Esta última semana estuvo cargada de hechos singulares, al cual más importante, que imponen aun cuando sea un ligero comentario dada la incidencia positiva que tienen para el devenir de nuestro proceso de cambios revolucionarios y porque avizoran, con fuerza incontenible, que la unidad de la Patria Grande Latinoamericana será una realidad más temprano que tarde como expresión categórica de un rechazo absoluto a lo que hasta la fecha ha sido para la dignidad de sus pueblos la política injerencista y de control perverso y criminal en sus asuntos internos del gobierno imperialista de los Estados Unidos de Norteamérica durante de los últimos cien años.
Consignamos como el primero de ellos la crítica ácida y contundente a la oposición venezolana por su abstención en las elecciones parlamentarias del 4D por parte de diarios tan influyentes para la opinión pública mundial, como lo son el New York Times y el Washington Post, para citar los de mayor circulación en Norteamérica, en cuyos sendas notas editoriales la califican de torpe y de idiota al tomar la decisión de no aprovechar la real oportunidad que tenía de evitar que el chavismo se apoderara de todas las bancadas del parlamento venezolano, de donde podemos inferir que su estrategia no solamente ha sido duramente criticada al interior de sus propias organizaciones como ya ha salido a la luz pública, sino que internacionalmente ha recibido duros mensajes que la obligan a la mayor reflexión para enmendar tamaño error y por allí encontrar algún resquicio que le permita de nuevo contar para el evento presidencial de diciembre/06 con el apoyo de esos medios tan importantes para el mundo empresarial neoliberal del cual son parte como lacayos a su servicio. De manera que tales calificativos provenientes de ese inmenso poder mediático no ha hecho otra cosa que quitarle la máscara a la oposición que ha pretendido vender la tesis de que su estrategia abstencionista fue una estruendosa victoria y, como contrapartida, la mayor derrota para el chavismo.
En segundo término y no por ello menos importante, pero cronológicamente así se ubica, referimos el reconocimiento público que hizo Uribe Velez en Cartagena el 17/12, durante los actos en conmemoración al 175 aniversario de la muerte de nuestro Libertador, de que efectivamente, como Chávez se lo había comunicado semanas antes, militares retirados golpistas venezolanos refugiados en Bogotá estaban conspirando contra su gobierno en alianza con activos militares colombianos. Con ese reconocimiento oficial del gobierno del hermano país de tales actividades conspirativas en contra de nuestra institucionalidad, la oposición recibió un duro porrazo que aún la debe tener fuera de control, totalmente desarmada porque en sus estratagemas y cálculos contaba para salir de Chávez con la posibilidad que le brindaba no solamente el apoyo de la fuerzas de la oligarquía colombiana con la cual Carmona Estanga ha establecido muy estrechas vinculaciones, sino el proceso de desmovilización del paramilitarismo de cuyas entrañas ya había logrado articular a finales del 2003 un importante grupo de más de cien efectivos que ubicó en una finca cercana a Caracas y que serían utilizados como fuerzas de choque criminales haciéndolos pasar por militares activos venezolanos para lanzarlos sobre algunas instalaciones militares y gubernamentales con el objetivo de generar inmensa confusión asesinando a decenas de venezolanos a mansalva, de manera de provocar con ello un alzamiento militar. En ese plan, recordemos, estaba contemplado el asesinato de Chávez en Miraflores, a quien, al decir del jefe del grupo paramilitar, se le cortaría la cabeza. Muchos rumores han circulado los últimos meses acerca de movimientos sospechosos de paramilitares desmovilizados en las zonas fronterizas del Táchira y Zulia, pero esa confesión de Uribe pone en aprietos cualquier intento de reeditar en el corto plazo, por lo menos, acciones como esa que tuvieron como centro de operaciones la finca Daktari.
El tercero y último acontecimiento de esa semana, de una gran significación para los pueblos de toda la América Latina, lo ha sido el triunfo arrollador del líder indígena Evo Morales como nuevo presidente de Bolivia el pasado 18/12, quien llega a tan alto sitial con el apoyo de todas las fuerzas de izquierda de la hija predilecta del Libertador y con un mensaje antiimperialista, por la defensa de la soberanía del pueblo boliviano y por la reivindicación de los derechos de los indígenas, a los cuales se les ha sometido desde la conquista del imperio español, hace nada menos que quinientos años, a la más brutal segregación y explotación, sin excluir las masacres como fórmula para controlarlos y someterlos a los dictados de una burguesía criolla blanca y racista al servicio de intereses internacionales digitalizados por el imperialismo yanqui.
Este triunfo de Morales en Bolivia constituye una terrible y nueva derrota para el gobierno de Washington, lo que significa decir que lo es igualmente para la oposición golpista venezolana. Para la administración de Bush, más allá de que ello le signifique la posibilidad real de perder un aliado que lo fue muy servil durante, al menos, los últimos cien años, es quizás la última clarinada que anuncia el deceso del ALCA y nuevas formas de integración para la América Latina, donde su influencia ancestral pasará a ser parte de los recuerdos que habrán de ser recogidos en las páginas negras de la historia de nuestros países, historia esa ahíta de hechos sublimes y trascendentes en la búsqueda permanente e incansable de la libertad y la justicia. Para la oposición criolla esa victoria de un camarada y amigo de Chávez significa, sin eufemismos, un baño de heces de las más fétidas conocidas...
De manera que el año culmina para ese sector de nuestro país, cada día más disminuido, con resultados desastrosos, pues este nuevo triunfo de la izquierda en el hermano país andino, no es sino la mejor reafirmación de que nuestros pueblos no admiten ya más engaños y que, además, rechazan políticas orientadas al restablecimiento y/o remozamiento del modelo capitalista neoliberal que en menos de cincuenta años duplicó con creces la pobreza y la exclusión en el Continente.