La izquierda anglo-estadounidense –al menos esa parte de la izquierda que se interesa por los temas internacionales- está apoyando consistentemente a Asad. En un extremo del espectro, esta actitud aparece de forma explícita y se basa en la aceptación de una especie de flujo de noticias proveniente del universo alternativo. En el otro extremo, encontramos condenas pro-forma a Asad junto con llamamientos a “negociaciones pacientes”, o condenas a las “injerencias occidentales”, o tan sólo un levantamiento de manos del estilo del “No sé” de Chomsky (*). Poco importa cuál de esas respuestas predomine. En cualquier caso, sólo consiguen beneficiar al régimen y todo el mundo es consciente de ello.
¿Acaso alguien importante, con peso, escucha en algo a la izquierda? Puede que sí. En primer lugar, las victorias más obvias de la izquierda, aunque modestas, tuvieron una influencia amplia, indirecta y difusa, testigo del surgimiento de lo “políticamente correcto”, que tuvo su origen en el izquierdismo de los años de la década de 1960. En segundo lugar, la izquierda puede influir en la política de Occidente porque –como sucedió en la cuestión de lo “correctamente político”- está empujando una puerta entreabierta. Occidente tiene demasiado miedo a actuar en Siria; y busca razones para no hacerlo. Los incesantes llamamientos de la izquierda a la inacción y a la desvinculación han ganado audiencia debido a su publicación en periódicos y páginas web tales como The Guardian, que ha alcanzado un virtual estatus dominante. Quizá esto atraiga la atención de los responsables políticos, o de quienes tienen una influencia real en ellos. Por tanto, la izquierda podría modestamente congratularse de estar ayudando a Asad a sobrevivir un poco más.
Es difícil imaginar una posición más claramente errónea y menos excusable. Errónea, porque los hechos respecto a Siria son confusos sólo para quienes quieren que lo sean. Incluso quienes apoyaron, por ejemplo, los juicios de Stalin, tenían más excusa porque había más de una razón para equivocarse y después alegar ignorancia. ¿Cómo sucedió eso? Las causas estaban en una ideología que, para variar, fomentaba la ignorancia.
La ideología de la mala-persona
En el corazón del antiimperialismo estilo-Chomsky está el juicio de valor de que EEUU tiene mal carácter. Que es egoísta, mezquino e –al parecer, lo peor de todo, por los miles de artículos dedicados a la cuestión- hipócrita. Esta afirmación se apoya en el examen de gran parte o de toda la historia estadounidense y en el hallazgo de un modelo de egoísmo, avaricia, brutalidad, hipocresía y otros vicios.
Los filósofos pueden defender la idea de entidades abstractas tales como EEUU, y puede que Vds. conciban alguna noción coherente acerca de qué es eso de que las entidades tengan carácter. ¿Es EEUU una entidad abstracta especialmente inmoral, a diferencia de todas las demás naciones? Quizá Chomsky esté manipulando un poquito; EEUU ha hecho algunas cosas buenas, como abolir la esclavitud, instituir algunas libertades civiles, combatir a Hitler, etc.
Pero incluso aunque tuviera razón, las teorías acerca del carácter de las entidades abstractas no son una base adecuada para el análisis político. Por un lado, no apoyas o dejas de apoyar a determinados agentes políticos sólo porque tengan buen o mal carácter. Tienes que mirar los efectos reales que produce el hecho de apoyarles. Por otro lado, la política depende fundamentalmente no sólo de lo que permanece inmutable –o de los rasgos duraderos de una entidad abstracta, por ejemplo- sino también de lo que cambia.
