Tuve la oportunidad de conocer al doctor Edmundo Chirinos. Creo, que en política siempre fue sincero. No lo sé si en siquiatría. Nada tengo que opinar por el caso que lo llevó a prisión. Jamás me ocupé de averiguar si era cierto o no. Sí duele que un hombre de su naturaleza, con la convicción ideológica que profesaba y con su profesión de siquiatra, se viese envuelto en un lío tan injustificable como el que llevó a que lo condenaran a 20 años de cárcel. No sé, desde ese momento, cuáles fueron los principales pensamientos que se cruzaron por la cabeza del doctor Edmundo Chirinos y, menos aún, cómo los enfrentó en solitario. Sólo sé que la psiquiatría es una especialidad médica dedicada al estudio de los trastornos mentales con la misión de prevenir, evaluar, diagnosticar, tratar y rehabilitar a las personas con trastornos mentales y asegurar la autonomía y la adaptación del individuo a las condiciones de su existencia. Así le define una enciclopedia de medicina.[
El domingo 25 de agosto me enteré de su fallecimiento por Noticierodigital luego de regresar de un campo, donde habíamos viajado a cumplir una tarea de limpieza o aseo de terreno junto a los camaradas Camilo (vocero político del EPA), Luis, otro Luis, Juanchito, Félix, Mariana, Diana, Manuel y yo y, por supuesto, cargábamos a Geraldine de cuatro años. Sentí tristeza al leer los mensajes de las personas que se alegraron, que gozaron un bolón y parte de otra con la muerte del doctor Edmundo Chirinos. El capitalismo, en menos de dos siglos y medio, ha logrado insensibilizar y deshumanizar a tanta gente que con urgencia se hace indispensable una verdadera lucha proletaria internacional para derrocarlo y construir rápido el socialismo si no se quiere que muy pronto el mundo se siente estremecido por el número indescifrable de tropelías y perversiones.
Los mensajeros de oficio, esos que escriben una o menos de una línea y expresan toda su aberración tienen siempre, de alguna manera e independiente del caso que sea, que meter el comunismo como culpable de todo cuanto acontece negativamente en el globo terráqueo. Para un cerebro o una cabeza con el sentido común asentado normalmente nada tiene que ver el comunismo, por ejemplo, con un caso donde un comunista cometa un delito abominable. El capitalismo, entre otras promiscuidades, está atiborrado de ejemplos de capitalistas que han cometido, por ejemplo, toda clase de delitos sexuales y hasta terminan asesinando a las mujeres. Y de paso, han gozado de impunidad para no pagar por esos delitos.
Por eso, de todos los mensajes de alegría festejando la muerte del doctor Chirinos, hubo uno que me llamó la atención aunque no me tomó por sorpresa: “Comunista cuerdo no hay”. Con eso se quiso decir que el doctor Edmundo Chirinos cometió el asesinato, según el mensajero, porque era un comunista loco, es decir, no era cuerdo. Lo que sucede es que en este mundo, por eso no se ha paseado el mensajero, quienes menos cometen asesinato son los locos y quienes más los cometen son los cuerdos. Nadie me puede convencer que el expresidente Bush (hijo) estuvo diagnosticado como loco y nadie puede exonerarlo de los miles de crímenes que cometió argumentando que lo hacía por la democracia, la libertad y la paz del planeta. Cierto es que han habido y lo seguirán habiendo personas que llegan a jefaturas de Estado o de Gobierno y han tenido y tendrán problemas síquicos, afectaciones cerebrales pero no pueden ser catalogadas de locos, es decir, de vivir en estado de delirium. Hitler, lo denunció con pruebas el sicoanalista W. Reich, tenía trastorno mental y el mundo pagó –en humanos muertos- demasiado caro su desenfrenado afán de poder, su incontrolado espíritu de belicosidad, y su perverso apasionamiento por el exterminio de razas y de dominación del planeta.
Sería, por lo demás, hipocresía, una descarada mentira, decir que no ha habido gobernantes que haciéndose pasar como marxistas o abanderándose del socialismo o del comunismo que cometieron crímenes espantosos. “A nombre del comunismo” lo cual no quiere decir que haya sido el comunismo expuesto por Marx y Engels como doctrina. En cambio, el capitalismo se fundamenta en la explotación y la opresión de clase y eso implica, de una u otra forma, sostenerse sobre el crimen, sobre el exterminio social.
Ahora, vayamos a la verdad de todas las verdades: la existencia de la locura como arma de la política. Pudiéramos, sin temor a equivocación, considerar que las revoluciones son grandiosas y gloriosas aventuras donde se conjugan y hasta se permutan lo pensado con lo no pensado que brota de los propios acontecimientos históricos y requiere de una enorme capacidad de análisis y de inteligencia para interpretarlos correctamente. Y en ellas, siempre habrá dosis de locura sin la cual no son realizables. La revolución proletaria, a los ojos de los burgueses, parece como si se produjera un estado de demencia colectiva y no se percatan que las contradicciones sociales alcanzan un clímax donde se exigen soluciones radicales y para eso es imprescindible que las masas sometan a crítica todas las doctrinas implicadas en la lucha de clases para asumir la que realmente responda integralmente a sus intereses y objetivos. Es eso lo que puede considerarse como un estado de locura que permite, además, que el proletariado se despoje de la camisa de fuerza que lo ha mantenido oprimido y con ella desmovilice y paralice a la burguesía y sus acólitos colocándosela. Pero al mismo tiempo de ese estallido de locura en las masas revolucionarias existe otro importante elemento: la inspiración. Esta se manifiesta justo en ese instante en que las masas, producto de las urgentes condiciones objetivas que le ponen al día su revolución, elevando su conciencia a un nivel antes no imaginado por la intelectualidad de todo género la mezclan con la práctica directa de esas multitudes de pueblo que nunca han tenido acceso a la descripción de las doctrinas o de las teorías. Es allí cuando las fuerzas del individualismo y las fuerzas del colectivismo, unidas, son capaces de crear lo que la mente humana en otros tiempos no pudo imaginarse ni plantearse. ¿Acaso no es una locura que alrededor de 30 mil hombres en una madrugada le arrebaten el poder político a una burguesía que contaba con miles de miles de hombres bien armados, con gigantescos recursos económicos, con posiciones y muros de protección que parecían inexpugnables, con dominio militar en tierra, aire y mar y en una nación de más de 100 millones de seres humanos? ¿Acaso no es una locura que un grupo pequeño de hombres y mujeres se internen en una montaña y en menos de tres años tomen el poder político derrotando a un ejército de miles de miles de hombres y, además, protegidos y subsidiados por el imperialismo más poderoso del planeta: el estadounidense?
Por lo dicho anteriormente, me permito, sin andar en la misma acera que el mensajero antes citado, decirle que ciertamente el comunista que sueñe, viva y luche por la revolución proletaria no puede ser “cuerdo”. Si no tiene una dosis de locura (en el sentido de atrevimiento, de audacia o de aventura) no es comunista. Locura que se trata con doctrina, con teoría, con ideología, con práctica social pero no con fármacos. ¿Acaso no es hermosa la locura de un Salmerón cambiando su vida por un día de lluvia para que su pueblo no muriera de sol? ¿Acaso no es hermosa la locura de quien ve ponerse el sol en la colina y con los ojos de su cabeza ve exactamente la forma en que gira el mundo al revés que no lo comprende y lo desprecia?
Lo que es imposible negar es que el comunista propiamente dicho está guiado por grandes sentimientos de humanismo. La historia del género humano así lo confirma, lo ratifica y lo testimonia. Amén.