“Si yo tuviera un corazón, escribiría mi odio sobre el hielo, y esperaría a que saliera el sol”
Gabriel García Márquez
Chávez lo intento en sus primeras palabras al país después de su secuestro en el golpe de estado del 2002, nos dijo a todos que volviéramos a nuestras casas para que el país se enrumbara al camino de la paz. Con su crucifijo en alto llamó a intentar vivir en armonía todos los venezolanos.
Fueron los tiempos en que José Vicente Rangel en una reflexión profunda, también nos dijo de lo necesario de una reconciliación entre todos los venezolanos.
Hoy José Vicente activa otra vez dicho llamado, en momentos en que las fuerzas en disputa, poseen ciertas semejanzas en sus adeptos.
Un país como el nuestro, que jamás me dejara olvidar las palabras de Juan Pablo II (un Papa con sus defectos y virtudes) que se quedó maravillado de una de nuestras idiosincrasias más bonita que tiene nuestro pueblo, una costumbre y respeto arraigado en nuestros corazones: Pedir la bendición por parte de los hijos a sus padres, desde el fondo de sus almas.
Una reflexión que nos hace un llamado a la cordura, en un país bendecido por el Creador, donde no nos falta nada…
Una reflexión que me dice que los cacerolazos no eran solo en el Este de nuestra ciudad, que también se sentían en Pinto Salinas y Simón Rodríguez, como lo escucho mi persona, los mismos sonidos que se escucharon en Petare, como también en Propatria…
Solo imaginemos, en lo que sucedería si todos los vecinos, en vez de tener cacerolas haciendo bulla en un lado y música de nuestro Ali Primera acompañado de cohetones en contiguo, los cambiáramos por metralletas para cada vecino…
Yo seré chavista toda mi vida, y mi hijo de 18 años piensa que la oposición también tiene sus razones: ¿Será que ya no puedo vivir con mi propio hijo?
Yo pienso que si…
El esgrime sus razones y yo expongo las mías…
¿Todavía hay tiempo para la cordura?
Pienso que si……………….
Aquí les dejo la profunda reflexión de nuestro compañero y camarada José Vicente Rangel en Ultimas Noticias de ayer:
Luego de los tensos momentos vividos durante el pasado domingo 14 de abril, es importante reaccionar con responsabilidad. Si algo deriva del resultado electoral que se expresó en las urnas ese día, es la confirmación del agudo clima de polarización en el cual vivimos los venezolanos.
De nada vale que los factores políticos y sociales que se enfrentan aleguen, de lado y lado, actos de ventajismo, trácalas o cualquier otro tipo de perversión. Existe una realidad insoslayable, redonda, contundente, que sería necio negar. Esta no es otra que la evidencia de que la sociedad venezolana está dividida en dos mitades y que, por suerte, dado el carácter de nuestro pueblo, la sangre no llega al río. Por situaciones menos conflictivas, la gente en otros países se ha matado. Aquí, en momentos más críticos, termina imponiéndose la racionalidad. Pero no podemos abusar.
El mapa electoral que surge del 14-A indica que Nicolás Maduro ganó en 16 estados, es decir, que perdió 4 de los 20 que obtuvo el 16 de diciembre de 2012, y que Henrique Capriles triunfó en 8, o sea, que sumó 5 a los 3 que conservó en las elecciones de gobernadores. El dato es importante por lo siguiente: porque sin duda ese resultado afectó fundamentalmente al chavismo, ya que en los estados donde se impuso hubo, sin embargo, una disminución de la ventaja que obtuvo en los comicios del 16-D. ¿A qué atribuirlo? ¿Acaso a problemas que tocaron directamente a la colectividad como el eléctrico, la inseguridad, el desabastecimiento, la devaluación? ¿O la merma fue producto de la desaparición física de Chávez, líder del proceso revolucionario e incomparable conductor popular, capaz de convertir en éxito, en las condiciones más adversas, cualquier proceso electoral? Corresponde a las autoridades del Psuv y del Gran Polo Patriótico hacer el análisis en profundidad de lo sucedido, examinar las causas que afectaron a una elección que fue vista en todo momento con optimismo. Razón tiene Diosdado Cabello cuando aboga, de inmediato, por una autocrítica sincera.