Obama, por ejemplo, no es Jack Kennedy, el hijo de puta que invadió Cuba e hizo que la guerra de Vietnam se convirtiera en una criminal carnicería. Y hay otras cosas que también han cambiado. EEUU no quiere, como en los días de antaño, saquear el mundo en búsqueda de recursos. ¿Qué iba a hacer con ellos? No va a fabricar más y –este es un cambio demasiado reciente y fundamental para que la izquierda lo haya procesado- no tiene que preocuparse ya por los suministros de petróleo. No necesita un imperio o “hegemonía” porque hay ya numerosos regímenes viles e independientes con los que mantiene una relación mutuamente beneficiosa. Y más importante aún, EEUU ha perdido demasiadas guerras. Algunos dicen que esto empezó con Corea. Desde luego, Vietnam supuso una derrota ignominiosa y Afganistán supondrá otro tanto. En Iraq, EEUU nunca consiguió un control eficaz del territorio: si la situación en Alemania circa 1946, o posteriormente, se hubiera parecido en algún momento a la situación en Iraq, Truman o Ike habrían despedido a toda la plantilla de generales. Así pues, incluso en estrictos términos militares, eso cuenta también como derrota.
Como consecuencia de todo lo anterior, EEUU es débil, tanto en términos relativos como absolutos. Ha sido, de forma consistente, incapaz de imponer su voluntad a pesar de desplegar sus mejores esfuerzos. Es también timorato. No quiere extender su alcance global. Incluso para mantener su posición, pone su fe en las fuerzas armadas de otros, con resultados casi cómicos en Iraq y Afganistán. Quiere que las Naciones Unidas y la OTAN se hagan cargo para que EEUU no acabe derrotado en sus absurdas aventuras. Y como esto no va a suceder, no sabe qué hacer.
A los ideólogos de la teoría de la mala-persona les cuesta reconocer esto porque para ellos no es suficiente con que EEUU sea malo. Tiene que ser muy, muy malo, y, por tanto, muy poderoso; sólo así puede justificarse la vieja y buena rutina de condenar a EEUU a la exclusión de casi todo lo demás. El terco compromiso con EEUU como coloso tiene efectos adversos aunque típicamente secundarios: el resto del mundo carece prácticamente de entidad. Es por este motivo por el que, para los ideólogos de la mala- persona, el 11-S fue un mero crimen, una cuestión policial y no un ataque importante contra el poder de EEUU. Y es por ese motivo por lo que, para la izquierda, las víctimas de EEUU parecen diminutas, indefensas, apenas humanas. ¿Cómo podrían esas pequeñas personas, después de todo, levantarse frente a EEUU? Este sigiloso chauvinismo distorsiona intrínsecamente el análisis de acontecimientos como el levantamiento sirio o el libio, porque si EEUU los aplaude, los consideran como meros peones del juego estadounidense.
Evadiendo realidades
Estas distorsiones pueden divorciar la ideología de la mala-persona de la realidad política, pero no plantean dudas entre sus seguidores. Después de todo, sus creencias morales no se ven afectadas y es muy probable que así sigan. EEUU es y continuará siendo malo. Eso se debe a que los Estados, hablando en general, tienen efectivamente mal carácter moral. Los países persiguen por lo general sus propios intereses, a menudo a expensas de los pobres y oprimidos del mundo, frecuentemente en el marco de su mandato nacional democrático. Mientras esto no cambie –y no cambiará-, los ideólogos de la mala-persona pueden seguir predicando sin el más mínimo respeto por el curso de la historia.
¿Qué haría falta para revelar la debilidad de la ideología de la mala-persona? Reconocer que ser un país moralmente malo no excluye de estar en el lado moralmente justo de las cosas. Países malos pueden seguir buenas políticas, al igual que la gente mala puede llevar a cabo buenas obras. Hasta hace muy poco, esto no sucedía: EEUU se hallaba consistentemente situado en el lado equivocado de cualquier conflicto. Pero, ¿qué pasa con Siria? Que EEUU, sin convicción, como siempre, se sitúa al lado de la revolución siria. Como EEUU está de su lado, y EEUU es malo, la izquierda está contra la revolución. En lugar de abandonar su obsesión con el mal carácter, se pone del lado de la atrocidad. Desde luego, como no puede admitir esto, hace lo mismo que todos los ideólogos insolventes: negar la realidad. Puede persistir en esa negativa porque, reacia una vez más frente al cambio, no es consciente de que ha perdido uno de sus principales activos: el acceso a la información secreta o suprimida.
