¿Hay o no hay botellas de agua en Venezuela?

Permítanme tomarme el atrevimiento de usar el método habitual en la mayoría de los medios hegemónicos (El País, El Mundo, ABC) para tratar a Venezuela. La elección de una historia de vida o una anécdota sirve casi siempre para sostener cualquier titular pendenciero. Basta con pensar un buen título primero y después encontrar el caso que confirme la regla. Este procedimiento es cada día más común para simular un riguroso ejercicio periodístico. Hoy, sin que sirva de precedente, voy a copiarlo para contar una historia, también en Venezuela, sobre la economía, sobre el desabastecimiento y los precios.

El escenario es un hotel de esos que presumen de estrellas. Un huésped, en pleno hall, solicita un agua luego de tomar su café expreso. Una simple y pequeña botella de agua. La camarera pregunta si quiere un agua con gas o saborizada. No. El señor reitera que prefiere un agua normal. A partir de ahí comienza una secuencia surrealista que habla por si sola.

La primera respuesta de la camarera va en plena sintonía con aquello que titularía la CNN. "Por escasez, lo siento, pero no hay agua pequeña". Sorprendido, el cliente le comenta que ha visto que en las habitaciones le dejan dos botellas de agua por cortesía al inicio de la estadía. Pero que además el restaurante buffet de la planta tercera también tiene botellas pequeñas de agua cada día. Ante la incomodidad, la camarera desvía la atención hacia el siguiente rango en el escalafón hostelero. "El encargado vendrá a explicarle".

La historia no acaba aquí. El encargado llega y comienza el segundo episodio de lo que comenzaría a parecerse un cuento de García Márquez si no fuera por la compleja situación económica que vive Venezuela y la atención que le prestan los medios. Resulta preciso aclarar que el agua, en botella pequeña, está a precio regulado, a 11,27 Bolívares (Bs). Sin embargo, la botella de agua con gas, no regulada, y sí disponible en el hotel, cuesta 274 Bs; la saborizada vale 280 Bs. Sería pagar unas 23 veces más por un agua que el cliente no desea.

A partir de ahí, el relato del encargado no tiene ningún desperdicio. Primero, alude a la escasez que vive Venezuela; luego explica que Chávez había sido quien había regulado el precio de la botella de agua porque no tenía sentido que ésta estuviera por encima del precio de la gasolina. Prosiguió su perorata justificando que la botella de agua pequeña solo se reserva en el caso que el cliente pida un trago con alcohol. Y además, argumentó que el día anterior hubo un evento que exigió muchas botellas de agua. Cualquier excusa era válida para no traer la dichosa botella de agua al cada vez más sediento cliente del hotel.

Finalmente, el cuento acabó con un final feliz. El encargado, como muestra de buena fe y bondad, aceptó hacer la excepción trayéndole el agua al paciente señor que no entendía casi nada de lo que estaba pasando. Menos entendió cuando salió afuera del hotel, y a escasos 50 metros, se topó con dos kioscos, uno al lado del otro, que mostraban sin reparo disponer de gran cantidad de ese tan supuesto bien escaso a precio regulado.

Este relato no niega que haya situaciones reales de bienes a precios regulados que no se encuentran fácilmente, o que se encuentran a precios desorbitados debido a la actividad del bachaqueo (especulación de compra-venta de ciertos productos). Tampoco se trata de ignorar que el gobierno bolivariano tiene importantes desafíos: a) realizar una revolución productiva frente al rentismo importador del siglo XXI, b) una política económica eficaz alternativa en los eslabones de distribución y comercialización para evitar la espiral especulativa en ganancias y precios, c) una política fiscal que continúe avanzando en la soberanía tributaria. Son retos pendientes que tampoco explican por sí solo ese pasaje de la supuesta escasez de la botella de agua. Todo es mucho más complicado de lo que se pueda contar en una anécdota o en una historia de vida. La narración anterior pretende precisamente llamar la atención sobre la complejidad de la economía venezolana en estos momentos. De todo lo malo no puede ser culpable el actual proceso de cambio en Venezuela que todavía mantiene la tasa de desempleo en 6,6%, la pobreza extrema sigue cayendo (4,5%) y la FAO le brindó un reconocimiento hace un par de meses por la reducción a la mitad del porcentaje de personas con hambre.

El debate sobre la inflación y el desabastecimiento parcial en algunos bienes no se reduce a una historieta. La economía es algo más compleja que un simple sudoku. La economía política tiene mucho que explicar detrás de lo que sucede en cada situación cotidiana. Porque además de ponerse el foco en el actividad económica pública, está la responsabilidad de los empresarios, que por ejemplo no acatan leyes impidiendo al cliente que pueda consumir una botella de agua que sí está disponible y abastecida. El sector económico privado es casi siempre indultado en cada relato periodístico. Seguramente si quién hubiera estado al costado de donde sucedía el hecho mencionado hubiera sido otro, habría contado otra historia en la que el hotel no tendría ninguna responsabilidad, y en la cual toda la culpa sería de Maduro, de Chávez y de la Revolución Bolivariana.

CELAG

Tomado de "Hoy Venezuela"



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Alfredo Serrano Mancilla

Doctor en Economía por la Universidad Autónoma de Barcelona (España). Postdoctorado en la Université Laval (Québec, Canadá). Actual Director Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano Geopolítico (CELAG). Profesor de Posgrado y Doctorado en universidades internacionales (Universidad Mayor de San Andrés y Universidad Andina (Bolivia). Universidad Pablo de Olavide (Sevilla). FLACSO Ecuador, Instituto Altos Estudios Nacionales (Ecuador), Universidad Magdalena (Colombia), en UNAM y CIAD (México)).

 aalfserr@yahoo.es      @alfreserramanci

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