Es una realidad cada vez más palpable que el mundo experimenta una gran diversidad de fenómenos emergentes con un gran potencial destructivo para la vida, los bienes materiales y al ambiente en general. Entre el 2000 y el 2005, los desastres a nivel mundial causaron, en promedio y directamente la pérdida de 80.000 vidas humanas, afectando a 240 millones de personas, durante cada uno de esos años, a ello se suman los daños materiales valorados en 80 mil millones de dólares para el periodo en cuestión (Bass y otros, 2009, p.1).
Más cercanamente, nuestra República Bolivariana de Venezuela, debido entre otros factores a su ubicación geográfica, se caracteriza por presentar múltiples escenarios de riesgos que de materializarse en eventos no deseados, pudieran generar (y de hecho han generado) consecuencias de alto impacto social, en la pérdida de vidas humanas, bienes materiales y daños ambientales.
Es un hecho evidente y así lo expresa el Ministerio del Poder Popular para la Educación (2011, p.7), que el grueso de nuestra población se ubica en zonas de alto riesgo de desastres, debido a su gran exposición tanto a fenómenos de origen natural (sequías, inundaciones, incendios forestales, tsunamis, sismos, epidemias, deslaves, entre otros), como de carácter antrópico (accidentes terrestres, aéreos, marítimos, por materiales peligrosos, incendios estructurales e industriales, violencia social, familiar, escolar y comunitaria, entre otros).
En ese sentido, la Dirección Nacional de Protección Civil y Administración de Desastres y Caritas de Venezuela (2010, p. 9), considera que la irracional intervención humana sobre el ambiente ha ocasionado un incremento constante de los niveles de riesgo en la mayoría de nuestros asentamientos poblacionales.
El cuadro que brevemente hemos descrito, nos lleva a las siguientes interrogantes: ¿Será que los desastres ocurren por un designio de la naturaleza, siendo prácticamente inevitables?, o por el contrario, ¿Son eventos que emergen o se potencian a consecuencia de actividades humanas y por lo tanto podemos evitarlos o al menos reducir sus impactos?, y ¿Cómo nuestra forma de percibirlos, investigarlos, conocerlos y abordarlos influye tanto en su ocurrencia, como en sus consecuencias?
Buscando luces, hemos conseguido que según Lavell (2006) es posible identificar claramente dos paradigmas o modelos, digamos extremos, que pretender explicar cada uno a su vez, tanto el proceso de construcción social del riesgo de desastre, como el proceso de intervención social en su reducción.
Para el primero de estos paradigmas denominado naturalista – fisicalista, los desastres son producto del impacto de amenazas físicas sobre la sociedad de manera que los desastres son sinónimos de amenazas extremas y constituyen desastres naturales. El riesgo de desastre es una función directa de la exposición a la intensidad y magnitud, el periodo de recurrencia y otras características de las amenazas físicas en sí mismas. Este paradigma plantea que la sociedad debe intervenir en la problemática de los desastres naturales por medio del control directo e indirecto de las amenazas y sus impactos sobre la sociedad, de la alerta temprana de esos impactos, la protección de personas y bienes, así como de la organización de mecanismos adecuados de respuesta y recuperación. Para ello es indispensable incrementar de manera sostenida la capacidad de las ciencias básicas para pronosticar, prever y analizar las amenazas y sus interrelaciones.
Debido a sus características, consideramos que el paradigma naturalista – fisicalista para el estudio y manejo de riesgos de desastre, pudiera tener profundas raíces en una postura filosófica positivista, la cual a decir de Briones (2002, p. 28 - 29) proclama que: "El progreso del conocimiento sólo es posible con la observación y el experimento y, según esta exigencia, se debe utilizar el método de las ciencias naturales". Asimismo, a decir del precitado autor esa corriente filosófica contempla que la función de la teoría consiste en coordinar los hechos observados por las ciencias y de ninguna manera buscar las causas de su ocurrencia. Es decir, su función es netamente contemplativa.
