Nosotros creemos que, en alguna medida, la naturaleza de los procesos que se libran y que se llevan a cabo hoy en América Latina, así como los movimientos que lo encarnan e impulsan, obedecen a una lógica interior que tiene una naturaleza propia y que no puede ser inmediatamente leída o entendida con aquellos grandes trazos, aquellas líneas de fuerza, aquellas líneas gruesas, que se correspondían con los modelos de pensamiento o teorías tradicionales.
El surgimiento de procesos y movimientos también supone, de suyo, un nuevo pensamiento desde América Latina, que acompaña al nuevo conjunto de eventos que sólo puede ser interpretado desde la fundamentación de su propia fenomenología. Desde allí nos colocamos y humildemente invitamos al debate. Creemos que una interpretación que no dé cuenta de nuestros procesos (desde su interior), permitiría y se prestaría para algunas incomprensiones.
Para instalarnos en dicha ocurrencia, debemos librar un enfrentamiento radical contra la fuerza de la costumbre, contra la mentalización planetaria que cimentó raíz como matriz epistemológica de todo un pensamiento que supone la organización binaria y predecible de los acontecimientos.
No podemos seguir viendo a Latinoamérica (ni a ninguna cultura de este mundo) como el resultado sintético de un todo racional. Más allá del positivismo, día a día surgen nuevas experiencias que reclaman otras formas de aproximación, allí donde saber, poder, lenguaje y subjetividad constituyen y despliegan un modo inabarcable e inexpresable de relaciones de dominio, pero también de resistencia y creación.
Uno de los debates que siempre se ha dado particularmente al interior de las izquierdas, es el que tiene que ver con la naturaleza de los sujetos que hacen posible las transformaciones. En el caso de América Latina, cientos de miles de militantes revolucionarios y de izquierda tomaron caminos discretos y modestos, y paulatinamente sembraron pequeñas experiencias de base. Luego de la derrota política y militar de la izquierda en América Latina durante tres décadas (60, 70 y 80) y el derrumbe del bloque soviético, se produce una crisis en los partidos y organizaciones progresistas tradicionales que nos llevó a un gran debate y trajo como consecuencia una diáspora de fuerzas populares que poco a poco, desde su reflexión interior, fueron consiguiendo y creando nuevos caminos.
Es en este punto o perspectiva en el que nos colocamos. Para nosotros el sujeto social y el escenario del sujeto social son lo mismo; no hay sujeto social sin condiciones subjetivas para dicha singularidad; el sujeto de la transformación es en sí mismo el proceso de transformación. El sujeto social es de suyo condición objetiva. De modo pues que para avanzar en la construcción del bloque social histórico que se erija como sujeto de la transformación, hace falta una nueva subjetividad política; lo que Gramsci llamara un movimiento intelectual y moral, ingrediente principal de toda hegemonía. El lugar de La Gran Política y de La Pequeña Política, es decir, el lugar de la táctica y la estrategia.
Pues desde allí parte la construcción de un espacio-tiempo de subjetividades que hacen posible la naturaleza de los cambios, las transformaciones, que poco a poco se hacen visibles. Así, la trayectoria de esa singularidad, que es el sujeto, consigue concreción, y así es como toda corriente política tiende a afirmarse como voluntad de saber-poder, lo que produce un éxodo de ideas e individuos portadores de las mismas, tendentes a la territorialización de ideas y prácticas. Esto quiere decir que las ideas viajan y se impregnan en nuevos espacios, desde donde los pobladores asientan, no sólo un lugar para la sobrevivencia, sino, como ya dijimos, un lugar de resistencia y creación político-cultural de su mundo de vida.