Protocolo de la sesión del 22 de enero de 2006, No. VI
Guerra de clases a vida y muerte: El trasfondo ideológico de los “neoconservativos” de la actual administración Bush
Desde el Círculo Bolivariano de Estudios “El Momoy” informamos, que hemos seguido realizando nuestras sesiones de estudios y discusión a lo largo del año 2005, pero por razones ajenas a nuestra voluntad no nos fue posible hacer los resumenes en forma de nuestros acostumbrados Protocolos del Momoy. A partir de enero 2006 estamos retomando la redacción de los protocolos, y mediante la publicación en internet los estamos poniendo a disposición de todos, empezando con el resumen de la sesión del domingo, 22 de enero.
La sesión del 22 de enero se centró en el tema de la programación y manipulación mental de la población mundial por parte de la elite global y sus medios de difusión masivos, a raíz de la noticia del día, el resurgimiento repentino de los “mensajes” de Osama bin Laden, figura convertida en mito al mejor estilo Orwelliano, cuyo personaje de “Emmanuel Goldstein” en la distopia “1984” demuestra similitudes sorprendientes con Bin Laden, quien siempre sirve a los intereses de la administración Bush en su empeño de imponer y consolidar un orden social totalitario, es decir, de control y subordinación absoluta -- lo que ellos llaman “full spectrum dominance”.
A efectos de comprender la ideología subyacente a la política tanto doméstica como exterior del gobierno de los EE.UU., que requiere un alto grado de manipulación abierta para ser aplicable sin mayor resistencia y que es calificable de fascista, hemos tratado de indagar en el pensamiento político de aquellos filósofos y pensadores, que constituyen el soporte ideológico de los llamados “neoconservativos”, que en este momento ocupan la Casa Blanca y siguen las líneas trazadas en su Proyecto para un Nuevo Siglo Norteaméricano, en perfecta concordancia con los intereses del complejo militar postindustrial y energético estadounidense. Las indagaciones las hemos hecho, entre otros propósitos, para poder analizar y medir, si realmente estamos a la altura teórica de nuestro adversario de clase, o si acaso lo superamos, cuando desde Venezuela y otros países de América Latina estamos proclamando el “Socialismo del Siglo XXI”, que hasta ahora no ha dejado de ser una colorida mezcla de buenas ideas y serias propuestas, pero carecientes de estrictez teórica.
Hemos descubierto pues, que los conceptos del alemán Carl Schmitt, filósofo político y jurista de estado, quien murió en 1985, racista y notorio apologeta del régimen nazi, parecen ser determinantes en la cosmovisión de los “neoconservativos” que actualmente conforman la administración Bush. Es específicamente su concepto de “lo político”, que nos ha llamado poderosamente la atención, en cuanto que según Schmitt, la política es el ámbito de la diferenciación entre lo bueno y lo malo, el amigo y el enemigo, siendo este último siempre entendido como “enemigo público”. Más detalladamente y como dice Schmitt, el soberano -- preferiblemente una sola persona en cuya figura se refleje la “voluntad general” -- no sólo está encargado de establecer y conservar el orden político interno, sino y cuando éste peligra, declarar “enemigo absoluto” a cualquier adversario, en función de asegurar la estabilidad y continuidad del orden político interno. Además, Schmitt considera que en función de poder erradicar exitosamente al enemigo, es perfectamente legítimo de eliminar los límites que pueda constituir el orden jurídico-legal para tal efecto.
Hemos observado, que en ésta definición de lo político según Carl Schmitt, yace la concepción y la técnica manipulativa del “chivo expiatorio”, en cuanto que éste siempre surge o más bien está siendo “invocado” por la clase dominante en momentos críticos que amenazan su existencia, para poder asegurar la continuidad del estatus quo al desviar la atención de las clases oprimidas del problema real, y dirigirla hacia un declarado “enemigo público”, artificialmente construido.
Salta a la vista, que ésta concepción del “enemigo público” o “chivo expiatorio”, aplicada por el régimen nazi en contra de los judíos y de sus enemigos políticos, coincide completamente con la de la actual administración Bush en su proclama de la guerra total e infinita en contra del “terrorismo internacional”, nuevo enemigo público y chivo expiatorio, ésta vez con cara primordialmente árabe-musulmán, pero que incluye de igual manera los adversarios políticos del gobierno estadounidense, a nivel interno e internacional.
