel de su líder? ¿Qué basamento tienen las previsiones sobre lo que vendría en Venezuela y América Latina?
Así como la irrupción de Chávez descolocó a prácticamente todas las organizaciones e individuos involucrados en la lucha por la revolución, su prematura e inesperada partida reprodujo errores de apenas una década y media antes. Pero no se trata aquí de hacer una crítica detallada de las posiciones adoptadas ante la coyuntura sino, por el contrario, de resumir nuestras propias posiciones, puesto que son las que entendemos imperativas para afrontar lo que viene.
En 2008, cuando era impensable la muerte natural de Chávez (aunque siempre estuvo presente la posibilidad de un atentado que lograra su objetivo), publiqué mi quinto libro sobre la Revolución Bolivariana y, como parte de ella, del papel de su líder (Venezuela en revolución, Renacimiento del socialismo. Capital Intelectual, Buenos Aires, octubre de 2008). En el capítulo IV, titulado Masa, individuo y dirección, decía lo siguiente:
“Evaluar el papel de un individuo circunstancialmente prominente no es una cuestión menor y no está en absoluto vinculada con interpretaciones psicológicas. En el caso venezolano, la exigencia es más imperativa que en otros. Acaso por eso mismo, sobresalen tanto más los errores.
En materia de intelección inmediata de grandes acontecimientos la historia registra resbalones grotescos y el listado no perdona derechas ni izquierdas, deslucidas a la hora de distinguir en sus primeros pasos una revolución de una contrarrevolución. O viceversa. Contra lo que puede suponerse, no es sencillo reconocer la naturaleza de una transformación social en medio de las convulsiones que le dan origen. Tanto más difícil es prever la llegada de tales situaciones y, cuando suceden, ocupar en ellas un papel dirigente. Venezuela es ejemplo descollante de confusión teórica y política, a derecha e izquierda, desde el momento en que el statu quo recibió un golpe mortal con el Caracazo, luego con la abrupta aparición de un dirigente militar y finalmente con el recorrido de una revolución que en cinco años atravesó una sucesión de etapas hasta proclamarse socialista.
¿Qué papel le cupo a Hugo Chávez en esa marcha vertiginosa? ¿Es responsable del giro en 180 grados de la Venezuela del Pacto de Punto Fijo, o sólo el emergente de un estado de cosas insostenible?
Con el paso de lo siglos han cambiado las formas de interpretar la gravitación real de quienes conquistan lugares prominentes en el devenir de la historia. Hacia los 1700 el sujeto individual lo era todo. Luego, por el contrario, se atribuyó a causas generales un destino fatal para la sociedad, ante las cuales el individuo no podía sino malearse y someterse. La primera cargaba todo el peso del desarrollo histórico al genio individual, a los “grandes hombres”. La segunda, negaba por completo la capacidad humana individual para pesar sobre los acontecimientos trascendentales.
Más tarde el materialismo histórico vendría a dar basamento científico a una interpretación en la cual la libertad se conjuga con la necesidad y bajo determinadas condiciones el individuo cuenta en grado sumo, acaso de manera decisiva. Cupo a Jorge Plejanov desarrollar esa interpretación dialéctica que combinaba las causas generales con el papel del individuo en la historia:
‘Las relaciones sociales tienen su lógica inherente: en la medida en que las personas viven en un determinado relacionamiento mutuo se comportarán, pensarán y actuarán de una manera dada y no de otra. Los intentos por parte de hombres públicos de combatir esta lógica serán infructuosos; el curso natural de las cosas (por ejemplo, esta lógica de relacionamiento social) reducirá todos sus esfuerzos a la nada. Pero si yo conozco en qué dirección están cambiando las relaciones sociales debido a determinados cambios en el proceso de producción socioeconómico, podré también saber en qué dirección está cambiando la mentalidad social; consecuentemente, estaré en condiciones de influenciarla. Influenciar la mentalidad social significa influenciar los acontecimientos históricos. De allí que, en un cierto sentido, puedo hacer historia, y no será necesario para mí esperar que ésta sea hecha’ (a).
En los idus del siglo XX este andamiaje teórico legado por los dos siglos anteriores se disolvió en un eclecticismo insustancial. Arrastrada por la superficialidad periodística, la interpretación del papel del individuo en la historia dio lugar a una caricatura adaptada a cada necesidad: el sujeto individual reemplazó a las clases sociales y fue investido de todos los poderes, a la vez que se daba por descontada la intangibilidad del sistema capitalista, con lo cual el lugar de los ‘grandes hombres’ en la historia se limitó a la adquisición de aptitudes suficientes para lograr apariciones exitosas en televisión, ganar votos e impulsar, con la fuerza así obtenida, el ‘modelo’ económico dictado por la coyuntura inmediata. Un mismo golpe de publicidad postmoderna desconoció el peso de las causas generales, es decir, de la necesidad, y eliminó toda libertad individual frente al devenir histórico. Los asesores ocuparon el lugar del pensamiento teórico, las consultorías reemplazaron a los partidos y la encuesta sustituyó la defensa de opiniones fundadas y la educación de las masas.
