Como suelen advertir en algunas películas para evitar malos entendidos, dado el caso que en estas elecciones hubo mucho candidato de esos que se suelen llamar paracaidistas o, dicho de diferente forma, traídos de otra galaxia, quizás por aquello de Caracas es Caracas y lo demás es monte y culebra, diré lo que es verdad; este artículo fue escrito en tiempos de la IV República; hay mucho de fantasía, por lo que sí persona alguna pudiera sentirse aludida, es pura coincidencia. Al final dejé constar que fue publicado en el desaparecido "Diario de Oriente", mucho antes que Chávez dijese "por ahora". Entonces nada tiene que ver con el hecho que, pese los paracaidistas, como informó Eleazar Díaz Rangel, en Anzoátegui y Bolívar, solo sacamos un diputado - ¡y eso por lista! -, que es como pegarle un tiro al suelo, en cada entidad.
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¿Es justo que a esos representantes de fin de semana, en el menos grave de los casos; o a esos políticos que quinquenalmente se "aparecen a descubrirnos", a constatar si aún llevamos taparrabo y en vista de lo cual, haciendo suyas las tesis de Sepúlveda, nos declaran irracionales y asumen nuestra representatividad en el Congreso, se les llame pomposamente paracaidistas ?.
Hasta el buenazo de Bartolomé de las Casas, archienemigo de Sepúlveda y las burradas de éste, debe estar calientísimo en su tumba.
Meditemos un poco sobre eso y pongamos las cosas en su sitio.
¡Aquí es! ¡Aquí es! Gritábamos con entusiasmo los muchachos, como si fuese carnaval, cuando veíamos el descenso lento, desde allá donde la vista alcanza, del desperdigado cuerpo de paracaidistas. Si algún recuerdo grato conservo del gobierno de Pérez Jiménez, ese deber ser el de de las mañanas de paracaidistas en las fechas patrias. Pues producían en nosotros el mismo encanto que la observación del dirigible.
Ballenas o ballenatos - vaya usted a saber bien eso a los siete años - por montones hacían cabriolas con demasiada frecuencia allí mismo, en la desembocadura del Manzanares. Aquellos mediodías de encantamientos, como pocos, llegábamos retardados a clase. El maestro, para fortuna nuestra, se entretenía también con el majadear de los mamíferos. Más luego, deliciosamente conversaría con nosotros sobre aquellos gigantescos animales.
Sólo los paracaidistas, quizás por lo poco frecuente del espectáculo, menos que el deslizarse entre nubes del dirigible y el juguetear de los cetáceos, podrían impactarnos tanto.
Todos queríamos ser paracaidistas y ya eso, qué un infinito número de niños sueñen con serlo, dice muchas cosas bellas del oficio. Y más de uno, por sólo hablar de mi pequeño grupo, se rompió una pierna, dislocó un tobillo o se fracturó un codo, por querer imitarles.
Es muy difícil que los " paracaidistas " de la política den saltos muy grandes para jugarse el pellejo. Solamente lo harían para caer con absoluta seguridad en un "mundo feliz", para citar a Huxley. Y a los niños, poco le atrae tanto remilgo por la piel. Es cosa de adultos, pudiera haber dicho Curzio Malaparte. Y además, estos exploradores de safaris quinquenales, llegan en aviones grandes y seguros; y son los niños que habitan el contorno del aeropuerto quienes se juegan el pellejo.
"Y es una vaina enorme ", decíamos nosotros, "lanzarse de tan alto".
Y en verdad, uno que apenas se asoma a un balcón ya está mareado, puede más que los niños, medir el valor, el aguante y el nivel de entrenamiento de un verdadero paracaidista.
Pero estos "paracaidistas" domingueros también sienten escozor en el estómago al mirar discretamente por la ventana del avión "por si estamos llegando" y con cada saltito en el vacío.
¿Y en la guerra, qué papel juegan los paracaidistas? Preguntábamos ansiosos en la década del cuarenta, cuando nazi-fascistas y japoneses ponían en jaque al resto de la humanidad.
Ellos, de un lado u otro, hacían las más grandes hazañas desde la época que Francisco Quijano, "Don Quijote", se lanzó a defender menesterosos. Y el riesgo era mayor; ya no se trataba de lanzarse solamente desde lo alto, sino sobre regiones desconocidas y hasta dentro del terreno enemigo. Más de uno fue fusilado sin llegar a la tierra o cayó ensartado en la punta de una bayoneta. O perdidos en la retaguardia enemiga, fueron hechos prisioneros.
¿Riesgos? ¿Quién mencionó tan cochina palabra? Un diputado goza de inmunidad parlamentaria y, el del safari, tiene respaldo del cogollo. Y además, este "paracaidista", ni siquiera el riesgo corre de escuchar las necedades de quienes por votar por él, se creen con derecho a importunarle.
Este paracaidista, visitante quinquenal, que ni siquiera se acuerda a quien representa, apenas tiene de aquel la enorme bolsa para atrapar el aire.
En materia de ingresos y otras oportunidades, la respuesta es obvia.