En los momentos o tiempos de supremas dificultades suelen nacer, como por arte de magia, chistes que en verdad hacen reír aunque mucho dramatismo contenga sus contenidos. Recientemente, en un diálogo o conversación entre camaradas en la cual no participé, se barajaron y exploraron muchas hipótesis sobre crisis económica, crisis política, guerra mediática, carencia de papel higiénico y de harina pan, las largas colas para adquirir un litro de aceite o un repuesto de bolígrafo, las malas caras que ponen los choferes cuando los estudiantes sacan la tarjeta para cancelar el pasaje estudiantil subsidiado, los secreteos entre chinos y los sermones oportunistas de algunos sacerdotes descontentos con las prédicas del Papa Francisco I, la sudadera y el temblor de una persona común y corriente que es víctima de un policía que gusta de sembrar droga para cobrar vacuna, niveles de la burocracia y la efectividad de la aspirina, los dientes de hueso y los de leche, lo caro que cuesta dar una respuesta que no agrade a un malandro armado; en fin: discutieron o dialogaron hasta la saciedad buscando descubrir el principal culpable de las grandes y pequeñas vicisitudes que ha padecido Venezuela en su Historia.
Luego de producirse un silencio de cinco minutos, una suave brisa rozó los rostros de los camaradas y hubo como un estado de alucinación colectiva: vieron –imaginariamente por supuesto- cabalgar un flaco caballo que rebuznaba y no relinchaba y sobre su silla iba un gordo escudero y no un flaco de cerebro seco. Todos los camaradas, como un coro, culparon de las crisis vividas en la Venezuela actual, nada más y nada menos, que al general en jefe: José Antonio Páez.
Indagando por los argumentos para tal afirmación o conclusión que choca con casi todas las paredes de la Historia, resultó ser lo más frágil, lo menos sostenible ante la verdad, lo más antihistórico: el haber acabado con la Gran Colombia. ¿Puede ser válida esa conclusión para juzgar el curso del desarrollo histórico venezolano?
El camarada León Trotsky, nos dice una gran verdad sobre la dialéctica “... no es una mágica llave para todas las cuestiones. No reemplaza el análisis científico concreto, sino que dirige este análisis por una senda correcta, poniéndolo a resguardo de los extravíos estériles en el desierto del subjetivismo y el escolasticismo”. Eso nos permite, entonces, poder decir con mucha seguridad que en la Venezuela de 1830, el pensamiento de los que lideraban las diversas expresiones de la lucha de clases (económica, política e ideológica), se regían por el principio de la razón suficiente, la cual, al decir de Plejanov, “... nos asegura que ese hecho debe tener una causa. Pero no nos proporciona la menor indicación con respecto a la dirección en que hay que buscar los orígenes o causas del hecho en cuestión”.
El triunfo independentista no alteró la estructura económico-social de Venezuela, ya que siguió siendo una formación precapitalista donde las no muy desarrolladas relaciones capitalistas de producción se conjugaban con la de hacendismo y esclavitud. Los dueños de la tierra, los medios de producción y riqueza, pertenecían a la oligarquía criolla y, fundamentalmente, explotaban la mano de obra esclava y, al mismo tiempo, a los campesinos enfeudados por medio de la coerción extraeconómica y, además, a una incipiente mano de obra asalariada. Sin embargo, era una sociedad de corte capitalista por sus lazos con el mundo exterior y el carácter de las relaciones de producción.
Aquí viene la verdad para determinar la culpabilidad o no del general en jefe José Antonio Páez:
En el año de 1830 Venezuela se separa de la Gran Colombia, a pesar de los esfuerzos y sacrificios del Libertador Simón Bolívar por mantener la cohesión. Era una necesidad objetiva la escisión de la misma por razones como las que señala ese gran historiador don Carlos Irazábal en su obra Hacia la Democracia: “No existían vías de comunicación adecuadas; no existían ni siquiera economías nacionales, mucho menos una economía colombiana”. Además, las contradicciones por ambición de poder y de riqueza, por ejemplo de la clase dominante en Venezuela, no permitía ver con agrado la unión, por considerarse relegada a un segundo plano y sujeta a disposiciones establecidas por otros catalogados de carácter foráneo. Señalo la clase dominante, porque las explotadas no tenían conciencia de clase para sí, y les daba lo mismo la unión o no, con tal que les resolvieran sus graves problemáticas económico-social. Distinto hubiera sido si hubiesen poseído un elevado grado de conciencia, ya que ello hubiera permitido activar en la lucha política en busca de determinar su propio destino sin injerencia de sectores dominantes que fácilmente influían sobre ellas en la objetividad que marcaba la ruta del devenir histórico en la Venezuela de ese tiempo.
