A las críticas condiciones económicas que se viven actualmente en el país, a la polarización intencionalmente agravada por los grupos políticos antagonistas, al manejo complaciente de "la verdad", a la inseguridad y violencia que nos recluye en ámbitos privados, se añade la guerra de símbolos perversamente al servicio de espacios y cuotas de poder.
En el juego político del poder, el manejo del sistema simbólico desempeña papel importantísimo. Suerte de práctica social que edifica y demuele realidades, construye y destruye discursos, estigmatiza y elimina al adversario. Lo simbólico se traduce en estrategias confrontacionales destructivas que delimitan territorios y espacios de poder, descartan y niegan sectores sociales.
La guerra de símbolos no sólo moviliza, provoca violencia, enfrentamientos y guerras, sino que trabaja fuertemente en el terreno psicológico. Cuando tal condición perdura y se consolida en el tiempo, conduce ineludiblemente a la normalización de esta retorcida convivencia política, social y subjetiva.
La guerra que se libra en el plano psicológico, acude a dos mecanismos básicos: la sobreabundancia de información y el bombardeo de imágenes y sonidos. El primero apela a la inhibición del pensamiento crítico-reflexivo y, el segundo, apunta a los temores y deseos.
Aunado a las condiciones reales de subsistencia, medios tradicionales y redes sociales, expresión del espectro político, nos trasladan virtualmente a escenarios de guerra, conformando una base de certeza, en la que todo cuanto hemos leído, oído y visto se constituye en una verdad indubitable.
Asistimos a una explosión incontenible de formas discursivas paralelas, correspondientes a los dos grupos políticos en pugna, que coinciden en tiempo, medios y formas de comunicar. Dos narrativas polarizadas y antagónicas, dos discursos transmediáticos productores de sentido y experiencias simbólicas para cada bando político circulan a través de diferentes medios y plataformas.
La ciudadanía, aparentemente sin derecho a pataleo, está sometida a diferentes manejos bélicos: guerra política, económica, transmediática, simbólica y además la psicológica, de carácter sutil e imperceptible.
Ante ello, se hace necesario construir un nuevo discurso, una nueva narrativa, un nuevo sentido.