Hace más de 5 años nos invitaron a varias reuniones con organizaciones políticas de izquierda para que el EPA expusiera sus criterios u opiniones sobre la Reforma y sobre el inminente nacimiento del Bolívar Fuerte. Ninguno de nosotros ni éramos ni somos juristas ni economistas pero eso –por sí mismo- no nos excluye de dar opiniones sobre las materias antes señaladas. Nos recordábamos que el Che fue Presidente del Canco Central de Cuba y no era economista pero sí comunista. De tal manera que con una mano sobre la cabeza fría y con la otra sobre el corazón ardiente respondimos a las inquietudes de los anfitriones tratando de decir verdades haciendo análisis objetivos aunque no pocas veces eso mucho desagradaba a los fanáticos de una determinada tendencia política.
Antes de expresar opiniones del EPA a otras organizaciones políticas, solemos realizar hasta prolongados debates internos buscando siempre la homogeneidad de criterios. Procuramos que cada cuadro, cada militante del EPA tenga cierto dominio del tema que se trate para que sus opiniones coincidan con las de la organización y, especialmente, recoger sus opiniones para estudiarlas y tomarlas muy en cuenta a la hora de elaborar políticas. En esa oportunidad, explicamos que la consulta sobre la Reforma no se ganaría. Expusimos nuestros elementos de análisis, las causas que evitarían el triunfo del Gobierno y lo inevitable que sería la victoria de la oposición. Más de un camarada –no militante del EPA- no solo no creyó en nuestras opiniones sino que llegaron hasta pensar que íbamos –con nuestros análisis y conclusiones- camino a la derecha política. Entendemos que es muy difícil –por no decir imposible- hacer que un dogmático, un sectario o un fanático entre flexible y creativo en el mundo de las razones y, mucho menos, de los conceptos científicos que hoy resultan irrefutables. Todo lo que no cuadre con su forma egoísta, cerrada e inflexible de pensar es contrarrevolucionario. Bueno, la realidad nos dio la razón y se perdió en la consulta sobre la Reforma. Hasta ahora, no sabemos que han dicho esos camaradas que nos juzgaron estar errados o desviados del camino revolucionario porque exponíamos que no ganaríamos.
De la misma manera, en cada una de nuestras intervenciones exponíamos que antes de nacer el Bolívar Fuerte para sustituir al Bolívar común corriente, ya estaba en terapia intensiva, que resultaría muy débil al nacer y no podría jugar el papel para el cual había sido planificado su nacimiento. No es como dicen algunos analistas o camaradas actualmente que el Bolívar Fuerte está moribundo. No, es que nació moribundo. Es la verdad. Antes de hacer efectivo el Bolívar Fuerte, tal vez muchos economistas del proceso bolivariano no se percataron de ello, hubo un incremento exagerado en los precios de todas las mercancías, y, fundamentalmente, en las de primera necesidad. Como eso no se combatió, no se le puso freno automático, el Bolívar Fuerte nació siendo demasiado débil al no tener realmente poder adquisitivo. Los precios en la oferta estaban por las nubes y la demanda carecía de una moneda fuerte y sólida para obtener lo que pretendía o le era necesario para la existencia humana sin traumas ni dolores de sufrimiento. Y lo más arrecho, lo más imprescindible, entre tantas cosas para la construcción del socialismo, es llegar a poseer una palanca financiera que sea el producto de una verificación cierta de los cálculos a priori a través de un equivalente general, lo cual resulta imposible de obtener sin un sistema monetario estable. Y para que éste exista, es imprescindible que el Estado Proletario o Revolucionario o Socialista –como se le quiera llamar- se transforme en Estado comerciante, Estado banquero y Estado industrial. Es necesario entender (sea la revolución socialista en la Tierra o en el Cielo, en el Infierno, en el Purgatorio o en el Limbo) que el período de transición del capitalismo al socialismo, visto globalmente, no plantea jamás la disminución de la circulación de mercancías, sino, más bien, su extremo desarrollo. Lo que es más, aquí va otra cosa que pudiera parecer contradictorio de forma antagónica con la construcción del socialismo: “… el éxito de una edificación socialista no se concibe sin que el sistema planificado esté integrado por el interés personal inmediato, por el egoísmo del productor y del consumidor, factores que no pueden manifestarse útilmente si no disponen de eso medio habitual, seguro y flexible, el dinero. El aumento del rendimiento del trabajo y la mejora en la calidad de la producción son absolutamente imposibles sin un patrón de medida que penetre libremente en todos los poros de la economía, es decir, una firma unidad monetaria…” (Trotsky). Otra cosa es la fase denominada por Marx como comunista, donde el dinero nos dice “adiós” y el género humano le dirá –igualmente- “adiós” y nunca más nos molestará ni creará preocupaciones de ninguna naturaleza. Lo mismo sucederá con el último vestigio de capitalismo. “Pura teoría” –dirán algunos- o “habladeras de pendejadas” –dirán otros-, pero eso lo aprendimos del marxismo y creemos en ello y no en otra cosa. No es culpa nuestra. Es una cuestión de creencia en doctrina y no en escarapela de falsa visión del mundo.
De lo que hemos dicho se desprende la imperiosa necesidad de implementar todas las políticas posibles que nos lleven a ese momento de consolidación de la moneda y de la formación de un Estado monopolista en beneficio de las grandes reivindicaciones socioeconómicas del pueblo. Lo que no sabemos es cómo lograrlo y lo confesamos de corazón. Ojalá los economistas y los versados políticos del proceso bolivariano puedan contribuir en esas conquistas. Y ojalá, igualmente, se tomen en consideración aquellas opiniones de expertos en la materia que si bien no pertenecen a las filas del proceso bolivariano no se les podría negar aquellos puntos o señalamientos en que expresen razones poderosas y ciertas para la superación de los conocimientos y la aplicación de medidas de política económica que forjen el avance y no la paralización del desarrollo o del progreso económicosocial.
Son nuestras opiniones sin ser economistas ni ser juristas. No sabemos qué dirán los economistas y los juristas de nuestros criterios.