Más allá de la mano invisible del mercado, de la impía ley de la oferta y la demanda, en fin, más allá del par de zapatos inocentes de que usted no pueda comprar, hay un drama humano que oscila con la caída y alza de los precios. En el caso de nuestro país, solo con el alza porque en Venezuela los precios nunca caen. Aquí no se cumple aquello de que todo lo que sube, baja. No, aquí lo que sube, se queda allá arriba, así desaparezcan las causas y factores que lo elevaron.
Dos personajes, por razones opuestas, captan en el ciudadano de a pie el impacto que en su alma golondrina provocan las subidas de los precios: el especulador y el poeta. El primero lo disfruta hasta el éxtasis y ese goce se le termina convirtiendo en una adicción, o como dicen en Barquisimeto, en un vicio. El segundo se conmueve y por el sentimiento de solidaridad que le es propio, lo plasma en verso y canto.
El especulador ve con morbo intenso la cara chupada de los clientes en las vitrinas de precios siderales. Está frente a la caja registradora, pero a quienes mira por su sádico rabo del ojo es a los compradores. Observa jadeante cuando se abisman ante el papelito que indica cuánto cuesta la cosa. Esto lo lleva al éxtasis malévolo. Disfruta, ab ovo, al ver cómo su victima traga saliva. Suda de gozo al seguir el sube y baja de la nuez de Adán del desgraciado. Se dice: “mañana le vuelvo a subir pa’gozá de lo lindo”. Al cerrar el negocio, se lleva la grabación para disfrutar por la noche, entre whisky y cotufas, de la palidez y mareo de los clientes ante la alucinante espiral de los precios. Babea de felicidad librempresarial.
El poeta conoce en carne propia de frustraciones y renuncias. Como su alma está en otra dimensión, recita con Aquiles Nazoa: “Mi infancia fue pobre, pero nunca triste”. De esas penurias, Andrés Eloy Blanco construyó los símiles de aquello que los especuladores hacen inaccesible para el pueblo. Así escribió: “como renuncia el niño pobre ante el juguete caro”. Todas las madres y padres le inventan cada cosa al niño que pide el juguete que le está vedado por razones de clase o las leyes del mercado, vaya usted a saber de cosas tan insondables. También poetizó Andrés Eloy sobre el pan que le ofrecen al pobre y cuando lo va tomar, se lo alejan para reírse de su cara y en su cara. De allí escribió: “como los granujillas otoñales que empañan su renuncia, soplando los cristales, en los escaparates de las confiterías”.
Las alzas primero eran mensuales, luego semanales y después diarias. Al final, decidieron subir los precios con las horas. La secretaria que ve una cartera en la mañana y decide comprarla al salir del trabajo, se encuentra por la tarde con otro precio en la vitrina. Lo que pasa por su alma y su mente, solo lo saben ella y el especulador gozón, quien ya disfruta por adelantado porque al otro día le colocará otro precio. En verdad, es difícil saber hasta dónde querían llevar a nuestra gente y nuestro pueblo.
Nicolás Maduro lo captó a tiempo y mandó a parar. Está beneficiando al pueblo, pero sobre todo y aunque usted no lo crea, a los especuladores, así no se lo agradezcan. Con las medidas presidenciales, estos solo tienen que colocar los precios justos y, en pocos casos, pagar alguna multica. De ser el pueblo el que revienta y manda a parar, la explosión del 27 de febrero de 1989 –el Caracazo- se habría quedado pálida, sin dar tiempo al morbo del especulador y al canto del poeta, aunque no calle el cantor.
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