¿Buhonería, o revolución comercial?

Quincalleros, *boutiqueros*, informales, y demás despectivos afines, son los que hallamos en el vocabulario de sociólogos y políticos de oficio para calificar a los protagonistas de este interesante movimiento comercial que ha venido cobrando relevancia sociopolítica desde hace unos 40 años en las principales capitales burguesas del mundo.

El peruano Vargas Llosa ha escrito mucho sobre ellos sin llegarle todavía al meollo del caso.

Su causa principal: la ineluctable e inevitable incapacidad del sistema industrial burgués para dar empleo a muchos trabajadores en pleno goce de sus facultades productivas. A tal punto llega el monto de la explotación burguesa, que con su limitada capacidad de explotación , o de empleo, han logrado acrecentar su riqueza sin cortapisa alguna, y, es más, sin una buena cuota de desempleo permanente los industriales correrían el riesgo descapitalizarse; esto está probado matemáticamente.

El pleno empleo en este sistema es sólo ocasional o coyuntural, y por lo general finalmente desemboca en mayor desempleo de asalariados, a diferencia de los regímenes precapitalistas donde los explotadores de entonces se peleaban por aumentar su plantilla de esclavos y sirvientes.

Académicamente hablando, los trabajadores *a cielo abierto* forman en principio el denominado *Contingente de Reserva Industrial*, al que suele echar manos el patrono burgués cuando decide cesantear a sus trabajadores que por alguna justificada razón se les tornen inconvenientes o pichacosos.

Cierto que todos nos incomoda su desaseo, su apelotonamiento que hace intransitable las calles y avenidas de fuerte movimiento comercial; cierto que no colocan la basura en su lugar, y cierto también que compiten *deslealmente* con los comercios establecidos y *formales*, pero no menos cierto es que representan la más pura protesta de una parte importante de la población que valiente y tesoneramente se juega la vida misma frente a una policía despiadada y desalmada, frente a matraquearos de oficio, cierto es también que no gozan de ninguna seguridad social, que no tendrán jubilación ni pensión, ni prestaciones sociales; que no tienen días de asueto, que de hecho no tienen donde guarecerse, y se encuentran permanentemente expuestos a perder su pequeño inventario, al atraco fácil y silencioso.

¿Y qué tenemos hasta ahora como solución para esta problemática sociológica con matices de política popular?: que en el *mejor* de los casos, un Alcalde *generoso* y *humanitario*, suele reubicarlos o engalponarlos en las afueras del centro comercial que es precisamente su hábitat rentable y forzoso.

El caso es que el *trabajo comercial a cielo abierto* y al menudeo surge sólo allí donde se halla el comerciante convencional, aparatosamente establecido, quien cuenta con seguridad policial, baños, agua potable y demás comodidades, y consecuencialmente reúne el mercado ideal para estos desempleados y marginados y excluidos del sistema.

Por eso se congestionan dichos centros comerciales, y tienden y tenderán a saturarse de estos trabajadores, y por muchos galpones de reubicación que se les brinden, reaparecerán de nuevo en la cuantía de los nuevos desempleados que el mismo sistema genera día a día , porque una cosa es cierta: no hay crecimiento vegetativo para el empleo industrial, sino todo lo contrario: la cuota de desempleo galopa la del empleo ora por la mecanización, ora por la pérdida de calidad de la producción moderna, que requiere cada vez más trabajadores más simples, más desinformados y en menor cantidad.

Obsérvese que los industriales y comerciantes de alto giro ahora tienden a establecerse en grandes y cerrados centros comerciales, (malls), libres de quienes, para ellos, es un estorbo social, aunque esos mismos comerciantes sean sus vardaderos productores y la causa última de su reiterada proliferación.

El comerciante tradicional y *formal*, a quien sólo interesa el ciudadano solvente, ha gozado de excelentes y apoltronados horarios de trabajo: De 8:30, o 9:00, a 12:00M, y de 2:30, o 3:00 a 6:00, o 7:00PM., sin haberle importado jamás lo que ha estado ocurriendo en esa ciudad que ahora se le va llenando de trabajadores a cielo abierto en una suerte de protesta social de inequívoca factura revolucionaria.



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Manuel C. Martínez M


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