Consecuencia de huracán Katrina, entre las lecciones que la naturaleza le está dando al Imperio Norteamericano para que vea el daño que hace la guerra, ha sido la decisión que tuvieron que tomar algunos médicos i médicas de un hospital de Nueva Orleáns, según noticia publicada por el diario THE MAIL ON SUNDAY el día 11 de septiembre de 2005. Según reportan Carolina Graham. i Jo Knowsley, “Médicos que trabajaban en Nueva Orleáns cuando fue azotada por el huracán, mataron a pacientes gravemente enfermos en lugar de dejar que murieran en agonía mientras evacuaban los hospitales”. I sigue la noticia: “Con bandas de violadores y saqueadores arrasando las salas de los hospitales en la ciudad inundada, los médicos principales tomaron la decisión horripilante de administrar enormes sobre dosis de morfina a los que pensaron que no podrían salir vivos”.
Estos profesionales de la medicina, posiblemente quedaron atrapados en un hospital inundado, sin electricidad, sin recursos técnicos obviamente, con imposibilidad de administrar cuidados i medicamentos, sin recursos alimenticios i sanitarios, expuestos a perecer en la catástrofe o asesinados por delincuentes; esperando la ayuda del gobierno “del país más poderoso de la Tierra” mientras su presidente estaba de vacaciones o se fue a una fiesta en California, antes de ocuparse de un problema que afectaba principalmente a gente negra, latina i pobre, pese a que “no es racista” i de comienzo les aconsejó huir i les favoreció con sus oraciones.
La decisión tomada que fue la más correcta, digna i humanitaria, transformando o cambiando radicalmente su intención de ayudar a recuperar la salud o ayudar a bien morir, en cumplir de urgencia una dolorosa pero lógica i éticamente indicada decisión, como fue suministrar a los que ya estaban en fase terminal i destinados a morir en pocas horas o días, una alta dosis de morfina para aliviarlos, dormirlos i colocarlos en un sitio resguardado en lo posible, para morir en paz. La otra posibilidad era que hubiesen perecido ahogados, por un trauma en el derrumbe de edificaciones, o vejados por las bandas de asaltantes, violadores, saqueadores (creo que como hacían los nazis, les arrancarían los dientes de oro o las prótesis) o abandonados i muertos de hambre, cuando el personal hospitalario hubiese tenido que ver por sus propias vidas. Encima de la desesperanza, el miedo (sobre todos los creyentes con grandiosa fe, aun pensando que irían a dar derechito al cielo), la angustia de no poder respirar i la falta de oxígeno, gritar, gesticular o hablar; la agonía que produce ese “proceso” que llamamos muerte, etc., tenían que soportar oscuridad, ruidos, gritos de angustia i todo lo que pudiera contribuir a una muerte horrenda i tormentosa. La Eutanasia Activa que se les aplicó, cambió ese cruel escenario, por dormirse con tranquilidad i tal vez soñando, para concluir la existencia. Quienes no han visto morir a personas en la vida hospitalaria (donde vemos variedades infinitas) no saben valorar estos momento i con frecuencia hablan estupideces.