De otra parte, para el paradigma digamos alternativo, denominado por Lavell como sistémico – social, la construcción social del riesgo es un proceso mediante el cual la sociedad transforma y configura el riesgo por medio de un proceso diferenciado de generación de vulnerabilidades, resistencias y resiliencias a amenazas distintas. La interacción particular entre sociedad y su medio sirve a veces también para transformar recursos naturales y fenómenos físicos determinados en amenazas, las cuales al interactuar con una sociedad vulnerable construyen riesgos y eventualmente desastres.
Asimismo, para tal paradigma, el riesgo de desastres se basa en escenarios de pérdidas potenciales producto de la interacción de amenazas con vulnerabilidades en comunidades, infraestructuras y sistemas de producción y servicios expuestos, como consecuencia de procesos sociales que surgen del modelo de desarrollo vigente. Por su parte, los desastres son el resultado de riesgos que se realizan a partir del impacto de eventos físicos particulares en un tiempo y lugar determinado, siendo el resultado tangible de problemas o desequilibrios entre la sociedad y el ambiente, generados y/o no resueltos por los modelos de desarrollos pasados y vigentes.
Igualmente, el paradigma sistémico – social concibe la gestión del riesgo como un proceso social y político mediante el cual la sociedad se plantea controlar los procesos de construcción del riesgo o su disminución como una estrategia para el fortalecimiento de los planes de desarrollo ecosustentables y la seguridad integral de la nación.
Es así que el paradigma sistémico – social, a nuestro modo de ver se inscribe, desde el punto de vista filosófico, en la corriente del materialismo dialéctico, cuyos máximos representantes (Marx y Engels) afirmaron que este:
Tiene como una de sus preocupaciones centrales el cambio de la realidad. Consecuentemente, considera al mundo como un proceso en el cual, históricamente, se dan fenómenos nuevos y cada vez más complejos a partir de los más simples, siguiendo las leyes de la dialéctica. (Briones, 2002, p. 22).
En ese orden de ideas, consideramos la problemática del riesgo de desastres como un proceso complejo cuyos elementos generadores se encuentran no sólo en la existencia de amenazas o peligros de todo tipo y origen, sino que fundamentalmente se afincan en las condiciones precarias de "vida" en que son empujados a subsistir amplios sectores de la población a nivel global, producto de la interrelación de un conjunto de vulnerabilidades ambientales, económicas, físicas y sociales, consecuencias estas a su vez de la imposición de un modelo de desarrollo economicista, que opera bajo la lógica de la apropiación indebida y la acumulación desmedida del capital en todas sus expresiones por parte de sectores minoritarios pero con excesivos poderes, en detrimento de consideraciones sociales, ambientales y humanas, las cuales son rápidamente despachadas como simples "daños colaterales" o el precio que debemos pagar el resto de la población para disfrutar aunque sea marginalmente de las supuestas ventajas del american way life.
Es claro para nosotros que mantener una visión paradigmática naturalista – fisicalista, promueve abordajes de la problemática del riesgo de desastres que a todas luces evaden el estudio de lo que consideramos como el nudo crítico del asunto, basado este último en la hegemonía del modelo de "desarrollo" capitalista, el cual a la par de incrementar los factores de vulnerabilidad humana ante las múltiples amenazas de origen natural o antrópico, contribuye con su aparato cultural a instalar en el imaginario colectivo la falsa creencia de que así es como debe funcionar el mundo. Es decir, que para tal modelo, lo natural sería conformarnos con las condiciones de vida que nos hacen cada vez más vulnerables y que es poco o nada lo que podemos hacer para su superación, intentando reafirmar en nosotros (y en muchas ocasiones con éxito) una visión fatalista que termina por inhibir las iniciativas sociales enfocadas hacia una verdadera transformación política, económica y social, que coloque al ambiente y al ser humano como su primera prioridad.