La izquierda podía acceder en otro tiempo a esa información. Y expuso las atrocidades que se cometían en Sudamérica, en Vietnam, en Chile, en Palestina y en muchos otros lugares. En efecto, ese fue probablemente el logro más inmediato y concreto de la izquierda. En la actualidad –como mucho en los dos últimos años-, las cosas han cambiado. La izquierda ya no dispone de acceso especial y ha pasado de las fuentes que nadie tenía a las fuentes que nadie más quiere.
Esto tiene muy poco que ver con los medios sociales y mucho que ver con la nueva ubicuidad de los teléfonos inteligentes y los teléfonos con cámara. Estamos inundados de datos por todas partes. Sí, parte de eso es falso, pero es un aspecto que tampoco la izquierda entiende. Por una parte, la mayor parte del material son grabaciones de video. Pueden haber sido falseadas o tergiversadas, pero es una propuesta mucho más difícil de manipular que una única imagen, y por ahora hay ya más de 100.000 videos reforzándose mutuamente, videos que presentan el caso de la oposición (**). Por otra parte, la actividad online no sólo vuelve a recopilar los datos como verdad; también la analiza. Cada día, la oposición siria examina incluso los videos que la favorecen para detectar falsificaciones. Y como los periodistas consiguen ahora la mayor parte de la información de fuentes de Internet, participan asimismo en el proceso de selección. No es que sea un sistema perfecto, pero cuando un conflicto produce literalmente cientos de miles de videos, alcanza un grado suficiente de precisión: hasta el momento, no se conoce ninguna falsedad importante que haya sobrevivido después de unas pocas horas al examen online.
La izquierda se protege a sí misma de enfrentar este cambio aumentando el escepticismo selectivo. “Todo es falso”. Este nivel de sospecha, aunque parezca mentira, nunca se extiende a los informes a favor de Asad, al igual que no se extendió nunca a los informes favorables a Gadafi. Si la izquierda aplicara a Israel los niveles infantilmente distorsionados de pruebas que aplica a Siria, los israelíes podrían asegurar con total impunidad que nunca le han tocado un pelo a ningún palestino.
Al carecer de una información verdaderamente auténtica, la izquierda ha hecho el ridículo volviéndose hacia “expertos” más que alternativos, como Michel Chossudovsky, cuya página en Internet, Global Research, ofrece nuevos niveles de delirios “antiimperialistas”. Cuando, por ejemplo, los gobiernos turco y sirio aceptaron que Siria había disparado proyectiles a través de la frontera turca, Chossudovsky escribió un artículo citando “la extendida especulación de que un mortero sirio, que mató a cinco civiles turcos, bien podía haber sido disparado por las fuerzas opositoras con apoyo turco tratando de dar un pretexto a Turquía para avanzar militarmente; en la jerga de la inteligencia militar, una operación de ‘falsa bandera’ [1]” El pie de nota es un artículo de Reuters que, con bastante cordura, no dice nada de eso.
¿RealpolitiK?
Es difícil saber qué cantidad de ese tipo de material alternativo se ofrece de buena fe. No hay duda de que algunos malos ideólogos se dan cuenta de que la revolución siria no es un complot de una gran potencia aliada con la furia fundamentalista, pero quieren oponerse a EEUU por supuestas razones geopolíticas. Es decir, la parte que menos se engaña de la izquierda, cree, al parecer, que está involucrada en un asunto de realpolitik: dejemos que los sirios se desangren porque, aunque Asad es una mala persona, es el enemigo de una persona peor, EEUU, y, por tanto, nuestro amigo.
