Lunes, 15 de agosro de 2022.- La confrontación política que profundizó la ya avanzada crisis generalizada, se llevó a cabo en el terreno extra constitucional y esto afectó al tejido social al punto de liquidar y debilitar a las instituciones en su legitimidad.
La élite política en el poder adoptó una línea defensiva que la radicalizó, sectorizó y dogmatizó hacia una deriva autoritaria. Esto también ocurrió en las oposiciones como acto reflejo, en la misma medida en que se profundizó la confrontación las oposiciones se fueron desnacionalizando, hasta el punto que muchos de sus dirigentes y estructuras pasaron a ser agentes pagados y agencias políticas no nacionales.
El sistema normativo en toda su pirámide, se desdibujó y redujo reconcentrándose en la figura de la institución presidencial. La corriente dominante en el poder, logró su objetivo de sostenerse profundizando su control del Estado, aboliendo la separación de poderes y adoptando las formas de control y contención del absolutismo.
Estado-Gobierno-Partido-Fuerza Armada se confunde en un enjambre de mediaciones, interacciones y solapamientos que no deslindan a uno y otro espacio.
Surge así, una línea de mando vertical que sujeta a todos los espacios de toma de decisiones alrededor de un centro de mando, de esta forma, todas las instituciones pasan a ser una sola institución y el centro de comando absorbe todas las funciones del aparato estadal, esta fuerza gravitatoria penetra todo el tejido social, anulando la iniciativa de partidos y movimientos, los cuales quedan sujetos y subordinados al “Dictac” del mando supremo, el movimiento de esta torsión institucional estrangula las iniciativas y el surgimiento de cualquier vocería que pretenda ser distinta y su fuerza de gravedad reconcentra en una nueva lógica el marco de derechos, cercenando los espacios democráticos.
Esta manera de hacer política obedece a una lógica centralizadora que percola aguas abajo, permitiendo su reproducción en todas las micro instancias de poder.
Es esto lo que hemos llamado el modelo de “Patrimonialismo Despótico”, en donde el que ostenta el poder se siente dueño de él y lo ejerce de manera arbitraria, entendiendo que solo debe rendir cuenta a su superior inmediato y a la máxima fuente de poder concentrado en la élite dominante.
De modo que, el militante es a su vez funcionario que cumple discrecionalmente una misión y su responsabilidad no es de carácter público, sino que fue privatizada y corporativizada y todo lo demás es régimen de sumisión y obediencia.
La élite en el poder supo pasar de la defensiva a la ofensiva y en este movimiento, fue liquidando a su paso vocerías y formas intermedias de resistencia democrática, cooptándola o intimidándola o reduciéndola a un mínimo espacio de actuación política sin ninguna influencia.
La élite en el poder se afianza a un alto costo para la sociedad, la democracia y sus instituciones.
Esta élite se zafa del acorralamiento que pretenden las sanciones y el bloqueo, acorralando a su vez a las instituciones y a las voces de cambio.
Las tensiones de la poralización condujeron al pragmatismo extremo que des ideologizó y des politizó a la sociedad.
El empuje e impacto del paquete de medidas para la flexibilización y liberación de la economía liquidaron cualquier iniciativa de corte progresista y postergaron la posibilidad de la materialización de fórmulas alternativas de democracia directa y protagónica en cualquier terreno.
La idea de zonas autónomas de poder de la gente fue desapareciendo en la medida que dicho relato entra en desuso, al punto que hoy existe una inadecuación entre las razones y propósitos que motivaron la irrupción de las corrientes de cambio y los actuales objetivos del poder.
El impulso colectivo de La Comuna como forma de autogobierno y modo federativo de funcionamiento de un nuevo estado de democracia directa, es reducido a su mínima expresión y vaciado de contenido, el poder comunal como expresión del poder constituyente originario soberano, sede paso a la urgencia contingente del emprendimiento o rebusque individual y al imperativo inmediato.
Los medios cambian con el cambio de los fines, los fines sustituyen hoy a cualquier utopía emancipadora.
La polarización dejó de ser de carácter político e ideológico.
Hoy gobierna la realidad, la centralidad de dos factores antagónicos pero complementarios, que se disputan la rapiña del control del aparato del estado para apropiarse de la renta, dejando en el borde periférico, al margen, al resto de la sociedad.
De manera que la disputa no es entre dos modelos confrontados. Las diferencias en todo caso, son de acentos y matices.
