El triunfo inesperado de Donald Trump ha generado una conmoción en el campo de los análisis, predicciones y sondeos. Al respecto han surgido diversas explicaciones que pretenden dotar de sentido el asombro, la sorpresa y el temor a lo desconocido. Unas apuntan a la búsqueda de una lógica científico-racional; otras suenan a elucubraciones, expiaciones y hasta exorcismos. En general, acusan la búsqueda afanosa de la consonancia cognitiva.
Fallaron y se derribaron las encuestas, fueron derrotados los conglomerados mediáticos ¿Cómo explicarlo? ¿Representaban medios y encuestadoras intereses, económicos, políticos? ¿Favorecieron, sin querer queriendo la candidatura de Clinton? En el caso de los sondeos, el 90% se equivocó y expertos señalan fallas en el diseño muestral y metodológico; el desprecio al discurso, las promesas y amenazas de Trump; el desconocimiento al contexto político y económico del país. Desde otra perspectiva, se afirma que se desoyó la voz del pueblo y que, además, fueron engañados por el electorado pro Trump, quién -ya sea por desconfianza en las encuestas, ya sea por presión social y temor- ocultó su preferencia en la etapa pre-electoral.
Desde el desprecio, hay quien afirma que ganó aquel que es reflejo de la sociedad que somos "patriarcal, misógina, machista, homofóbica, xenófoba, racista, sexista y fascista". Para otros, el triunfo se interpreta como expresión y consecuencia del proceso de implosión de un sistema en decadencia.
Otras explicaciones se fundamentan en el móvil del electorado que condujo al triunfo y en la estrategia discursiva de Trump, en sintonía con la derecha blanca y los grupos racistas. La bajísima autoestima de una clase media blanca, víctima de un creciente proceso de depauperización, grupo poblacional harto que apuesta a un outsider, quien parece no responder al establishment. Ciudadanos convencidos de que el triunfo de Trump supone el rescate y reconstrucción del modelo de la gran nación elegida por Dios.
Finalmente, hay quien enmarca el análisis del sorpresivo triunfo y la conmoción política de la derrota de Clinton en la era de la política posverdad. Realidad electoral que sobrepasa cualquier explicación racional y expresa la relevancia de la emoción, la creencia, la visceralidad o la superstición en la formación de la opinión pública.