De entrada, decimos: ni lo uno ni lo otro son, han sido ni serán democratizables. Efectivamente, afirmar lo contrario u otorgarles alguna probabilidad a los asalariados y asalariables para que estos asciendan al rol de capitalistas o cocapitalistas, o coempresarios, es simplemente garantizar metodológicamente que la yerba maldita de este diabólico sistema permanezca fértil como la mejor y más productiva tierra de cultivo agrícola. Por el contrario, el número de capitalistas va reduciéndose mundialmente por su inevitable y sistemática propensión vertical y horizontalmente monopolizadora, ahora llamada propensión globalizadora o transnacionalista.
Por su parte, la corrupción, o apoderamiento ilícito de la cosa pública, tampoco puede ser masificable, por la necesaria e inevitable limitación que caracteriza la plantilla de Presidentes, Ministros, gobernadores, rectores universitarios y afines, concejales, jueces, magistrados, fiscales en su variopintas clasificación y jurisdicciones, ediles y demás personajes que la *Política democrática* permite seleccionar cual grupúsculo de privilegiados que hayan recibido el visto bueno de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana, así como de sus socios inscritos en la alta oligarquía nacional e internacional.
En tal sentido, la corrupción es sólo una alternativa para la formación de capital originario, o de arranque, y al que todos los políticos engendrados por el propio sistema burgués, desde cierta jerarquía en adelante, ineluctablemente y en cambote, propenden. Recordemos que en todos esos cargos burocráticos, en todos los contratos celebrados por el Estado con los particulares siempre va implícita la semilla del matraquerismo. El contratista 1 delega en el 2, y éste en el 3, y así hasta llegar al obrero quien terminará realizando una obra de tercera con sus uñas, y de allí la garantizada pésima calidad de las obras pagadas por el Estado a precio de oro en polvo, pero honradas con la peor calidad.
De manera que mientras un Estado burgués más reparte el Presupuesto Nacional con objetivos crematísticos, y mientras más burócratas contrate para atacar la corrupción, mas se consolida la aristocracia del capital, y más se desarrolla cuantitativa y cualitativamente la corrupción misma. Esto no tiene nada que ver con el reconocimiento de salarios justos, que, paradójicamente, es la actividad gubernamental menos democratizada, habida cuenta que los gobernantes suelen hacer del salario mínimo su máxima y abnegada gestión a favor de los explotados.
Por eso, concluimos en que resulta harto demagógico tanto democratizar el capital, mediante el cacareado empoderamiento de los pobres, como los conatos verbales de enfrentamiento a la corrupción, habida cuenta de que los burócratas encargados de llevar a cabo semejantes y ciclópeas funciones son jueces y partes en la encomienda del caso.