¿Por qué Uribe?

Sobre Uribe y sus actuaciones respecto a Venezuela, todo está claro. Porque, como dice el refrán, por la boca muere el pez

1.- ¿Acaso el chavismo la tiene cogida con Álvaro Uribe? Lo que uno deduce de las declaraciones de voceros de la oposición venezolana, de dirigentes de la derecha colombiana y los comentarios de analistas internacionales es que el ex presidente fue escogido como blanco privilegiado para descargar sobre él la responsabilidad de todo cuanto ocurre en Venezuela. Es decir, que el personaje es una especie de angelito al cual se le quieren atribuir, gratuitamente, hechos relacionados con la política del país. Y no es así. Sobre Uribe y sus actuaciones respecto a Venezuela, todo está claro. Porque, como dice el refrán, por la boca muere el pez. El ex Mandatario colombiano es quien se ha involucrado más allá de lo imaginable en la situación interna del país. Es él, y solo él, quien tomó la iniciativa de escoger a Chávez, al chavismo y al proceso bolivariano como enemigos. Para convertirlos en referencia aglutinante de su equipo y darles condición de amenaza político-ideológica para avanzar en planes más audaces. Por ejemplo, fue el propio Uribe quien en una insólita declaración se lamentó de que le faltó tiempo para agredir militarmente a Venezuela. La respuesta de Chávez es bien conocida.

2.- Entre los gobiernos de Chávez y Uribe existió, por un tiempo, una cordial relación. Hubo intercambio de visitas de ambos presidentes, declaraciones auspiciosas y elaboración de planes de cooperación en áreas clave. Pero esos logros se frustraron de pronto cuando Uribe, obedeciendo a dictados supranacionales y dada su concepción derechista en política, optó por el enfrentamiento con el Mandatario venezolano. Viví de cerca ese viraje debido a los cargos que ejercí en el gobierno revolucionario para entonces. Fui testigo de los cambios que se operaban en el gobierno uribista, de las primeras provocaciones en el marco de una situación que finalmente se tornó insoportable. Todo indica que para Uribe, para su política, eran indispensables las tensiones calculadas y la exaltación de las diferencias. También me consta los esfuerzos que hizo Chávez para evitar que avanzara aquel fatal deslizamiento hacia la ruptura.

3.- Si alguna conclusión saqué de aquella experiencia es que Uribe es un personaje complicado, emocionalmente inestable. Alguien capaz de cualquier cosa. Con una infinita capacidad de maniobra y feroz vocación de poder. Algo así como un fanático que está convencido de que la verdad está siempre de su lado. Que se aleja y se acerca a las más disímiles posiciones con sentido pragmático y en función, exclusivamente, de un pensamiento excluyente. Alguien que se cree poseedor de atributos mesiánicos que maneja a discreción, pero que al mismo tiempo está condicionado por sórdidos compromisos con los poderes fácticos, en particular el complejo militar de Estados Unidos.

4.- Uribe es un hombre de paradas. Nada lo frena cuando adopta una decisión. En su carrera política apostó a todo: a romper con el partido donde militaba, el Liberal; a abrirse con posiciones propias, sin porvenir, de lo cual tenía conciencia. De ahí las alianzas que forjó con la franja oscura de la política, con el entramado mafioso. Su falta de escrúpulos lo condujo a relacionarse con las Convivir, con las Autodefensas, con los capos de los carteles de la droga, con los paramilitares, como lo revelan miles de testimonios de los protagonistas, y a utilizar a la Fuerza Armada como soporte de aventuras. Tan capaz es Uribe de todo que no tuvo empacho en apoyar descaradamente al candidato presidencial Capriles; de anunciar que haría campaña a su favor en la frontera; de apoyar a López en sus desmanes, y a no ocultar su relación con un terrorista prófugo como Lorent Saleh. A Maduro lo agrede como le da la gana, con la soberbia con que suele tratar a los adversarios. Su nombre se lo vincula -con base en múltiples evidencias- a terroristas que operan en Venezuela. ¿Es posible? Por su pasado, por las ejecutorias del personaje en su país y por lo que hoy representa en la región, no tiene nada de extraño.

La segunda muerte de Robert Serra

El país sabe cuándo ocurrió su muerte. Cuándo fue salvajemente asesinado. Los autores del crimen no tuvieron compasión. Se ensañaron en su cuerpo en un ritual de odio, de desprecio por la vida. Para acabar no solo con el hombre, sino con las ideas que representaba. Pero no bastaba con eso. Había que ir más allá. Trascender aquel abyecto episodio. Había que matar al muerto. Liquidar lo que quedaba de él: su limpio nombre, su prestigio, su pasión por las causas nobles y el coraje con que encaraba la lucha política. Había que darle muerte por segunda vez. Apelar a un asesinato peor que el primero: el moral. Para que de él no quedara nada. Tan solo la reseña mediática del abominable hecho, objeto de abusivas distorsiones. Su cadáver, revertido en multitud, aun no llegaba al cementerio -lo que lo hacía más peligroso para los autores intelectuales del crimen-, cuando ya era apuñalado otra vez con miserables versiones. Para impedir justamente su proyección en el afecto popular, como ocurrió tan pronto se conoció la aciaga noticia, aquella noche del 1º de octubre.

Toda la podredumbre que es capaz de expeler un sector social y político pretende mancillarlo, rematarlo implacablemente, con saña sin igual. La práctica la conozco muy bien. La viví directamente en muchos otros casos de conductores populares eliminados en las cámaras de tortura, en los siniestros TO, en masacres despiadadas, justificados con el argumento expedito de que se trataba de delincuentes, ajustes de cuentas, desertores, confidentes. Pero el tiempo se encargó de desmentir las infamias y reivindicar la verdad. Los de siempre, dirigentes políticos inmorales, jefes de organismos de seguridad inescrupulosos y los partidarios de la idea de que no basta con dar muerte a un dirigente, sino que hay que rematarlo luego para que nada quede de él, retornan al escenario de la tragedia para estigmatizar al adversario, sus restos, su ejemplo. Con Robert Serra se repite esa escatológica expresión del lado oscuro de la política y de algunos personajes. Ahora con la ventaja de que lo hacen a través de las inefables redes sociales.

Laberinto

-Mi columna del pasado lunes levantó roncha. He recibido muchos mensajes telefónicos, por Internet y directamente, reconociendo la validez del planteamiento. También objeciones y críticas que leo con interés. Puntualizo que todas las denuncias que hice están en la Fiscalía General de la República y son procesadas. Algunas han causado mandatos judiciales de aprehensión de los involucrados…

-No comparto la tesis de que lo está ocurriendo con algunos organismos policiales son hechos circunstanciales, aislados, que no son parte de una política de Estado. No lo he planteado así. Pero tales hechos, si no son corregidos rápidamente, se convierten en política. Que es lo que hay que evitar a toda costa, para impedir que la arbitrariedad prospere en esos organismos y se conviertan en soportes del crimen…

-Actitudes positivas recientes: A) la del gobernador de Carabobo, Francisco Ameliach, al reaccionar contra la medida administrativa que le negó a la esposa del ex alcalde Scarano la posibilidad de visitarlo en la cárcel; y B) la aceptación inmediata del presidente Maduro de la propuesta del gobernador Henri Falcón para convocar al Consejo Federal de Gobierno. Dos actos que abren las puertas al diálogo y le dan contenido humano a la política.



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José Vicente Rangel

Periodista, escritor, defensor de los derechos humanos

 jvrangelv@yahoo.es      @EspejoJVHOY

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