Los actores políticos reducen su apuesta programática a una suerte de ofrecimiento programático de una figura para llevar a cabo, de la misma manera y con los mismos parámetros ideológicos, la gestión del estado.
Cuestiones como las formas de poder, la participación de los ciudadanos en la gestión y el control, un modelo económico alternativo, etc., brillan por su ausencia en el plan de emergencia que todos presentan.
La expectativa de cambio queda reducida al escenario electoral de un cambio presidencial (lo que no deja de ser importante si se diera dentro de un fraternal debate de fondo sobre el norte estratégico y sus concreciones tácticas).
La lógica que gobierna esta forma de hacer política engancha a todos a la misma agenda y muchos andan hablando de primarias y candidaturas, dando cuenta de la crisis de relato y de discurso que se impone luego de la derrota de los sectores opositores radicales, que terminó haciendo naufragar también en el vórtice de la derrota, a los sectores opositores moderados.
Hoy las oposiciones no terminan de asimilar los efectos de la derrota. Se aferran a sus reducidas zonas de confort y no dan cuenta del agotamiento de sus relatos. Entonces, se equivocan en el adelanto de los tiempos políticos y se lanzan a la carrera presidencial.
En este camino de desesperación y desesperanza, se hace patente el oportunismo y las visiones cortas y acomodaticias que profundizan la desconexión entre la gente y su vida cotidiana del ya alejado mundo de la clase política.
Así como se agotó el arco de tiempo del Puntofijismo, así mismo luce lamentablemente agotado el sistema que nace de la 5ta República.
Son tiempos que claman un Nuevo Pacto Social y un cambio de rumbo estratégico que no puede ser logrado de manera cosmética.
Solo en este marco de transformaciones de fondo puede ser atacado y resuelto con éxito el paquete de problemas de la agenda diaria del pueblo, como el salario, la inflación, la caída productiva, la crisis de todos los servicios, los problemas del sistema y modelo de salud, educación, seguridad, etc.
Pareciera que ningún factor estuviera interesado en un verdadero cambio de época de carácter progresista, ha surgido una especie de ambiente comúnmente compartido de aceptación y resignación de ciertas normas y reglas de acción política que no trascienden el lugar común y el grupalismo individualista, que saca cuentas del rendimiento inmediato de posturas y declaraciones, sin entrarle a los problemas de fondo.
Tal consenso inmediatista se agota sobre sí mismo al no poder siquiera articular en consignas las tareas estratégicas y su materialización inmediata.
Un rostro por otro, un nombre por otro, así es el “debate”. Algunos conceptos que se hicieron populares en el pasado reciente y que dibujaban una esperanza de transformación para las grandes mayorías ya han quedado en el olvido. Referirse a ellos es una suerte de apelación a un lenguaje escandaloso proscrito por el consenso hegemónico de la centralidad polarizada en la que cohabitan el gobierno y las oposiciones.
Hablar en esos términos es mal visto ¡Cuidado!
Mencionar la posibilidad de buscar otro modo, otra forma de abordar la política incorporando la contingente urgencia electoral a un programa estratégico de refundación de La República, es herejía que conduce a la excomunión, por ejemplo, pareciera haber consenso entre el gobierno y las oposiciones, para que nunca más se hable de poder constituyente, soberanía popular, control social de gestión pública a través de la contraloría social, anticorrupción, desarrollo endógeno y otros ingredientes de la democracia participativa, protagónica y de corresponsabilidad que devuelven la soberanía al pueblo y que son pilares fundamentales de la columna vertebral de la Constitución Bolivariana: la democracia social de derecho y de justicia.
Pareciera que lo que fracasó en Venezuela no fueron hombres y mujeres concretas y su gestión política, su concepción del estado, su manejo de las instituciones y de la cosa pública, sus altos niveles de ineptitud y corrupción.
Sustituyendo el orden de las cosas de manera oportunista los “analistas” de uno y otro bando, coinciden en colocar los caballos detrás de la carreta y le echan la culpa del quiebre institucional al fracaso de la idea-fuerza de darle el poder al pueblo (obreros, campesinos, jóvenes, estudiantes, mujeres, empresarios, indígenas, sexo diversos, etc.). Ideas estas que por cierto, nunca fueron desarrolladas a profundidad y hoy se conservan en el tintero como letra muerta.