Igualmente nos ha llamado la atención el esquema, según se procede a “identificar” y proclamar un enemigo: En el caso de la Alemania de Hitler fue el Reichtagsbrand (quema del edificio del parlamento) de 1933, perpetrado por los nazis y atribuido al partido comunista alemán, a raíz de lo cual se proclamó el estado de emergencia “para la protección de la población y del Estado”, el mismo que sirvió como plataforma para consolidar la dictadura nazi. En el caso de la Norteamérica de Bush fue el 11 de Septiembre, planificado, coordinado y ejecutado desde las propias altas esferas políticas y militares, en conjunto con agencias de inteligencia, atribuido a “Al-Quaeda” y Osama bin Laden, y proporcionando así la necesaria justificación para la demolición de los derechos civiles a nivel interno mediante los “Patriot Act” I y II, y el atropello del derecho internacional a nivel externo mediante la “Doctrina Bush” de la guerra preventiva; todo en función de velar por los “intereses de seguridad” del gobierno estadounidense y proyectar su poder alrededor del planeta en todos los ámbitos.
Hemos constatado, que el famoso enunciado de George W. Bush, de que su administración procedería a “fumigar” los “terroristas” en cualquiera de los “huecos” donde siempre se encuentren, coincide plenamente con la noción de Carl Schmitt de que los ámbitos ejecutivo, legislativo y judicativo se fusionan en la persona del fuehrer (llámese Hitler o Bush), quien “en momentos de alto peligro crea e imparte la ley y así la proteje del peor abuso” (nuestro énfasis). Quiere decir, según Schmitt, que el auténtico fuehrer siempre es, al mismo tiempo, juez. En este sentido, Schmitt considera que del propio liderazgo político emana el auténtico liderazgo judicial. En un artículo de 1934, titulado “El fuehrer proteje la ley”, Schmitt asevera lo siguiente:
“Aquél quién puede ver, en su totalidad, el contexto inmenso de nuestra situación política, comprenderá las exhortaciones y advertencias del fuehrer y se armará para la gigantésca batalla espiritual, la cual nos convoca a defender nuestro legítimo derecho.”
Hemos coincidido en que éste “legítimo derecho”, que en el caso de la Alemania nazi fue entendido como la expansión del espacio geográfico para garantizarle a la “raza aria” (y al capital alemán) su “adecuado” espacio vital, hoy día consiste en la sumisión del planeta entero bajo los intereses exclusivos de la Norteamérica corporativa. También hemos recordado en este contexto el llamado a la “batalla de las ideas” como parte intrínseca de la doctrina de seguridad nacional estadounidense, el cual se ha expresado, entre otras cosas, en la proclama del “choque de civilizaciones” (Samuel Huntington), que engrana nítidamente con la noción Schmittiana del “enemigo total”.
El pensamiento de Schmitt fue influído, entre otros, por filósofos como Thomas Hobbes con su noción de la concentración absoluta del poder en manos de un super-estado o “Leviatán”, Niccoló Machiavelli con sus reflexiones sobre la lógica del poder y su empleo astuto por los gobernantes, y Vilfredo Pareto con su noción del retorno eterno de las élites.
Además nos hemos conseguido con que otro pilar ideológico de los neoconservativos lo constituye el pensamiento de un adepto y protegido del propio Schmitt, el filósofo alemán-americano Leo Strauss (1899-1973), a su vez influido por Thomas Hobbes, Friedrich Nietsche y Martin Heidegger, pero también por los “clásicos” como Platón y Aristóteles.
Hemos encontrado, que el intrigante y revelador pensamiento político de Leo Strauss se caracteriza, de manera sintetizada, por su afirmación incondicional de un orden social totalitario, precedido por una especie de filósofos-gobernantes tipo Politeia de Platón, quienes retienen y ocultan el conocimiento de la verdad ante las “masas ordinarias” mediante la disseminación de mitos, tanto políticos como religiosos, en función de mantenerlas en una sumisión ignorante.
En este sentido, Leo Strauss considera la filosofía en sí una cosa sumamente peligrosa, ya que ésta suele cuestionar la moral reinante y así sacudir los fundamentos del orden social, cosa que no la pueden digerir las masas ignorantes, cuyas mentes mediocres, según Strauss, son fácilmente confundibles e incapaces de asumir, de manera razonable, las consecuencias del conocimiento filosófico. De ahí que Strauss introduce su concepto central, que es el denominado “texto straussiano” - un ensayo filosófico escrito de manera tal, que el lector común y corriente pueda entender alguna cosa, mientras que sólo el lector ilustrado – los pocos a quienes está dirigido el texto en realidad -, entenderá su verdadero significado e implicaciones. Por considerar que la filosofía tiende a sembrar el nihilismo en las mentes mediocres de las masas, Strauss aboga por no exponerlas a tales peligros, por lo cual también afirma el hecho de que a través de la historia, las autoridades políticas hayan sido empeñados en silenciar a determinados filósofos, como fue por ejemplo el famoso caso de Sócrates. En otras palabras, Strauss afirma abiertamente la censura.
