La marea socialista y las actitudes que ella ahoga

Ahí está esa extraña pero bien conocida actitud. No sé si sea miedo, dogmatismo, incomprensión, paranoia, pero debe ser algo patológico, pues revolucionario no lo es del todo. La actitud nace y se presenta como una coraza, como una especie de fuerte caparazón con puntas que hacen daño, que intenta frenar eso que, aun cuando se presenta con loables propósitos, es asumido como un principio o grupo distorsionante, manipulador, maniqueo, quinta columna.

La actitud, en su comprensión más amplia, denota la antítesis de lo que pregona o cree predicar. La actitud en sí es la materialización de las confusiones y los miedos de aquellos que la enarbolan. Y mientras ella, la tan mencionada "actitud", imagina que se reviste del celo revolucionario más radical por la defensa del pensamiento transformador del Comandante Chávez, no hace sino mancillar el principio de la crítica, la reflexión, el pensamiento revolucionario que guía a la acción revolucionaria, el combate y el debate; principios esto que, finalmente, no son sino los bastiones en los que se soportan las revoluciones.

Esta actitud de la que hablo no es otra que aquella que han venido asumiendo algunas figuras (y no tan figuras) de la revolución en cuanto al surgimiento de una Marea Socialista que lleva en su cresta la bandera de la crítica propositiva y el señalamiento de aquellas acciones que lejos de construir socialismo y revolución, nacen y mueren en la "formula" desesperada e inefectiva del inmediatismo que, ante los ojos del pueblo, es desesperanzador.

No deja de ser sorprendente lo infantil de la actitud, y lo fútil de los argumentos en los que supone sustentarse. Más de dos siglos (por aventurar una periodización) de abono a la conciencia revolucionaria no han logrado superar aquellas visiones reformistas del "no es el momento/el espacio/la forma". Al final, ellos, los que se sienten más rojos defendiendo lo que realmente no comprenden en su justa dimensión, no actúan sino acicateados por sus pequeños intereses, por su aldeana visión, por su pobreza espiritual y la incapacidad de soñar y sentir hasta los huesos la posibilidad real de construir otro mundo, uno mejor.

A ese miedo de quedar al descubierto en sus flaquezas ideológicas; a ese viejo dogma que debimos superar con años de historia y experiencia acumulada de lucha junto al pueblo; al sectarismo propio de aquellos que se creen con una verdad pero que la sienten y saben débil; quedaran, todos, olvidados por la historia y sus pueblos. El tiempo constructivo, ese que es infinito y no responde a coyunturas ni voluntades lo demostrará, con la imagen de una gran marea ahogando miedos, flaquezas, dogmas y sectarismos.



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Francisco Ojeda


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