Este es un tipo realismo infantil. Cuando Bismark instituyó un sistema de bienestar social para cooptar a los socialistas, cuando Stalin se alió con Hitler y cuando Occidente posteriormente se alió con Stalin, eso era realpolitik. Apoyar a Asad no. Porque carece de un ingrediente esencial en cualquier “politik”: un objetivo.
Para la “realpolitik” de la izquierda, tener un objetivo, mantener a Asad en el poder tendría que servir para algo. Y no es así. Asad, gane o pierda, es una fuerza agotada. Lo único que puede hacer es combatir y reprimir a una oposición que nunca dejará de luchar por su propia supervivencia. Aunque todos ellos fueran exterminados, habría cientos de miles hirviendo de rabia y buscando una oportunidad para vengarse. Las atrocidades de Asad no son el tipo de cosas que pueden olvidarse o perdonarse. Esa rabia, ahogada, fue esencialmente la reacción a la represión de Hafez al-Asad de la revuelta de Hama en 1982; todo lo que cabría esperar ahora es una reacción mucho más amplia y profunda. El régimen tampoco va a poder comprar una vía hacia la reconciliación: si Asad gana, su economía se verá ahogada por sanciones y perturbaciones comerciales. Nadie puede racionalmente esperar que él resulte bueno para nadie: ni Irán, ni Rusia o China, ni Hizbollah, ni los palestinos, ni ninguna gran causa. Así pues, no va de apoyo al antiimperialismo de Asad ni de oposición a que le derroquen, sólo de rencor y resentimiento, nada más que de amargura hacia la Moralmente Mala Persona, Occidente, o EEUU. Eso no es política, eso son rabietas.
Imperdonable
La revolución siria es un punto de inflexión político. Nunca los hechos –para quienes están dispuestos a verlos- han sido tan claros. Ningún tipo de alarmismo puede ofrecer razones a favor del régimen. Si Asad gana, están garantizadas atrocidades infinitas. Si el Ejército Sirio Libre gana, el futuro puede ser desde malo a algo mucho mejor: nadie ha ofrecido escenarios que parezcan peores y parece como si sólo se estuvieran descartando las posibilidades más optimistas. La certeza de los horrores de Asad no puede ser preferible a las incertidumbres de su derrocamiento.
Desde luego, los izquierdistas contemporáneos están lejos de ser los únicos que han optado por la brutalidad frente a la humanidad. Pero quizá sí sean los primeros en adoptar una decisión de forma tan irracional y frente a realidades tan innegables. Su decisión está motivada por una irritabilidad insensible y la convicción de que su moral, obsoleta y aleatoria, les exime de alguna manera de la decencia común. Estas son razones que ni siquiera alcanzan el nivel de cinismo inteligente.
Los sirios dicen que nunca van a perdonar esto. Nadie debería perdonarlo tampoco. Si ha de haber una izquierda que pueda mencionarse sin asco, aparecerá sólo cuando la actual izquierda “antiimperialista” haya quedado completamente superada.
Es en este sentido que presenciamos el fin de la izquierda.
Notas:
(*) Al parecer, fue su respuesta ante una pregunta sobre Siria en un debate en El Cairo, octubre 2012. Después de año y medio, ¿todavía no sabe? Es difícil imaginar una prueba más clara de parálisis ideológica.
(**) “Cualquiera puede hacer un video falso y publicarlo, como también cualquiera puede enviar una foto falsa a la BBC, pero en cientos de miles de videos de la lucha en Siria que se han publicado en YouTube durante el pasado año han conformado un registro muy convincente que no puede falsearse”, Daily Kos: Fake Houla Massacre Photo: Was the BBC set up? Véase también Jess Hill en: “Assad’s Useful Idiots”.
Michael Neumann es profesor de filosofía en la Universidad Trent, en Ontario (Canadá). Es autor de “What’s Left? Radical Politics and the Radical Psyche” (1988), “The Rule of Law: Politicizing Ethics” (2002) y “The Case Against Israel ” (2005). Ha publicado asimismo diversos artículos sobre utilitarismo y racionalidad.