El debate respecto a la degradación acelerada y, al parecer, inevitable de nuestro planeta ha pasado a ser materia de primer orden -junto a la preservación de la diversidad cultural gravemente amenazada y arrollada por la globalización capitalista neoliberal- lo cual es visto con malos ojos por quienes sólo piensan en satisfacer sus ambiciones económicas, arrastrando consigo a las naciones envueltas en extrema pobreza, pero ricas en recursos naturales estratégicos. Una razón más para que las grandes corporaciones transnacionales situadas en Estados Unidos, Canadá, Europa central y Japón establezcan una estrategia común que haga ver tal asunto como irrelevante o, por lo menos, minimizar sus efectos haciendo entender que todo forma parte de un sacrificio necesario para acceder a las bondades del desarrollo.
Sin embargo, dichas corporaciones no han podido frenar el reclamo que se extiende a todos los pueblos de la Tierra en demanda de un respeto estricto a la madre naturaleza. En tal sentido, las iniciativas adelantadas por Ecuador y Bolivia instituyendo por vía constitucional los derechos de la Tierra representan un avance significativo en lo que se relaciona con la lucha ambientalista y la defensa de los recursos naturales nacionales. En este caso, los derechos de la Tierra se convierten también en un asunto político trascendental que comienza a generar polémicas, encuentros y desencuentros sobre los cuales fijan su atención los poderes hegemónicos que aúpan la globalización capitalista, ya que comprenden que -de imponerse y extenderse la tesis de los derechos de la Tierra- se verían seriamente afectados sus intereses.
De allí que, ante la enorme e incuantificable deuda climática acumulada desde hace más de un siglo por las grandes potencias capitalistas, deba erigirse una visión integral que -inevitablemente- entrará en conflicto abierto con el capitalismo y no solamente en lo que corresponda a lo financiero y/o económico sino también en los demás órdenes de la vida social, incluyendo la necesidad de modificar radicalmente los modos de producción. Sobre todo, cuando ya muchas personas comienzan a sufrir los rigores del cambio climático y los embates de la naturaleza.
Ello nos confronta con la obligación de crear alternativas revolucionarias frente al sistema devastador del capitalismo, el cual no vislumbra la contingencia que los recursos naturales requeridos para mantener el actual estilo de vida, especialmente en las grandes capitales modernas y/o industrializadas -basado en un consumismo inducido, excesivo e irracional- se agoten eventualmente, poniendo en sombrío riesgo no únicamente a la especie humana sino a todo el planeta.-