No es sorprendente que en semejante ambiente la aparición de Hugo Chávez fuera desdeñada, atacada o ensalzada, pero casi sin excepción incomprendida. Luego, ya con la dialéctica histórica a toda velocidad, esa misma incomprensión llevaría a la reacción internacional a identificarlo con la causa de todos los males, a la vez que una porción para nada desdeñable de las izquierdas transformaría su figura en poco menos que un ícono viviente, mientras que otra porción igualmente significativa continuó identificándolo con una mera variante de las incontables artimañas del capital para sobrevivirse. El factor común a todos, desde luego, es la incomprensión de la realidad mundial, del papel de América Latina en ese conjunto y del peso objetivo de Hugo Chávez sobre la marcha de la historia en este momento crucial de la humanidad.
En descargo de tanto desacierto hay que decir que errores de pareja magnitud fueron cometidos por no pocos ‘grandes hombres’ a lo largo de la historia”.
Soslayada la crítica de las posiciones de izquierdas frente a la irrupción de Chávez, tras su desaparición importa más aún que antes subrayar la dialéctica entablada entre la agonía del sistema en Venezuela y el líder aparecido en la sublevación militar del 4 de febrero de 1992. Permítasenos por tanto volver al capítulo citado, saltando por sobre una veintena de páginas:
“(…) es la estrategia, no la psicología, la disciplina que explica a Chávez. Desde el juramento del Samán de Guare, no ha cesado de transmitir, todo el tiempo, por todos los medios, ante cualquier auditorio, conocimientos, convicciones y propósitos. Éstos mismos han ido cambiando, desenvolviéndose, hasta transformar en ciertos casos su contenido original en lo contrario (el más notorio es su adhesión inicial a la ‘tercera vía’, formal y públicamente autocriticada años después). Pero la actitud invariable ha sido compartirlos, tal vez en la convicción de que enseñar es aprender, transformando la política en docencia permanente. Ocurre que enseñar es también aprender, transferir ideas a una o millones de personas equivale a recibir de ellas nociones, conceptos, valores. Chávez personifica esa dialéctica. La simbiosis resultante ha dado como saldo la elevación asombrosa en la conciencia de las mayorías venezolanas, así como la clave para explicar la propia línea de marcha del Presidente. Con el mundo entero empujando en sentido contrario a la revolución socialista, es un prodigio que el conservadurismo propio de ese sector especial de las clases medias, la fuerza armada, combinado con la lógica reformista de un movimiento de masas en el que prevalecen las mayorías desocupadas o cuentapropistas y un proletariado sin plena conciencia, sin dirección propia, no haya doblegado la voluntad de quien marcha en primera fila y ocupa el lugar de comandante. La dialéctica negativa que hizo de Lula y el PT, por ejemplo, un líder reformista y una organización capaz de sepultar su propio programa inicial, en Venezuela obró de manera inversa, alumbrando un proceso revolucionario que lejos de llevar a un remanso un torrente embravecido, produjo un salto cualitativo en la evolución política de la sociedad al darle a la mayoría sumergida un contenido programático y organizativo enderezado hacia la transición al socialismo.
Hacia 1902, con el célebre Qué hacer de Lenin se inició en Europa un debate teórico que aún perdura, ¿pueden por sí mimos los trabajadores, las masas desposeídas, transformar sus reclamos sociales en conciencia revolucionaria socialista? Sin teorizar Venezuela salda en los hechos el dilema: Hugo Chávez obra como motor y vehículo de la conciencia de millones. Pero si la buena teoría asegura que ningún partido puede sustraerse a la realidad de la masa cuyos sentimientos encarna, tanto más ha de valer esa certeza cuando se trata de un individuo. Es patente que la realidad social, cultural e ideológica de la masa y las vanguardias que apoyan a Chávez condicionan y hasta cierto punto determinan su accionar y explican buena parte de su conducta. Lo notable del fenómeno no reside en los pasos a menudo cruzados en el andar político de la Revolución Bolivariana, sino la resultante de ese movimiento en sus primeros diez años de desarrollo: siempre adelante, invariablemente en el sentido de mayor radicalización, amplitud y profundidad.
