Nuevamente los venezolanos tenemos que sortear los caminos de nuestra realidad, teniendo que soportar la más aberrante de las agresiones a nuestro pueblo, a las instituciones, a la democracia.
Es de todos bien sabido que desde hace 15 años, desde la llegada del comandante Hugo Chávez a la presidencia de la república, los reciclables factores de la oposición venezolana no han dejado ni un sólo instante de ponerle piedras y emboscadas a las posibilidades de construir un diálogo coherente, responsable, sincero, donde los valores consagrados en nuestra Constitución, sean el marco concertado donde podamos resolver las diferencias que nos separan en lo Político.
Sería hipócrita, estoico e irreal, desconocer las victorias claramente demostradas por los ciudadanos y ciudadanas, que ejerciendo el derecho que le consagra el poder electoral, han respaldo en abrumadora mayoría las propuestas enarboladas por la revolución bolivariana. Esperando siempre contar con un sector opositor que responda al juego democrático con altura política y verdaderas convicciones democráticas, sin el cándido deseo de que abandonen sus derechos de proponer caminos distintos a los que las mayorías han asumido como opción política, por más de una década.
Lamentablemente no siempre ha sido así, paro petrolero, paro empresarial, saboteo institucional, golpe de estado, desconocimiento de las instituciones y de los sectores populares, entre una larga lista de arremetidas, todas ellas fuera del marco legal previsto en las leyes de nuestra constitución. Pasando por el simple desconocimiento de innumerables aportes, que en quince años de revolución han dado beneficios a las grandes mayorías, a todos los venezolanos y venezolanas.
Vivienda, satélites, inclusión educativa, pensiones, medios de transporte, derechos ciudadanos en todos los ordenes, libre culto, acceso a los medios de comunicación, vehículos y hasta derechos a los animales, son algunos de los beneficios que compartimos diariamente sin parcialidad política.
Lo ocurrido hasta ahora es por todos conocidos, hay aristas y cada episodio abre la puerta a diversos análisis y consideraciones, pero todas deben partir del respeto a las leyes, al juego democrático, de quien tiene la mayoría asume la conducción del país. Hay lapsos previstos para rechazarlo, pero dentro de la convivencia pacifica, que permita no matar los caminos del diálogo nacional.
Diálogo que se da cotidianamente en las calles, en las universidades, en los espacios de trabajo, en los campos, en los hogares, en todos los lugres donde la libertad que vimos lo hace posible.
El distanciamiento se activa cuando hay factores que irrumpen, queriendo derribar la mesa que sostiene la carta magna que una vez nos dimos en libre decisión colectiva.
Hace algunos años, factores externos a nuestra realidad, movidos por ambiciones personales, aupados por grupos económicos y mediáticos, han inoculado en muchos de nuestros ciudadanos, formas de convivencia muy alejadas de aquellas solidarias, democráticas, que afortunadamente aún siguen siendo expresiones de la mayoría de nuestros compatriotas.
La llamada “guarimba”, método repulsivo y voraz que arremete contra el libre transito, contra la tranquilidad más intima, la de la paz del hogar y del espacio compartido, llegó de la mano de factores foráneos, con la única intención de saltar los lapsos establecidos en la Constitución Nacional, queriendo dar al traste con la voluntad de las mayorías.
En los días que vivimos, volvió el uso de este recurso, dejando a su paso muertes, heridos, miedo e impotencia, en quienes por diferentes razones no se sienten llamados a quemar el país y sus valores, empezando por el propio nido donde habitan sus seres más queridos.
Sería ingenuo desconocer la injerencia de gobiernos y personajes de la política internacional, sería torpe no abordar la campaña mediática de las trasnacionales de la comunicación y el espectáculo, como combustible de estos nuevos episodios. Sumado a la falta de un liderazgo opositor, capaz de encausar alguna idea, que aleje a estos pequeños grupos de aventuras que seguirán siendo rechazadas por la mayoría del pueblo venezolano, que históricamente no se siente convocado a este tipo de llamados.
La “guarimba” callejera se extingue, dejando detrás, el dolor y la tristeza de todo un país, por los muertos y heridos, los que nunca han debido ser víctimas de una absurda forma de asumir la lucha política.
La peor “guarimba”, no es la del caucho, la piedra y la basura en la vía pública, esa será derrotada nuevamente por el desprecio nacional y la justicia institucional. La peor “guarimba” es aquella que se ha instalado en la mente de algunos venezolanos y que los sabotea a ellos mismos desde dentro, no dejándoles acudir al llamado de la patria, al dialogo creativo y pacifico, permitido en la leyes de la república, creando absurdas barricadas de odio, desconocimiento y desprecio, hasta con la sonrisa y el canto de algún niño o niña nuestro, por el simple hecho de aparecer en algún espacio al cual tienen todo el derecho.
La peor “guarimba”, debe cesar en un sector de la población, que les ha ido matando lentamente la sensibilidad y el pesamito crítico, la racionalidad y el afecto.
Ojalá ellos consigan caminos para derribar de sus cabezas, los escombros que no les permiten salir a la calle, a dialogar con la Venezuela que camina, canta y ama, esa que anda en paz, superando problemas cotidianos y construyendo caminos a pesar de sus deferencias políticas.