La situación derivada de los guarismos electorales, el incremento de los votos de la oposición y el mantenimiento por parte del chavismo de una sólida posición en medio de agudos problemas, lo cual prueba el calado popular del movimiento que lideró Hugo Chávez —que, evidentemente, lo trasciende con una conmovedora devoción y lealtad—, obliga a un reconocimiento recíproco. El mayor error en que pueden incurrir las fuerzas que se disputan el poder en Venezuela, está en subestimarse, recíprocamente, tanto el uno como el otro. Hay un movimiento fuerte, poderoso, en el Gobierno que impulsa un proceso transformado que apartando fallas y errores ha servido para cambiar la política, para oxigenarla, para darle un nuevo rostro, y conectar ésta con lo más profundo del pueblo. De este aporte, sin duda alguna, también se ha beneficiado la oposición. Y con el correr del tiempo se ha conformado una oposición que conquistó espacios importantes y debe ser reconocida como tal. En el reconocimiento, entre sí, de ambos factores está la clave para acceder a la normalidad institucional y darle al país la tranquilidad, la paz, la seguridad, el progreso que los venezolanos de uno u otro bando reclaman.
Las cifras son contundentes: Nicolás Maduro obtuvo 7.505.338 votos (50,66%) y Henrique Capriles 7.270.403 (49,07%). Los números confirman la polarización y la estabilidad institucional dependerá de cómo éstos sean asumidos. No hay razón para engañarse y la única manera de no caer en el error, que no es otro que desconocer la realidad, es trabajarla siguiendo la hoja de ruta de la legalidad que emana de la Constitución Bolivariana. ¿Qué quiero decir con esto? Primero que nada, que Nicolás Maduro ganó limpia y democráticamente las elecciones presidenciales del 14-A. Que el resultado del CNE dio al país es impecable, se ajusta al escrutinio y, por consiguiente, es irreversible. El CNE tiene autoridad legal, moral y apoyo suficiente en la opinión pública para que su información sea respetada y acatada. Es el árbitro al que se sometieron por igual el chavismo y la oposición. Pretender desconocerlo ahora es rebelarse contra la autoridad competente. La diferencia de votos entre Maduro y Capriles, motivo de la disputa que se genera a raíz del resultado, es atípica en los procesos electorales de la V República donde los márgenes de ventaja del chavismo dieron origen a una cultura basada en los holgados resultados a lo largo de 17 procesos electorales. 235.00 votos de ventaja (1,59%) está en la línea de lo que lo regularmente es el margen de triunfo. Aquí mismo en Venezuela, durante la IV República, en el puntofijismo, Rafael Caldera venció a Gonzalo Barrios en las presidenciales de 1968 por 0,89%, y en la región tenemos casos similares como las dos últimas elecciones mexicanas, e, incluso, las de los Estados Unidos, suficientemente conocidos.
Desde luego, a la oposición le asiste el derecho a objetar el resultado. Solo que tiene que hacerlo respetando la legalidad y las instituciones. Hay instancias que no es posible poner de lado. La oposición tiene que canalizar su denuncia a través del CNE e impugnar el resultado recurriendo a la instancia correspondiente. De lo contrario, estará reaccionando contra el Estado de derecho. La excelente campaña electoral que ese sector hizo y el liderazgo conquistado por Capriles, lo puede arruinar un paso en falso. ¿Consistente en qué? En la tentación de caer en la trampa que condujo a la oposición hace 11 años a la aventura. La poca capacidad para resistir la presión de los ultras, los intereses transnacionales que se juntan para empujar una salida de fuerza en el país. En fin, los odios, los rencores, y todas aquellas manifestaciones salvajes que terminan contaminando la política.
Hay un doble desafío. Uno para el chavismo, que tiene que aceptar que medio país lo adversa por las razones que sea. Que ese medio país se expresa hoy a través de una oposición donde hay importantes factores democráticos que están haciendo un trabajo que, indudablemente, le ha dado beneficios electorales. Ese sector debe tener un reconocimiento en tanto se mantenga en el plano cívico, democrático y rechace cualquier tentación que lo aleje de lo que está pautado en la Constitución del 99. El otro desafío es precisamente para la oposición. En su seno hay gente que pretende extirpar, por así decirlo, al chavismo. Que tiene una concepción fascista de la política. De tal sospecha no escapa Henrique Capriles. Él afirma que siempre ha sido un demócrata, que no ha conspirado. Lo cual no es cierto. Él participó activamente en las bochornosas acciones del 11 de abril, las guarimbas, la persecución de dirigentes chavistas y el paro-sabotaje de la industria petrolera. Al respecto hay testimonios suficientes. Sin pretender ser juez de los demás, esa pasada conducta tiene un peso importante. Lo que no implica desconocerle que ahora está abocado a un trabajo político de carácter institucional que ha servido para fortalecer a la oposición.
En síntesis: Es el momento de la política. De abrirse al diálogo. Hay que buscar con audacia a los interlocutores que, en mi opinión, existen. El planteamiento sobre la paz, si no se aborda con decisión, puede volverse simple retórica y correr el riesgo de perder una excelente oportunidad para que la situación que se reflejó en los resultados electorales del 14-A tenga respuesta apropiada. Diálogo y política constituyen la clave a partir de ahora.
josevarela753@hotmail.com
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