He allí –para usar la expresión de Plejanov- la ‘significación colosal’ de Hugo Chávez: en él vienen a expresarse la necesidad de un época, las causas generales que dan lugar a una crisis sin precedentes del sistema capitalista, el acervo político histórico de América Latina, el agotamiento de los instrumentos políticos de las clases dominantes para ejercer el poder. Con o sin Chávez, esa fuerza poderosa busca un cauce y al hacerlo descoyunta los regímenes burgueses de toda Suramérica.
No obstante, el desarrollo de la Revolución Bolivariana hasta el punto al que ha llegado, así como su futuro por todo un período que no será breve, reposa sobre los hombros de este individuo, con un grado de dependencia apenas un punto menos que absoluto. Ése debería ser un eje obligado para el análisis y el accionar político. El futuro depende de que la masa asuma conscientemente su condición de clase, el individuo complete su deliberada transmutación en Partido y quede conformada, como culminación de un proceso de rescate y recomposición, una dirección revolucionaria en Venezuela, con proyección y articulación internacionales. Esas tres tareas de dimensiones históricas tienen por tanto un punto de apoyo decisivo en la figura de Hugo Chávez, pero dependen en última instancia de la capacidad de las vanguardias para ensamblar el papel del individuo con el movimiento de las masas, lo cual estriba a su vez en la capacidad para interpretar la realidad internacional y saber actuar a partir de ella en la transición local”.
Definida la extrema dependencia del proceso revolucionario respecto de la figura y el liderazgo efectivo de Hugo Chávez y planteadas tres necesidades y tareas ineludibles, en aquella coyuntura con él al comando del timón, el capítulo terminaba diciendo:
“Sin el concurso de la ciencia como columna maestra para sostener y guiar la voluntad revolucionaria, masas y vanguardias tomarían por senderos que se bifurcan y dejan al individuo ante la fatalidad de las fuerzas ciegas de la historia, en momentos en que la crisis capitalista hace que éstas empujen en sentido inverso a las necesidades humanas”.
Subjetividad y fuerzas materiales: las guerras de nuestro tiempo
A mediados de 2013 no puede afirmarse que en Venezuela la masa trabajadora, juvenil y popular asumió a plenitud conciencia de clase; el Partido resiente la ausencia de su fundador; afirmada como tal, la Dirección Revolucionaria tras sortear el obstáculo jamás inesperado brega con tantos y tan grandes desafíos que resulta excesivo esperar de ella una inmediata acción eficiente en función de la articulación de una fuerza internacional revolucionaria, pese a que allí estriba justamente su posibilidad de consolidación y superación.
Dicho de otro modo: no ha sido transpuesto aún el ‘punto de irreversibilidad’ en la transición al socialismo; no quedó completado antes de la partida de Hugo Chávez el período en el que la marcha de la Revolución reposó de manera determinante sobre sus hombros.
Y esto adquiere su verdadera magnitud a la luz de la respuesta que se dé a las cuestiones planteadas al inicio de este texto, resumibles en la siguiente: ¿está el capitalismo ante un nuevo ciclo de estabilidad y crecimiento?
No somos pocos quienes frente a esta pregunta pronunciamos un rotundo no. Tampoco son escasas las voces que, sin llegar a afirmar la idea de un futuro amasado en la argamasa capitalista, entrevén un muy largo período de recuperación relativa, suficiente para sostener la centralidad del poder imperial y el control político del planeta desde los instrumentos tradicionales que dan continuidad al capital (partidos, sindicatos, universidades, iglesias, aparato de difusión). Y están, desde luego, los propagandistas del sistema, cargados de premios Nobel.
Nos desentenderemos aquí de estos y de los segundos, para sólo referirnos a quienes tienen la certeza de la actualidad e inexorable aceleración de la crisis estructural del sistema y la objetiva deriva guerrerista del imperialismo.
En cuanto a la fundamentación de esta certeza, remitimos a los textos publicados en América XXI, recopilados en de ideas -América Latina y el mundo entre 2003 y 2012 (Fuenap, marzo de 2012). Aquí se trata exclusivamente de presentar y debatir la respuesta política revolucionaria a una situación de crisis sistémica imposible de sanear sin destrucción masiva, a escala planetaria, de bienes y personas. Día a día se evidencian las medidas a las que, por diferentes vías y con multiplicidad de actores, apela el capital para promover esa destrucción de valor imprescindible para su sobrevivencia pero, más que nunca antes, incompatible con la existencia humana.