En este punto consideramos necesario aclarar que se entiende por natural. Según el Diccionario de la Lengua Española (2014), el término en cuestión posee al menos diecisiete acepciones. La primera de ellas concibe lo natural como: "Perteneciente o relativo a la naturaleza o conforme a la cualidad o propiedad de las cosas". Por su lado, la octava acepción indica que natural se refiere a lo: "Regular y que comúnmente sucede, y, por eso, fácilmente creíble".
De acuerdo con esa primera acepción y con el paradigma sistémico - social, los desastres no pudieran ser catalogados como naturales, pues aunque el evento que le da origen sea de carácter natural, este requiere de la interacción con un conjunto de vulnerabilidades sociales para constituirse propiamente en un desastre. Por ejemplo, un movimiento sísmico en los médanos de Coro, no es más que eso, no podríamos decir lo mismo si sucede en Caracas.
De otra parte, si consideramos el modelo de desarrollo imperante a nivel global, lo natural (en términos de la octava acepción) es que ocurran los desastres, como fenómenos que tienden a perder su eventualidad para convertirse en parte del paisaje cotidiano. Es decir, inmersos como estamos en tal modelo economicista, nos acostumbramos tanto a las tragedias sociales, ambientales, económicas, en fin humanas, que corremos el riesgo de perder paulatinamente nuestra capacidad de asombro y por lo tanto de lucha.
Para revertir y superar tan dañino fatalismo es necesario elevar nuestro nivel de conciencia tanto individual como colectivamente. Por un lado, argumentar y divulgar por qué los desastres no son naturales es un primer paso, digamos que fundamental. Más sin embargo, lo anterior sería inútil si no logramos percatarnos que en el actual modelo de "desarrollo" capitalista, por su misma esencia, lo natural (regular, común, creíble) es que los desastres sucedan y que no bastan las medidas de mitigación, que en el fondo no son más que "pañitos calientes" para ocultar sus ya mencionados daños colaterales.
Es por ello que suscribimos en todas sus partes un pensamiento del Comandante Hugo Rafael Chávez Frías (2006) citado por el Ministerio del Poder Popular para el Ambiente (2010, pp. 17 - 18), que por su claridad y pertinencia ya forma parte de nuestro acervo colectivo:
El capitalismo es un modelo que destroza la vida. El capitalismo destroza... tanto a la naturaleza como al hombre que es parte de la naturaleza. Dos de los pilares fundamentales de la economía, que son la tierra y el hombre, los destroza el capitalismo… destroza a la sociedad destroza al ser humano.
Se trata de asumir un verdadero proceso de prevención y reducción de desastres impulsando una transformación profunda, revolucionaria, de los modos en que nos relacionamos con el ambiente y entre nosotros, ello implica buscar sistemáticamente una ruptura tanto con aquellos paradigmas de investigación y desarrollo, que nos han conducido hasta el actual estado de creciente vulnerabilidad global.
REFERENCIAS
Bass, S; Ramasamy, S; Dey de Prick, J y Battista, F. (2009). Análisis de Sistemas de Gestión del Riesgo de Desastres. Una Guía, Roma: FAO.
Briones, G. (2002). Epistemología de las ciencias sociales, Bogotá: ICFES.
Dirección Nacional de Protección Civil y Administración de Desastres y Caritas de Venezuela. (2010). Documento País Venezuela 2009 -2010, Caracas.
Lavell, A. (2006). Consideraciones en torno al enfoque, los conceptos y los términos que rigen con referencia a la reducción del riesgo y la atención de desastres en los países Andinos miembros del CAPRADE, Lima: PREDECAN.
Ministerio del Poder Popular para el Ambiente. (2010). El ambiente en la revolución bolivariana. Pensamientos e Ideas del Presidente Hugo Chávez Frías sobre el Ambiente. Tomo I, Caracas.
Ministerio del Poder Popular para la Educación. (2011). Orientaciones educativas para la gestión integral del riesgo en el subsistema de educación básica del sistema educativo venezolano, Caracas.