Todavía, en el comienzo del tercer milenio, existen diversas opiniones en relación al problema de la Gran Colombia. Unos dicen, que mejor viviríamos con la unión y, otros, lo contrario. Pero la realidad es una: vivimos sin la unión y sobre ello hemos tenido y debemos marchar, ya que el carro de la historia no puede echarse hacia atrás aunque tenga muchos tropiezos, dificultades y accidentes. Lo que sí debemos tener seguro, es que en el futuro todos los pueblos del mundo se unirán para lograr defender y estabilizar un status de emancipación y solidaridad que se determinará por el imperio del reino de la libertad sobre el reino de la necesidad y del desarrollo combinado sobre el desarrollo desigual.
Páez y sus seguidores lograron que se efectuara un Congreso Constituyente que se llevó a cabo en Valencia en 1830. En dicho Congreso se reflejaron varias tendencias políticas en cuanto la forma de gobierno que debía regir el destino del país, pero ninguna con carácter serio sobre los problemas que confrontaban las grandes mayorías de la población. Aprobada la separación venezolana de la Gran Colombia, se pasa a dilucidar la forma de gobierno, quedando establecida la mixta, es decir, centro-federal. También se aprueba una Constitución para la República. Se nombra Presidente al general en jefe José Antonio Páez, quien se convierte en vocero y fiel servidor de los intereses –fundamentalmente económicos- de la oligarquía criolla, esa que supo aprovecharse de los esfuerzos y sacrificios de un pueblo ansioso de justicia social pero que no lo logró con el triunfo de la Independencia.
La nueva República no fue más que el reflejo de la Gran Colombia contrariando el pensamiento del Libertador, ya que el contenido de clases, el despotismo del poder sobre el pueblo y su base económica fueron prácticamente las mismas, pero con diferencias geográficas. La oligarquía criolla logró establecer un círculo bastante cerrado en torno al prócer Páez y lo colocó a su total servicio. Supieron aprovechar su prestigio político y su conciencia conservadora y personalista para obtener que impusiera un gobierno que le permitió a la oligarquía levantar o reactivar su quebrantada economía y apoderarse de los cargos claves dentro de la administración del Estado. Páez no fue más que un asidero político de los poderosos de la economía, para ejercer una administración pública sin la intervención de las mayorías. Sin embargo, el enriquecimiento ilícito de algunos caudillos militares introdujo ciertos elementos de lucha interna en el núcleo dominante por el espíritu personalista de ambición que poseían sus integrantes; además, que los caudillos se basaban en un enorme cimiento, como es el prestigio influyente en grandes masas desposeídas. Esto permitió una brecha para el enfrentamiento con probabilidades de éxito sobre la oligarquía criolla. Sin embargo, el interés común de la reacción hizo imposible e inconcebible una guerra a muerte entre ellos cuando las condiciones objetivas les indicaban un peligro de derrota por parte de los explotados. Los oligarcas supieron, mejor que los explotados, poner en segundo plano sus contradicciones fundamentales, para poder enfrentar con éxito las luchas de sus opositores que intentaban arrebatarle el poder político.
Buscar culpables de las realidades de la Venezuela de 2014 en el tiempo en que el general en jefe José Antonio Páez puso punto final a los intentos del Libertador Simón Bolívar de crear y consolidar la Gran Colombia es tan pernicioso para un análisis histórico actual como empecinarse en buscarle un sucedáneo al marxismo para venderlo como la nueva doctrina del proletariado. Definitivamente, los fenómenos históricos no se producen porque en nuestro cerebro los planifiquemos con la dulzura de un amor más grande que el universo. No, se producen en base a circunstancias concretas de tiempo y lugar bajo la influencia de importantes factores externos y donde, al final de cuentas, son los económicos los más decisivos.