“En esa época, Hugo Chávez hizo brillar de nuevo la esperanza de nuestro pueblo. Vimos en aquel hombre firme, decidido, claro, con una formación ideológica, a un ser valiente que con sus compañeros de armas, estaban decididos en rescatar al país”.
Argenis Chávez Frías.
Los agitados acontecimientos históricos en Venezuela entre finales de la década de los 80 y comienzos de los 90, parecían más bien las convulsiones finales de un proceso en que la concepción ideológica que daba sentido a la lucha revolucionaria languidecían. La izquierda formal se aprestaba a un reacomodo en el marco de la democracia burguesa, para justificar su razón de ser como la contraparte de los actores políticos del momento que parecían airosos y más aún, triunfantes, ante la debacle del proyecto socialista en la Unión Soviética y en el resto de países de Europa Oriental. El mundo unipolar.
Parecía que el socialismo sucumbía como alternativa frente al boom del capitalismo neoliberal del momento, que no desaprovechó la oportunidad de expoliar, con más fiereza, las riquezas latinoamericanas, generando mayores cuadros de miseria, y debilitando las estructuras estatales sumidas en una colosal deuda externa con los centros financieros imperiales, mostrando a las naciones en nuestro hemisferio, comoenflaquecidas democracias con sus riquezas hipotecadas.
Solo Cuba, la Cuba heredera del bravo ejercito mambí y del Movimiento 26 de Julio de Fidel, Camilo, el Che y Raúl; sometida también - ante la caída de la URSS - a un Plan de Emergencia Nacional, resistía los embates de la más grande de las crisis del socialismo, sin dar un paso atrás.
Reconozco, como militante de esa izquierda de entonces, que sentíamos como deber insoslayable, propiciar la unidad de los movimientos progresistas, para penetrar aún más las instituciones formales del Estado de entonces, a fin de dejar constancia de nuestros rechazos a los denominados “paquetes” neoliberales, hasta que nuevas condiciones permitiesen el auge del movimiento revolucionario, capaz de destronar el péndulo bipartidista para alcanzar el poder por la vía electoral y construir una opción progresista que rompiera definitivamente con el modelo impuesto por el “Pacto de Punto Fijo” de 1958.
Solo después de los acontecimientos del 4 de febrero y del 27 de noviembre lo entendimos. Penetrar qué? A unas instituciones corroídas y sin capacidad de dar respuesta alguna a los cada vez más acrecentados problemas que acontecían en el país? A un modelo, que era el único en crisis y que se negaba dar paso al sorprendente despertar del pueblo ante la estruendosa campanada que dio el comandante Chávez? Ya parte del pueblo había dado su clarinada con los lamentables acontecimientos del 27 y 28 de febrero de 1989.
En una ocasión dijo el general Juan Domingo Perón:
“Es evidente que en todos los movimientos revolucionarios existen tres clases de enfoques: el de los apresurados, que creen que todo anda despacio, que no se hace nada porque no se rompen cosas ni se mata gente. El otro sector está formado por los retardados, esos que quieren que no se haga nada... Entre esos dos extremos perniciosos existe uno que es el equilibrio y que conforma la acción de una política, que es el arte de hacer lo posible.”
Y es desde ahí, de donde debe evaluarse el 4 de febrero de 1992 y la rebelión cívico-militar de ese día. A riesgo de parecer fuera de enfoque y hasta descabellado, la rebelión de Chávez, los militares patriotas y las individualidades civiles, para deponer a Carlos Andrés Pérez, fue el equilibrio de una acción política que debía acontecer para hacer realidad el sueño de lo posible a que hacía mención Perón.
Esa rebelión y la insurgencia de Chávez como el nuevo líder social, fue lo que permitió agilizar el curso histórico que desplomó la edificación vetusta de un modelo político que solo la inercia mantenía en pie.
Es la visión de un líder, que sincronizando su pensamiento y acción con los sentires del pueblo, abre el camino para transformar la sociedad, aun cuando parecía para entonces que los acontecimientos de febrero de 1989 y de 1992, solo eran manifestaciones aisladas de descontento popular.
De estos acontecimientos hay unos cuantos en la historia del planeta. Basta solo con mencionar, el asalto al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba en julio de 1953, por Fidel Castro y la organización revolucionaria de entonces, que pocos años después, dio origen al Movimiento 26 de Julio y a la heroica lucha guerrillera que consolidó el triunfo de la Revolución Cubana el 1 de enero de 1959. O el levantamiento popular del 5 de julio de 1963, en las ciudades de Teherán, Qom y Varamin en Irán, en protesta por la detención del AyatolahJomeini;un pueblo que fue masacrado por el régimen de entonces, pero que sin embargo encendió la chispa que, en 1979 culminó con la gran rebelión civil que derrocó al autoritario régimen de Mohamad Reza Pahlavi, y permitió el triunfo de la Revolución Islámica en la nación persa.
Efectivamente, la gesta heroica de Chávez y del MBR-200, cambió el curso de la historia; propio de los pueblos que como el de Bolívar, están signados para que el pensamiento libertario resurja en respuesta a la villanía y la traición.
Hoy en homenaje al comandante eterno, solo queda resumir su acción del 4-F, en un pensamiento del apóstol de la libertad cubana, José Martí:
“Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros que tienen en si el decoro de muchos hombres. Esos son los que se revelan con fuerza terrible contra los que le roban a los pueblos su libertad, que es robarles su decoro. En esos hombres van miles de hombres, va un Pueblo entero, va la dignidad humana”.