Entró, devino y se transformó. Fue una y mil cosas. Y fue sobre todas, camino en ascenso, eterno descubrimiento. Su presencia todo lo perturbó. Con él se partió la historia en dos, y también se edificó lo que todos pensaban que ya estaba edificado: la identidad nacional. Llegó él con sus grandes manos a darnos cachetadas de cultura y de razón. Intentó despertarnos, y en el intento, mutó en mil cosas. Se desdobló, en un solo momento, en tú, yo, el y en los otros también. Fue mágico, tan solo porque uso magia para suspropósitos. Para despertar a este pueblo se necesita usar magia, aun cuando el materialismo es quien guía tus pasos. Maestro, guía, presidente, gurú, chaman. Fue el hombre y la materia, símbolo religioso para este pueblo religioso sumido en la superstición. Esta es la historia (o mi interpretación) de Chávez. Hugo Chávez.
Fue militar, pero al terminar la academia se fue a la Universidad Simón Bolívar. ¿Sería el nombre de la universidad la que lo llevó hasta ella? Bien sabemos que el hombre del que hablamos era, por demás, supersticioso. Tenía un gran celo en cuanto al culto de las fechas, de las horas, incluso. Nada se le pasaba. Si tenía algo asombroso, era su memoria. Pero no la memoria para lo cotidiano, sino para lo edificante, para eso que como pieza aislada, en el conjunto constituye elemento de construcción. Se fue a la Universidad Simón Bolívar a estudiar Ciencias Políticas. Pero ya venía de la academia militar como curtido profesor de historia. O (H)istoria. Militar, amante de la historia y atraído por las ciencias políticas. A eso hay que agregarle su personalísima historia, pues provenía él no de cualquier lugar. Parecía pre-destinado con eso de pertenecer a la sangre de Pedro Pérez Delgado, a eso de venir de Sabaneta. Era Chávez un campesino (sin tierras) cuya historia familiar estaba signada por la sombra de claridad que le daba esa figura revolucionaria y heroica del pariente que dejó la vida (como cual Bolívar) por otros hombres. Era Chávez un ungido por el conocimiento histórico y político de su nación. Era Chávez un creyente. Era Chávez uno de esos pocos hombres de la historia de las historias que cree ciega y obstinadamente en una idea. Y esa idea era él mismo.
Toda buena novela, como el cuento, tiene su inicio fulminante, definitorio. Hay algo en el inicio de la narración que debe dejarte petrificado. Ese disparo en la cara que representa el buen inicio, despierta la posibilidad de un nuevo camino, a toda vez que anula, excluye, toda otra posible circunstancia. La gran puesta en escena te predispone a continuar el camino del discurso, del dialogo, de la narración. Esa atrapada que te tiende el inició te deja sin opción, y está constituida por el quiebre que representa el descubrimiento de algo asombroso y que, además, te deja a la expectativa de algo, de otra cosa que, sin saber con exactitud de qué se tratara, sabes que te pertenece de alguna forma en cuanto hará parte de ti. Chávez entendió esto, y sabiéndose ya poseedor de la idea salvadora de esta perdida nación, construyó un plan que partía de la comprensión exacta de los imaginarios colectivos.
Sabía Chávez que Bolívar se había ido. Su figura, simplificada al mármol, bronce o hierro, lucia vacía como ritual obsceno en cada plaza. La figura del padre de la patria yacía despojada de cualquier carácter heroico, y su disciplina militar aborrecida como rémora de un pasado caudillezco de fuerza y carencia de idea. Ante él, ante el padre Bolívar, se antepuso la petro-modernidad, con saco y perfume, con guiño y abolengo. El viejo sable, sin embargo, devino en elegante corbata. Esta denotaba la nueva autoridad, y con su fuerza desplegaba los desmanes que sufría la amada patria. El siglo XX fue el siglo del eufemismo, y Chávez se propuso a terminar el siglo antes de tiempo. Y lo hizo, como lo fuese hecho Bolívar: revestido de uniforme militar, con la promesa de luchar hasta morir.
