¿Los árabes están "atrasados"?

"Cada siglo va atrasado… un siglo respecto al siglo siguiente". Alphonse Allais

Les voy a contar una anécdota. En 2011, algunos meses después del inicio de la revolución, recibí la visita de una chica. Concretamente, se trataba de la hija de un militante de extrema izquierda –a pesar de todo, un buen compañero–. No la veía desde que era adolescente, una decena de años atrás. Era estudiante o artista o algo por el estilo. Tenía curiosidad por saber cómo ella, que había manifestado muy pronto interés hacia la militancia política, vivía los acontecimientos en marcha. «Siempre estás en Túnez», le dije. Me respondió bruscamente: «en Berlín. ¡Si quieres vivir Europa es allí donde tienes que estar!» ¡Lo anoté! Ni una palabra de más, ni una palabra de menos: su respuesta me impactó tanto que la apunté inmediatamente. «Pero, pedazo de idiota –me hubiera gustado decirle–, miras Europa del mismo modo que hace un siglo y medio». Estaba muy enfadado. ¿Creen que exagero? El mundo árabe, todo el mundo árabe, intentaba en ese momento reinventarse y, para ello, tenía que salirse de Europa, ¿y creen que exagero? Lo que parecía ignorar esta joven es que nosotros ya vivimos Europa. La verdadera Europa, y no la que está enamorada de sí misma. La verdadera Europa, es decir, esa Europa (o Euroamérica) que al mismo tiempo mundializa, jerarquiza, remodela nuestras sociedades, impone sus normas y sus instituciones, y que lo hace de tal manera que reproduce la jerarquía mortífera que hay en su interior. Una jerarquía –añadiría– que durante cierto tiempo le ha permitido acumular un inmenso capital (en todos los ámbitos) y que hasta ahora le ha servido para permanecer en una suerte de agonía crónica.

Nosotros, por nuestra parte, también tenemos una grave enfermedad. Y temo que con las sucesivas derrotas de la revolución árabe, ésta ha empeorado. La enfermedad se llama «europeocentrismo». Su origen se encuentra en dos ideas absolutamente falaces que se impusieron con la colonización. Por un lado, que la historia avanza y que, además, avanza hacia el progreso. Por otro lado, que la historia avanza a partir de Europa –Occidente, en general–. Aquellos países que no tuvieron la ilustre fortuna de haber nacido en Europa son considerados países-perdedores, países que hubieran sido, «subdesarrollados», «atrasados», países que no han «entrado en la historia». Por tanto, nuestra única ambición sería compensar nuestro atraso; acceder a la modernidad siguiendo escrupulosamente las etapas por las que pasaron los Estados europeos. Por eso nuestra revolución debía ser modesta no en razón de la lógica de la correlación de fuerzas políticas –lo que sería un argumento aceptable–, sino porque no es apropiado saltarse ninguna etapa para acceder a la modernidad ya que primero es necesario transformar nuestras relaciones sociales, nuestros modales, nuestra cultura, nuestras creencias, nuestras costumbres y tradiciones –como digo–, nuestras leyes, nuestras instituciones, para aprender a «vivir Europa» a domicilio. En lugar de romper con la ideología del «atraso» y con la tradición burguibistai, hacemos exactamente lo contrario de aquello que prescribía Frantz Fanon cuando les escribía a los anticolonialistas de su tiempo: «No rindamos tributo a Europa creando Estados, instituciones y sociedades inspirados en ella". Desde luego, dentro del sistema europeo, moderno y dictatorial, es preferible su forma democrática, ¿pero es un fin en sí mismo, es el modelo incuestionable que nos asegura nuestra plena «entrada en la historia»? ¿Vamos a tratar de pensar, descubrir, inventar, una nueva dinámica histórica, indisociable –por desgracia– del hecho de que Europa ya se encuentra irreversiblemente –por desgracia, otra vez– en nosotros? ¿Persistiremos en copiar modelos que han sido concebidos para ser imitados solo en las formas? ¿O seguiremos obstinados en hacer la inútil aritmética de los costes positivos y de los costes negativos de la modernidad europea o escuchando a los enmohecidos filósofos que nos machacan la confusa retórica de la «modernidad y tradición»?

Qué lejos queda el tiempo en que, como Amílcar Cabral, los revolucionarios podían escribir: «Los colonialistas tienen la costumbre de decir que ellos nos han hecho entrar en la historia. Hoy demostraremos que no: ellos nos han sacado de la historia, de nuestra propia historia, para subirnos en el último vagón del tren de su historia».

«Nosotros, los árabes, estamos atrasados», suspiramos desde hace más de un siglo. Diluvios de lágrimas impotentes inundan las columnas de nuestros periódicos. Una auténtica diarrea lacrimal. Le pedimos a Europa que nos tienda la mano mientras ella ríe placenteramente: «Nosotros, los árabes, estamos atrasados. ¡Somos modernos!». De hecho, pasamos el tiempo corriendo detrás de un tren que va detrás de nosotros. Europea no es nuestro futuro; es nuestro pasado.

i Habib Burguiba (1903-2000) está considerado como "el padre de la independencia" de Túnez. Su figura representa el discurso de la modernización al que se refiere el autor. [N. del T.]

Traducción de Francisco Fernández Caparrós.



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