Sin embargo, veamos la otra cara de la tragedia. La ética médica dejó de ser posición o disposición única del médico o de los médicos. Si se imponía que no se puede ayudar a morir, a veces los médicos en los centros de terapia intensiva, pueden convertir el recinto en una sala de tortura, prolongando una agonía innecesariamente o arruinando a los familiares. Posteriormente muchos juicios que han favorecido a los pacientes, han hecho ver que así como tenemos tantos derechos humanos, tenemos el derecho a escoger nuestra forma de morir, quizá el más importante de todos, porque obviamente es el último. Por eso la ética progresó en Academias, Instituciones Médicas i Tribunales, para admitir la llamada Eutanasia Pasiva, admitida igualmente por la iglesia, pese a que muchos sacerdotes i jerarcas lo ignoran. Esta eutanasia consiste en algo que a mi juicio, es peor o más cruel. En pacientes descerebrados (muerte cerebral, también admitida por la leyes, lo que ha hecho progresar los transplantes de órganos) se admite el retiro de “los recursos extraordinarios” o sea, respiradores, marcapasos, oxigenoterapia i todo cuanto ayude a mantener una vida artificial i, por cierto, extremadamente costosa para el hospital (que gasta solamente tiempo) pues los familiares deben pagar absolutamente todo, hasta dejando “ganancia” para la institución. Recientemente hemos tenido un caso de conocimiento mundial: la muerte de la Sra. Terri Schiavo, descerebrada desde hacía 15 años atrás, i cuando marido al fin se decidió por la Eutanasia Pasiva, todo resultó más cruel, pues se le suspendió toda alimentación por vía parenteral i por sondas i prácticamente murió por hambre. Qué hubiese sido más humanitario i digno ¿Ponerle una sobredosis de un derivado de la morfina i que muriera cerrando sus ojos en minutos, o hacerla morir enflaqueciendo o por emaciación, como murió, en el curso de varios días? Por eso, esta muerte fue un verdadero espectáculo internacional, lo que ha podido ser una decisión simple, éticamente justificable i casi desapercibida para el mundo.
El desconocimiento de muchos preceptos éticos; la ignorancia de cómo hacer juicios éticos i el veneno religioso, han propiciado que una doctora de ese hospital de Nueva Orleáns diga ahora que tiene cargos de conciencia i cómo reza para que Dios tenga compasión de su alma, cuando si hubiese un Dios justo i bueno debería condecorarla por tan nobles sentimientos humanos. Quizá sea mayor el miedo que tiene, porque en el estado de Louisiana, la Eutanasia es ilegal, hai un testigo nombrado que se horrorizó también por los hechos (un tal William “•Forest” McQueen) i que a las dos pasada busca hacer algún negocio con la tragedia.
Esta doctora relata igualmente “que estas personas iban a morirse de todas formas” i que “tenía pacientes agonizando con cáncer” i que lo que se hizo fue acelerar (no lo dijo, pero lo agrego) plácidamente el proceso de la muerte”. Relata cómo dividieron a los enfermos en tres grupos i cómo tomaron las decisiones i con lucidez, declara lo más importante: (la decisión) se redujo a ofrecerles a las personas el derecho humano básico de morir con dignidad. El señor McQueen, gerente de servicios públicos de la ciudad de Abita Springs, al norte de Nueva Orleans, dio a conocer la noticia a los familiares, diciendo palabras para mí nada correctas i utilizando mal un verbo. Les dijo que los pacientes habían sido “piadosamente sacrificados” cuando ha podido decir, “fueron ayudados a morir dignamente”, pues hasta después de inyectados, las enfermeras permanecieron a su lado hasta morir. Por ese mal manejo de los conceptos i por los prejuicios absurdos que siembran las religiones, la doctora cuya identidad hasta ahora resguarda la prensa, dijo también que muchos pacientes tenían ya carteles de “no resucitar” (por cierto un verbo mal empleado) i que “la gente considera imposible entender la situación. Tuve que tomar decisiones de vida o muerte en fracciones de segundo”. Se hizo, pues, una eutanasia con justificaciones humanas indiscutibles i que bien razonadas (a posteriori), también tienen justificación ética. La medicina i la filosofía, deben progresar al mismo tiempo i el problema de la ética, insisto, debe enfocarse como ciencia i no como moralidad religiosa o tradicional.
El gobierno de los Estados Unidos, poco le ha importado muchísimas muertes de hombres i mujeres jóvenes, de niños i niñas, de hombres i mujeres maduros que superaban la vida; por eso ante este conflicto entre tragedia i la decisión que tuvieron que tomar algunos colegas del norte, me trae a la mente un pensamiento de Plutarco, leído cuando escribía de la Eutanasia: “La muerte de los jóvenes es un naufragio; la de los viejos es un atracar en el puerto”.