Hemos coincidido en que Strauss es un ejemplo insólito para demostrar, cuán importante es el pensamiento filosófico, sobre todo cuando éste se convierte en un arma ideológico en contra del adversario de clase, que, en el caso del ultra-elitista Strauss, son las clases oprimidas y trabajadoras, cuyas “mentes mediocres” deben permanecer en eterna ignorancia. Ante esta actitud elitista, tan radical, abierta y categóricamente exclusiva, hemos podido apreciar aún más la inmensa magnitud del problema que nos aqueja aquí en Venezuela y en América Latina, de la falta de una conciencia de clase igualmente radical y clara por parte de las clases oprimidas, la formación de la cual es, en nuestro criterio, conditio sine qua non para evitar que las clases dominantes nos siguen engañando una y otra vez con su “dialogo” y “reconciliación” entre las clases sociales en juego.
Hemos podido conocer, que Strauss estaba convencido, de que los pensadores y filósofos del pasado en efecto redactaron “textos straussianos”, es decir, textos redactados en códigos comprensibles sólo por las élites, en un espejismo de sus respectivas sociedades de clase en sus niveles económico, político y cultural, consistentes en propietarios y trabajadores, gobernantes y gobernados, y creadores y audiencias. El crimen cometido por la filosofía política moderna según Strauss, es haber querido abolir la rígida distinción entre clases en nombre de la libertad, lo que condujo a una igualación o “bolchevización” de la mente con consecuencias catastróficas – lo que Strauss llama el “nihilismo liberal” o la pérdida de una moral y un sistema de valores, preferiblemente basado en la religión, que respete fielmente la rígida distinción de clases sociales.
Siendo un ateísta quien consideraba la religión judeo-cristiana un fraude, Strauss fue al mismo tiempo un feróz defensor de la misma por considerarla una gran necesidad para la gente ordinaria, para mantenerla entretenida y lejos de la filosofía. Para Strauss bastaba que un reducido grupo de personas pertenecientes a la élite tuvieran el conocimiento detallado de la verdad, mientras que a las masas se le enseñara lo justamente necesario para que pudieran cumplir con sus funciones en el sistema, y más absolutamente nada.
Para Strauss, el pensador central en la historia de la filosofía, quien marcó el punto de no retorno en el camino hacia la degeneración de la filosofía clásica en filosofía política moderna, es Machiavelo, al haber cometido el gran pecado de abiertamente romper los mitos y revelar la nuda y cruda verdad ante los ojos de todos.
Hemos encontrado, que entre los discípulos, seguidores y protegidos de Strauss figuran el secretario de defensa Donald Rumsfeld, el ex subsecretario de defensa y actual presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz; el vicepresidente Dick Cheney; el Fiscal General de los EE.UU., John Ashcroft; luego Clarence Thomas, juez de la Corte Suprema; el editor del Weekly Standard y comentarista político de Fox News Channel, William Kristol; además de personajes como Gary Schmitt, co-fundador, presidente y director del Proyecto para un Nuevo Siglo Norteaméricano; Irving Kristol, Michael Ledeen y Jeane Kirkpatrick del American Enterprise Institute (la última también ex-asesora de política exterior de Ronald Reagan y ex embajadora de los EE.UU. ante la ONU); los autores Francis Fukuyama y Samuel Huntington, y el ex editor de la revista mensual “Comentario” del Comité de Judíos Americanos, Norman Podhoretz, entre otros.
Ante semejante panorama, nos hemos hecho las siguientes preguntas: ¿Estamos, en nuestro planteamiento del Socialismo del siglo XXI, realmente tomando en cuenta el gigantésco reto que nos presenta el adversario en el plano teórico-filosófico? ¿Estamos conscientes de que lo que estamos enfrentando es la ideología del fascismo mundial, y que de pronto no basten las enseñanzas religiosas y apelaciones éticas ante una élite mundial que no va a hesitar a borrarnos de la faz de la tierra como su verdadero enemigo de clase? ¿Lo tenemos claro de verdad, qué es lo que implica plantear el socialismo, es decir la negación científica y filosófica, práxica y teórica del capitalismo y fascismo?
Las interrogantes tienen tanto más peso al considerar, que seguidamente una compañera dirigió nuestra atención a un folleto que últimamente ha estado circulando en diferentes niveles de las instituciones educacionales del Estado, editado y distribuido por el propio Ministerio de Educación, consistente en una especie de “guía moral secular” en sustitución o por lo menos complementación de la tradicional moral religiosa, titulado “El Camino a la Felicidad”. Al indagar un poco en el asunto, nos hemos dado cuenta, que este “nuevo” “código moral” tiene nada que ver en absoluto con ningún planteamiento serio y responsable de un posible Socialismo del Siglo XXI que vaya más allá de las meras y vacías apelaciones éticas, y además emana de la notoriamente conocida Iglesia de la Cienciología, por lo que estamos sospechando que aquí se trata de una infiltración ideológica dirigida en contra del auténtico pensamiento revolucionario y socialista, por lo que hemos acordado retomar y profundizar este tema en nuestra próxima reunión.