Ante los riesgos de sanear el sistema con métodos tales como la Iª y IIª Guerras Mundiales, el capital se ha lanzado a la sistematización de la barbarie inducida: con la rémora de Vietnam, en una escala mayor y cualitativamente diferente a la experimentada en Afganistán e Irak fueron perfeccionando un modelo que Washington busca amplificar. Sobre la base de hendiduras sociales históricas en un pueblo dado (de origen religioso u otros), se promueve la guerra interna con mínima intervención militar directa de fuerzas imperialistas. El Departamento de Estado y sus secuaces europeos promueven el terrorismo a gran escala, al que alimentan militar y financieramente con apenas disimulo, sobre la base de la utilización de mercenarios a gran escala.
La guerra es, así, aparente resultado de fracturas sociales internas, pese a que proviene de otro origen y es practicada por actores externos, mercenarios en un sentido y con magnitudes hasta ahora no conocidos. La destrucción adquiere formas particularmente inhumanas, pero eficientes a los efectos requeridos por el capital. Aunque el precio inmediato es horroroso, es mayor aún el daño a mediano y largo plazos por la degradación que en todos los órdenes provoca el terrorismo que, una vez puesto en movimiento, es practicado por partes de la comunidad contra otras del mismo entorno.
No en vano el fanatismo religioso es una de las resultantes de esta barbarie inducida por los centros de una civilización agónica. Desde el cristianismo originario hasta la resistencia contra el fascismo y el nazismo, pasando por las dictaduras tradicionales en América Latina, el sufrimiento extremo provocado por el accionar militar de los defensores del statu quo muy lejos de quebrar el espíritu de lucha de los sectores más avanzados de una sociedad, llevó a elevadas expresiones de conciencia y combatividad, honradas hoy por todas las culturas. Por el contrario, el terrorismo inducido, la barbarie sistematizada desde fuera a partir de hendiduras reales en una sociedad, destruye también la moral y la conciencia de masas y vanguardias y abre paso a un nuevo tipo de guerra que, basada en el principio fascista de reprimir al pueblo con las propias fuerzas populares, transfigura el principio mismo de la guerra, en cuanto el enemigo se desdibuja y confunde.
Esa transfiguración de la guerra se explica por una razón de fondo, en apariencia paradojal: no es la confrontación de un pueblo contra otro la que lleva a la acción bélica, no es un gobierno y un régimen contra otros, no es un país contra otros, sino un sistema que se combate a sí mismo, necesitado de amputarse para sobrevivir. Sólo la destrucción en escala masiva de mercancía sobrante (incluidos los seres humanos), puede sanear el sistema. La ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia ya no encuentra oxígeno extendiéndose hacia nuevas fronteras. Ya se cumplió sobradamente la etapa histórica durante la cual los límites insuperables del capital podían resolverse temporariamente ocupando otros espacios, otras economías. De hecho, la caída de la Unión Soviética, al abrir a las leyes crudas y puras del mercado mundial las compuertas de aquellas regiones que estaban siquiera parcialmente protegidas, en términos históricos asestó una puñalada mortal al sistema capitalista como un todo internacional.
Pero, a la par de esa necesidad, los centros imperialistas carecen de la fuerza político-militar para llevar a cabo victoriosamente una guerra tradicional. Los revolucionarios hemos prestado insuficiente atención a los ejemplos de Afganistán primero (incluso desde los pasos que llevaron a la intervención soviética), Irak después, posteriormente Libia, más tarde Siria y ahora Egipto.
En consecuencia, no estamos suficientemente pertrechados para afrontar el accionar imperialista en esta nueva fase de la contrarrevolución mundial. Basta ver los desvíos de fuerzas revolucionarias e intelectuales comprometidos al alinearse, por ejemplo, con los supuestos rebeldes democráticos de Siria.
Estados Unidos ensayó ese método en América Latina. Fue ostensible en los innumerables intentos por provocar un choque bélico entre Colombia y Venezuela. Allí también se vio la insuficiencia en la mirada de no pocos revolucionarios, que no comprendieron –muchos no lo han descubierto todavía- los extremos a los que debió apelar Chávez (Maduro sigue puntualmente esa línea) para cerrar esa vía de entrada al guerrerismo imperialista. En Bolivia los intentos discurrieron por un modelo más conocido para el Departamento de Estado –la división del país a partir de una histórica fractura étnico-cultural-económica- aunque también fracasó redondamente. Allí la capacidad de respuesta correspondió a la vanguardia revolucionaria boliviana encabezada por Evo Morales, pero acompañada con inusual celeridad y eficiencia por los países del Alba –otra vez, el papel de Chávez- de inmediato prolongada por Unasur. Pero si en esas oportunidades falló, la línea de acción de Washington continúa. Sectores particularmente corrompidos de las burguesías regionales lo acompañan. La instalación de bases no convencionales para guerras futuras menos convencionales aun, golpes de Estado quirúrgicos y camuflados, ensayo de alianzas comerciales, son entre tantos otros los recursos utilizados para bucear en los resquicios, en las fallas estructurales, siempre activas o latentes en cualquier sociedad humana. Allí, por diferentes medios según el caso, los agentes del capital buscan introducir cargas explosivas que detonen situaciones de consecuencias previsibles a la luz de lo que ocurre hoy en Siria y Egipto.