El 4 de febrero fue el inicio de algo. El 4 de febrero de 1992 parece ser la primera novela corta de una larga lista de entregas. La primera gran novela, la novela perfecta. La irrupción de Chávez el 4 de febrero genera una nueva narrativa. Y la pieza, la pequeña pieza, está llena de principioa fin de una alta dosis de suspenso. Te engancha con una tanqueta golpeando la entrada del palacio blanco, y te mata con un por ahora lleno de promesas propias del realismo mágico. Ayer Bolívar realizó su debut ante el letargo de 200 años de coloniaje y esclavitud; hoy Chávez hace lo propio, tras el canto de sirenas de un bipartidismo de cuello blanco que intentaba restituir la miseria existente en el periodo pre-bolivariano.
Chávez logra su objetivo en el 92. Nunca sabremos si se planteó tomar realmente el poder en ese momento, o si buscaba exactamente lo que encontró: restituir la esperanza de que algo mañana podrá ser mejor. Si el 89 fue un reflejo, el 92 fue un verdadero despertar. En el 92 nos nalguearon como a carajitos recién nacidos, y el grito fue de tal magnitud que estremeció a la Venezuela sangrante, jadeante. De ahí en adelante, continuó con pinceles en la mano. Dejó el fusil y tomó los colores que le darían rostro a la nación.
Chávez develó el manto que cubría la división. Chávez nos dijo si, ustedes no son iguales. Él nos ubicó y, nosotros, una vez ubicados, supimos por quién hablar, por quién luchar, por qué razones andar. Una vez ubicados, actuamos. Nos encontrábamos hasta entonces desdibujados, silenciosos. Nos abrumaba un nosotrosnada parecido a nosotros. No éramos voluptuosos ni ricos, no éramos tan superficiales como otros por los medios decían que éramos. Pero aun no nos atrevíamos a decirlo, porque no sabíamos cómo “realmente” éramos. Sabíamos cómo no éramos, pero no cómo éramos.
Y Chávez, con su gran poder de comunicación, nos fue diciendo cómo éramos, cómo somos. Lo hizo mágicamente, con o a través del “mago de la máscara de vidrio”. Lo hizo con mímicas, convirtiéndoseen tú, yo, el, ellos, nosotros y los otros. Chávez se desdoblo en pelotero, en buhonero, en filósofo, en maestro. Nos dibujó descarnadamente, con hermosura y sinceridad. Entendimos por él que somos feos pero reales, y reales en la medida de bellos y naturales.
El Comandante se puso teórico… el comandante dijo que por poco se caga los pantalones… el comandante lo que hizo fue puro cantar… el comandante lloró… el comandante mandó a los yankees a la mierda… el comandante jugará una caimanera… el comandantese ha hecho millones.
El comandante se parecía tanto a nosotros que no le creímos. Porque nosotros mismos no nos creíamos. No le creíamos, pero tenía tanta razón que nos sorprendía a cotidiano. Fue entonces que lo elevamos. Nuestra militancia se volvió culto, y el culto adquirió rasgos religiosos. Al comandante nada lo tocaba, estaba más allá del bien y del mal, y lo que de él se desprendía debía estar, siempre, más allá del mal, del error, de la ineficiencia, del desacierto. El comandante era como la lluvia, pura, un elemento que solo desciende, nos cae del cielo. El comandante era un paracaidista, ¿lo recuerdan? Como la lluvia… el comandante nos cayó del cielo, y cuando regresó a él, al cielo, se hizo millones, como las gotas de lluvia.
El comandante Chávez hoy está suspendido en el espacio, en el tiempo. Nada llega hasta donde él está. Sus cualidades solo pueden ser expandidas, multiplicadas. Jamásmermarán. De él nos queda lo intemporal de su pensamiento, y la aspiración eterna de alcanzarlo. Las viejas lo convocan, cual chaman; los jóvenes lo mientan, cual maestro; las generaciones lo estudiaran, cual profeta; y los pueblos, esas masas locas llenas de fuerza, lo despertaran cada tanto tiempo, para que las conduzca.