Habría que hacer un esfuerzo de sacudimiento intelectual y moral, habría que revisar las pulsiones emocionales de los factores de la polarización para comprender en qué momento se perdió el hilo discursivo del relato transformador, lo que lleva a unos y a otros al consenso sobre casi lo mismo y a repetir el mismo relato desde fraseologías distintas que solo se diferencian (si es que lo hacen) en la forma y en los actores, todas conectadas estratégicamente al discurso neoliberal globalizador.
Mientras esto ocurre aquí, en América Latina avanza el discurso progresista de un continente que poco a poco encuentra su camino de transformación progresista, en Venezuela pareciera que entramos en una suerte de congelador ideológico que paraliza toda iniciativa que se entronque con la búsqueda de un nuevo mundo posible, superador del capitalismo desarrollista, eco-depredador e inhumano que condena toda forma de vida sobre la tierra.
Parece que la única forma de salir de la crisis sistémica que sacude al mundo y a Venezuela tiene una salida única, suerte de destino trágico inevitable: la receta neoliberal, el paquete anti obrero y antinacional.
Las élites de la centralidad polarizada, ni siquiera por ociosidad se pasean por otras consideraciones.
No queremos pasar por alto las terribles sanciones que se ejercen sobre nuestro país, como estas han colaborado a la quiebra económica y la inviabilidad de cualquier modelo económico, facilitando la polarización e induciendo la radicalización de los distintos sectores en pugna dentro de la centralidad polarizada.
No se trata de un ingrediente accesorio, es un dato de la realidad que debe cruzar siempre todo análisis, pues sin él, no podríamos comprender los hilos que conducen al quiebre institucional de la confrontación extra constitucional que se llevó a cabo en los tiempos que corren y que todavía sigue produciendo desenlaces.
Esta política agresiva del primer mundo capitalista, en su afán globalizador del capital mundial integrado (CMI), ha profundizado el empobrecimiento de nuestro pueblo, en la misma medida que ha creado las condiciones de posibilidad para acentuar la hegemonía de las corrientes autoritarias no democráticas, al interior de la élite política en el poder y control del Estado y fuera de él.
Oponerse vigorosamente a toda forma de bloqueos y sanciones, desde un discurso democrático, soberano y de transformación democrática profunda, puede abrir las puertas a la construcción de un nuevo relato transformador.
En este sentido, estamos proponiendo un Gran Conversatorio Nacional.
Volver a las raíces de las expectativas, sueños y esperanzas de la gente común, conocer la dimensión de las nuevas subjetividades políticas que ha dejado la crisis y la despolitización polarizadora, establecer los puentes y paralelajes que repoliticen a densos sectores de la población.
Porque sin un debate humilde, franco y abierto, en donde sople el viento fresco de las discusiones francas no es posible redibujar el porvenir.
Somos firmes partidarios de la necesidad de reconstruir el tejido institucional y recuperar la autonomía de los movimientos sociales que dan vida a la democracia social de la participación.
Sin una profundización del debate sobre la necesaria reinstitucionalización y los pasos necesarios para llegar a ello (a un compromiso de todos, una unidad verdadera, un pacto histórico para salvar a Venezuela) no será posible avanzar en la solución verdadera de los ingentes problemas inmediatos.
Sin una agenda que separe las necesarias y urgentes soluciones a los problemas inmediatos de la transformación estratégica es como estar arando en el mar, repitiendo la historia de la piedra de Sísifo.
Si no se desconcentra el poder avanzando en el Federalismo de base y en las formas democráticas de poder popular, si no se desconcentra el poder y se recupera el equilibrio republicano de poderes refundados y de consenso, entonces los problemas asociados a la burocracia, la corrupción, el clientelismo y el centralismo ineficiente seguirán produciendo lo que se pretende solucionar, cayendo en el círculo vicioso del “mientras tanto“ y el pañito caliente.
Plantearse la superación de los actuales problemas desde una agenda antibloqueo, nacionalista y democratizadora, que rompa con la desinstitucionalización institucionalizada, es salirle al paso al electoralismo repetitivo que apuesta la entronización del presidencialismo.
¿Será posible que partidos, organizaciones, candidatos, se comprometan en una agenda que contemple:
-Segunda vuelta.
-Gobierno parlamentario.
-Contraloría social con rango constitucional.
¿Será posible comprometerse en una política de actualización de La Constitución y crear un Consejo Superior que evalúe la pertinencia y condiciones para un consenso en torno a un papel de trabajo que lleve a una Constituyente?
Solo el pueblo salva al pueblo y solo el pueblo en su infinita sabiduría sabrá encontrar los caminos que las élites extraviaron.