Es claro que la destrucción actual –y la que viene en el futuro inmediato- es insuficiente para resolver la aludida necesidad de saneamiento estructural. Al cabo, esa tarea de demolición masiva debe realizarse en las sociedades económicamente más desarrolladas, lo cual impide excluir la detonación de guerras capitalistas clásicas. Pero es improbable que el sistema practique la autofagia en sus centros vitales antes de que le sea absolutamente imprescindible por razones de competencia interimperialista o de sublevación interna incontrolable. Por el contrario, redoblará su accionar en los sitios que le resulten menos lesivos en lo inmediato aunque el objetivo obligado, sin medir consecuencias, reside allí donde pueda afirmarse una respuesta estratégica a esta dinámica de destrucción mundial. Eso es, precisamente, América Latina.
Venezuela y el Alba
Descartada cualquier interpretación metafísica del papel del individuo en la historia, medido el daño producido por la desaparición de Chávez, resta evaluar el saldo de la tarea por él cumplida y trazar un plan para completarla. En ella hay tres dimensiones: la venezolana, la latinoamericana y la internacional propiamente dicha.
A comenzar por el curso político interno inmediatamente posterior a la muerte de Chávez, queda un saldo rotundamente positivo cuyo centro reside en la afirmación de una Dirección Revolucionaria unida, la victoria electoral del 14 de abril y los esfuerzos ciclópeos realizados por los principales cuadros desde entonces para resolver los innumerables puntos flojos del entramado político-económico-ejecutivo resultantes de una década de revolución pacífica y dos años de agonía de Chávez. Quejosos los hay por miles. Críticos sólidos, bastante menos. Pero a la vista está el hecho incuestionable de que un complejísimo cuadro económico, multiplicado por una furiosa embestida burgués-imperialista, fue en principio controlado y encaminado a su resolución en medio de una realidad política signada por el tremendo trauma de la muerte del líder. Lejos de un optimismo panglossiano, la realidad político-social venezolana, a cuatro meses de una nueva confrontación electoral, esta vez para elegir alcaldes, muestra una línea de consolidación que, si bien debe ser todavía medida en términos comiciales, es inequívoca en términos políticos y se traduce en neto respaldo social mayoritario a Nicolás Maduro y al curso impreso por la Dirección Revolucionaria. Sobre esa plataforma, las tareas pendientes -en primer lugar la adecuación y reestructuración del Psuv, obligada por la ausencia de su numen fundador- permite prever con fría objetividad un curso de afirmación positiva. Sin embargo, aquí vale un axioma: la consolidación de la Revolución Bolivariana, la transición al socialismo, la superación del punto de no retorno, se juegan tanto al interior de Venezuela como en el terreno latinoamericano y mundial. Y en última instancia, es en ese plano internacional donde se librará la batalla que al cabo permitirá o no la abolición del capitalismo, la salvación de la humanidad y, por tanto, la marcha victoriosa de la revolución en Venezuela.
De allí la importancia del desempeño en ese plano del equipo gobernante: asunción por Maduro de la presidencia del Mercosur; reinicio de las relaciones con Washington y réplica inmediata, congelando esa vía de normalización diplomática cuando, con clara intención de medir fuerzas y colocar a Caracas en situación de subordinación, la Casa Blanca lanzó un vil ataque contra la Revolución; participación en la reunión de países productores de gas convocada por Rusia y luego, ante la incalificable agresión imperialista a uno de los participantes, Evo Morales, inmediata y durísima réplica mediante Unasur, Mercosur y luego, en tono mayor, desde el Alba.
En todos estos pasos se vio a los gobiernos del Alba (ahora 9, con la incorporación de Saint Lucia en la cumbre de Guayaquil) en un creciente ensamble de neta confrontación con los centros imperialistas, que además reiteró en cada instancia la necesidad de articular igualmente a partidos y fuerzas sociales de los países de ese bloque acompañados por los de toda la región.
