¿A alguien le quedan dudas de que Maduro (“Nicolás”, para la gran mayoría del pueblo que lo sigue adonde vaya) se ha puesto encima la piel, la fuerza, el corazón y las ideas libertarias de Hugo Chávez? ¿Y que con todo ese andamiaje está dispuesto a que en Venezuela Bolivariana no quede en pie ni un solo ladrillo que no sea chavista?
El hombre se crece día a día, y lo más importante, para la continuidad del proceso revolucionario, es que está convencido de que ahora es cuando hay que arremeter hacia adelante y profundizar los cambios, hasta las últimas consecuencias.
Es por eso, que Nicolás apunta en la campaña a los problemas que se han hecho casi una costumbre en el escenario venezolano. La inseguridad, por ejemplo.
Sobre el particular, Maduro habla claro: “Vamos a ir a las guaridas de los malandros y les daremos la última oportunidad para que se desarmen”.
Si no aceptan, en Venezuela hay suficiente fuerza armada legal y milicianos del pueblo, como para convencerlos, y acabar de esta manera con una muletilla que la oposición derechista esgrime según le convenga.
El candidato apunta con todo a otros dos enemigos de la buena continuidad del proceso. Están enquistados en los sitios más variados del mismo y se llaman corrupción y burocracia. Sabe el futuro presidente que esos son huesos duros de roer, precisamente porque se mimetizan en el cuerpo revolucionario, usan los mismos símbolos, cantan las consignas más duras, crean metástasis. Se enriquecen individualmente, desprecian lo colectivo, frenan la marcha de la construcción del proyecto socialista. Maduro, como hijo dilecto de Chávez, deberá embestirlos drásticamente, obligándolos así, a que cesen su sabotaje al proceso.
También, Nicolás apuesta fuerte a reivindicar la lucha de clases, y desde esa definición profunda, acicatea constantemente a la burguesía y la oligarquía local, denunciando sus maniobras y descubriendo sus complicidades. Convoca a gestar el poder de los trabajadores y trabajadoras, sujeto indispensable para que un movimiento popular, nacionalista, revolucionario y anticapitalista como es el bolivariano, acelere su marcha. Va al centro de una asignatura pendiente del chavismo: incorporar a los puntos clave de decisión, a quienes siempre ha hecho mover las ruedas de la historia.
De esta manera cumple consigo mismo, tal cual dijo en los actos de la campaña: “Como obrero que soy, estoy dispuesto a proteger a mis hermanos de clase”. Y le pone realidad a lo que afirma, prometiendo un superlativo aumento salarial cercano al 45%.
A nivel de lo que puede aspirar el continente nuestroamericano y caribeño del futuro presidente, todo indica que se fortalecerán los lazos integradores, y sobre todo se radicalizará aún más el discurso antiimperialista que tanto preocupa a Washington. Maduro está formado abajo y a la izquierda, tiene claro que los gringos fueron, son y serán el gran enemigo de todos aquellos que aspiran a una sociedad socialista y en ese sentido cargará con munición gruesa contra la prepotencia imperial. Fortalecerá el ALBA y bregará, como es lógico, para sumar más países a esa alianza estratégica.
Por todo ello y mucho más, el domingo debe ganar Maduro, para que los “caprichitos” del “burguesito” Capriles queden en un patético anecdotario, y los pueblos se preparen para presenciar otra etapa de avanzada del proceso revolucionario.
¿Qué el enemigo puede intentar recorrer “otros caminos” para sabotear el proceso? Es posible. Pero no hay que olvidar que el pueblo venezolano está tocando el cielo con las manos, y ese factor le dará el coraje suficiente para frenar cualquier intento involucionista, sea de la derecha o de la social-democracia, que también acecha.