Obstáculos y dilemas teórico-políticos
Este marco auspicioso no puede ocultar amenazas cada vez más visibles que asedian a la revolución latinoamericana, entre las cuales destacan:
Punto crítico en la convergencia latinoamericana. Una sabia y eficiente diplomacia imperialista obtuvo en los últimos años logros tácticos de riesgosas derivaciones estratégicas. Apuntadas a la división dentro de cada país y entre estos con sus vecinos, a la vuelta de un quinquenio han tenido un éxito desigual que, en conjunto, supera lo inicialmente esperado por los gobiernos más comprometidos con la estrategia contraria. La dinámica de convergencia ha sido frenada y en casos vitales revertida. Sin necesidad de detalles, puede afirmarse que todos aquellos gobiernos que vacilaron –o por definición ideológica se negaron- a encarar una franca política de transición anticapitalista, cayeron en mayor o menor medida en la red imperialista. No por previsible es menos ominoso este saldo. Quedan a la vista tres bloques con dinámicas diferenciadas y, a término, contrapuestas: el Alba, la Alianza del Pacífico (con más Paraguay y otros países centroamericanos), y en un tercer parámetro Brasil y Uruguay, estratégicamente descoyuntados ambos entre las perspectivas de afianzar una unidad suramericana antimperialista o refugiarse en convergencia desesperada con Estados Unidos y la Unión Europea a expensas de Unasur y Celac.
Inútil esperar una resolución a este dilema por parte de los gobiernos actuales e inmediatos futuros de estos dos países así como de los cuatro resueltos a integrar la Alianza del Pacífico (Chile, Perú, Colombia y México, más los que hacen fila para incorporarse bajo el chasquido del látigo yanqui).
Degeneración de viejos Partidos y freno a la emergencia de los nuevos. Un rasgo de la crisis actual es la disgregación social. Los partidos tradicionales del capital, cuando existen como tales, están corrompidos hasta la médula. Suponen no ya la instrumentación de políticas de naufragio burgués, sino la degradación del pensamiento y la acción política, con devastadores efectos destructivos sobre la masa popular en términos de conciencia social y moral pública. A la par, la emergencia de grandes organizaciones políticas con vigor programático y capacidad para promover la participación plural y democrática está trabada. En Venezuela, después de su formidable salto fundacional, aun afirmado como vehículo de asunción política masiva, movilización colectiva y formidable herramienta electoral, el Psuv no logra afianzarse como nexo vivo entre las masas y el gobierno al punto necesario para obrar como organizador y educador colectivo en condiciones de librar la guerra contra el sistema capitalista en todos los terrenos. Está a la vista el esfuerzo hercúleo de buena parte de la Dirección Revolucionaria que, en medio de las exigencias de la transición, intentan revitalizar y potenciar las fuerzas originarias del Psuv, plasmadas en documentos claves de su historia y en la incansable tarea educativa de Chávez. En Bolivia y Ecuador, donde por diferentes vías aparecieron nuevas fuerzas políticas capaces de encauzar la voluntad mayoritaria en los primeros pasos de la profunda transformación en curso, estas instancias han quedado frenadas en un punto intermedio. Distante de estos casos, en Perú la instrumentación electoral de una masiva voluntad de cambio, muy lejos de transformarse en fuerza partidaria con programa anticapitalista ha derivado en factor de freno y confusión, sin que hasta la fecha se perciben puntos de apoyo para una superación revolucionaria. En México y Argentina, donde el cuadro político-partidario tradicional ha llegado al máximo de degradación, no hay atisbos de conformación de nuevos partidos con voluntad y capacidad revolucionaria. En Chile y Uruguay, con formas diferentes de frentes electorales que han gobernado durante años, la asimilación de sus estructuras y dirigencias al sistema no presenta, como contraparte, estructuras, cuadros y programas para salir de esa regresión. Fuera de análisis queda Colombia, donde la eventual consecución de la paz abre la posibilidad de conformación de una poderosa fuerza revolucionaria de masas, con estrategia antimperialista y anticapitalista. Por último, en Brasil el Partido dos Trabalhadores, pionero en la renovación del panorama político latinoamericano cuando comenzaba a verificarse la completa putrefacción de los antiguos partidos del capital, tras haber recorrido paso a paso el camino de integración al sistema y con 10 años de gobierno, aliado con aquellos partidos a los que enfrentó en su nacimiento y primer desarrollo, no da muestras en la teoría, la política y la organización, del vigor necesario para remontar su vertiginosa caída, no negada por sucesivas victorias electorales.
Elecciones. Como directa expresión de la ausencia de partidos revolucionarios socialistas con arraigo en las masas, con excepción de los miembros del Alba, los procesos electorales en las sociedades latinoamericanas muestran signos de agotamiento como expresión de la democracia. Comicios regulares y eventuales recambios de gobiernos al compás de un constante empeoramiento de las condiciones sociales y el ostensible festival de corrupción de los aparatos gobernantes en función del capital, todo amarrado por instituciones que para la participación electoral exigen cantidades fabulosas de dinero y alimentan el recambio exclusivo entre representantes del gran capital producen un desencanto general con esta mascarada democrática y obligan a sectores de la vanguardia a preguntarse por nuevos caminos para alcanzar mudanzas verdaderas. Paraguay es un caso clave, pero lejos de ser el único.
Pluripolaridad. Éste fue un vector fundamental en la estrategia internacional de Chávez. Su enorme potencia reside precisamente en la posibilidad de encauzar las fuerzas centrífugas generadas por la crisis capitalista hacia la conformación de bloques de diferente naturaleza pero aunados en su distanciamiento defensivo de los centros imperiales (es la forma contemporánea del concepto Frente Único Antimperialista elaborado por la Tercera Internacional en tiempos de Lenin y Trotsky). Con intrépida sagacidad y eficiencia, en momentos de eclosión de la crisis el gran capital imperialista respondió rearticulando el G20, qel cual serviría desde 2008 para imponer la política de salvataje global elaborada en Washington y Bruselas. Ese paso desanduvo en buena medida el camino recorrido en la primera década del siglo. La reaparición de la crisis estructural, todavía invisible a la mirada superficial, conflictúa por estos días ese grupo eficiente durante cinco años decisivos para evitar el pasaje de la recesión a la depresión. Pero la nueva dinámica centrífuga no encuentra un centro de atracción antimperialista con suficiente poder. La citada reunión en Moscú de productores de gas, con la participación de Rusia, Venezuela, Irán, Bolivia, Ecuador y otros países (y la comprensible réplica brutal del imperialismo), el zigzagueo irresuelto en la agresión a Siria (Rusia y China Mediante), el callejón sin salida de Estados Unidos en su intento de emplazar misiles de largo alcance en los bordes de Rusia, son algunos entre muchos otros signos de que la evolución tendencial hacia un contrabloque del G20 cuenta con suficientes fuerzas motrices aunque no con estrategia explícita y liderazgo suficiente.
Caminos de la transición. Aun en este cuadro de severas dificultades, la marcha con rumbo antimperialista y anticapitalista de los países del Alba avanza paso a paso. Hay barreras objetivas (PIB conjunto comparado sobre todo con los tres mayores países de la región, insuficiente acumulación primitiva, subdesarrollo industrial y científico-técnico, falta de instrumentos políticos a la altura de las exigencias…) que plantean límites sólo superables mediante dos factores: tiempo y extensión de la estrategia anticapitalista a todas o algunas de las economías mayores (Brasil, México, Argentina). Resistir y ganar terreno mientras esa posibilidad se realiza es la gran tarea a la que todo genuino revolucionario, en América Latina y en cualquier parte del mundo, está compelido a contribuir con el máximo de esfuerzo, lucidez y disciplina. Se trata de la mayor amenaza política actual al sistema capitalista y, por tanto, será atacada por los centros imperialistas desde todos los flancos, sin excluir el de la violencia a gran escala si se les permite.
Disritmia en el corazón del capital. Movimientos de víctimas de la crisis en los países centrales conmovieron Europa e hicieron una aparición fugaz en Estados Unidos. Impensable un mundo futuro sin la participación de los proletariados y las juventudes en los países imperialistas. A la vez, impensable el desarrollo y radicalización efectivos de esos movimientos sin un choque frontal con las fuerzas reformistas pro-capitalistas dominantes en partidos y sindicatos. Desde hace años se estructuró una alianza socialdemócrata-socialcristiana para cerrar el paso a cualquier variante revolucionaria. Las formaciones alternativas están a menudo cribadas por concepciones antipartido o por sectarismo, enfermedades ambas que impiden su transformación en alternativas reales de lucha por el poder y la revolución. También aquí el tiempo es un factor insoslayable; aunque si éste es relativo en cualquier circunstancia, tanto más lo es cuando se desencadena una crisis y las masas quedan ante situaciones extremas.
Un centro internacional para la revolución. A la disgregación capitalista sólo puede contrarrestarla la centralización por el socialismo. Los esfuerzos por la unión antimperialista a gran escala serán frustrados -¿cuántas veces se ha visto esto en el último medio siglo?- si no aparece y se afianza con poder real un centro internacional por el socialismo. Entre las muchas intuiciones geniales de Chávez, ésta fue la más brillante y osada. También la menos meditada y aquilatada por cuadros y partidos anticapitalistas en el mundo. Su llamado a la creación de una Vª Internacional fue respondido con inmediato apoyo en innumerables casos a escala global, pero soslayada o rotundamente enfrentada por fuerzas fundamentales. Era uno de sus objetivos principales cuando lo atacó la enfermedad. Y el proyecto estratégico cayó en saco roto, tanto en la acción como en el pensamiento anticapitalistas. No es función de gobiernos crear una internacional revolucionaria. Pero sí les corresponde a ellos impulsarla, directa e indirectamente, a través de partidos, cuadros y líneas políticas de acción estratégica. Como sostuvimos en 2009, cuando el comandante Chávez lanzó la idea, estamos convencidos de que tal instancia organizativa se asemejará más a la Primera Internacional, fundada por Marx y Engels, que a las que la sucedieron: “En la actualidad, por razones objetivas y subjetivas una organización internacional no puede pretender la homogeneidad ideológica que originalmente tuvieron la IIª, IIIª y IVª. Por el contrario, en lo que hace a su heterogeneidad superaría largamente a la Iª, aparte de que no resultaría del impulso consciente y organizado de una vanguardia obrera con aval de masas” (Trinchera de ideas. Hora de definiciones. Chávez llama a la Vª Internacional; pág. 356). Esta certeza no contradice la necesidad de organización partidaria, sino lo contrario, con la capacidad para incorporar a millares de instancias políticas, sindicales, campesinas, estudiantiles y populares de todo tipo. Se verá si la mirada realista de direcciones políticas con aval de masas no se reduce al accionar pragmático.
Colofón
No: el fantasma de una depresión mundial, superior en todos los órdenes a la de 1929, lejos de haber huido, planea cada vez a menor altura sobre las grandes economías. No: la Unión Europea no salió de la recesión; Estados Unidos al contrario de haber revertido la caída de 2008 vio el aumento de la desocupación, la disminución del nivel de vida del conjunto social y la distorsión sin precedentes de sus números macroeconómicos arrastrados por una emisión sideral, base de la pausa en la caída. No: China no continúa jugando el papel de dinamizador de la economía mundial al nivel requerido por la crisis occidental. Por el contrario, en dinámica de estancamiento, obrará más y más como feroz competidor, en tanto gran potencia industrial. En cuanto a los restantes Brics, con la excepción relativa de Rusia y con Brasil a la vanguardia, no son ya, ni pueden en ninguna hipótesis ser a mediano y largo plazos, el motor capaz de mantener en vuelo a la aeronave averiada del sistema dominante.
En suma: la pervivencia del capitalismo requiere, como siempre para sanear su estructura y remontar una crisis, control y abaratamiento de fuentes energéticas y materias primas (primera exigencia para contrarrestar la ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia), destrucción de valor por doquier (condición para resolver la sobreproducción) y acción contrarrevolucionaria en cada punto donde pueda aparecer un faro anticapitalista. Todo esto conduce a la guerra, clásica o postmoderna. La tragedia provocada en Siria por Washington y Bruselas es un ominoso adelanto. América Latina, en particular los países del Alba, afrontan esa realidad o sucumben ante la supremacía político-militar del conjunto imperialismo-burguesías locales. Aliados, munidos de poderosísimos recursos, socialdemocracia y socialcristianismo trabajan para sostener el capitalismo, aunque dicen estar contra el autoritarismo y la guerra (muchos pueden incluso creerlo, puesto que, como dice Adriano por la pluma de Marguerite Yourcenar “a la larga la máscara se convierte en rostro).
Este dilema está planteado en ausencia del Libertador socialista, quien citando al Che insistió siempre en la necesidad de estar “un paso delante del caos”.
Permítasenos repetir, ahora en clave latinoamericana, que el futuro depende de que la masa asuma conscientemente su condición de clase, el individuo complete su deliberada transmutación en Partido y quede conformada, como culminación de un proceso de rescate y recomposición, una dirección revolucionaria en Venezuela, con proyección y articulación internacionales.
Una inmensa labor de difusión y debate, de educación de masas, de enseñar para aprender, de organización política en cada país y a escala internacional, es la contribución que propongo, con carácter impostergable, a las y los participantes en este VIIº Congreso Internacional de Filosofía.
Buenos Aires, 24 de agosto de 2013
a).- On the Role of the Individual in History; G.V. Plekhanov (1898). Selected Works of G.V. Plekhanov, Volume II. Publisher: Lawrence & Wishart, 1961. (Hay traducción al castellano).