Elogio a Simón Sáez Mérida

Recordar a un personaje de la talla de Sáez Mérida no es una tarea difícil, porque en él se condensa una suma de atributos especiales tanto humanos como pedagógicos de indudable valor y trascendencia que dejaron una huella imborrable en un grupo numeroso de egresados de la vieja escuela de Sociología y Antropología (E.S.A.) de la Universidad Central de Venezuela

Al iniciar este ejercicio, surgen muchos recuerdos en torno a la personalidad carismática del viejo Simón, como le decíamos cariñosamente. Sigue asombrando esa elevada capacidad y condición para combinar intelecto con amor, reflexión con pasión, saber con sabor y ese don maravilloso para comunicar y hacerse entender de una manera tan clara y tan convincente en la materia que le correspondió dictar durante tres décadas: América Latina III, conocida también como Historia de Venezuela.

No deja de sorprender esa capacidad tan amplia para procesar información y esa manera tan particular de hilvanar y asociar dichos contenidos con referentes cotidianos y de fácil comprensión. El arte del buen maestro en pleno y cabal ejercicio. Un dominio absoluto de los temas discutidos con ideas claras y bien puestas. Un archivo vivo de datos, fechas, anécdotas y de ágiles interpretaciones que expresaban nítidamente su condición de intelectual. Sólo un ser enamorado de su oficio y de la vida puede lograr una obra tan acabada como la que esculpía en cada encuentro mañanero, haciéndonos más interesante la travesía académica.

Al inscribirnos en su curso, se comenzaba a experimentar un antes y un después. Ser alumno de Sáez Mérida era orgullo y anhelo de todos; una condición que confería estatus de compromiso, responsabilidad y pasaporte hacia nuevos derroteros. Y al aprobarle la materia una suerte de pre-celebración, que anunciaba la entrada optimista al tramo final de la carrera. Una gran prueba de fuego, una confrontación rigurosa y exigente con los saberes y una invitación al debate abierto al pensamiento crítico y diverso.

Un auténtico maestro que compartía generosamente sus conocimientos y sus dilatadas reflexiones en un estilo dialógico y vivencial por ser, entre otras cosas, protagonista y testigo de excepción de importantes acontecimientos en la vida política de nuestro país, en su condición de dirigente de izquierda, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR, protagonista principal de la insurrección cívico militar conocida como "El Carupanazo" en 1.962 durante el gobierno de Rómulo Betancourt

Por fortuna, los recuerdos no se agotan en las actividades propiamente académicas. Bastaba verlo, cual juglar medieval, minutos antes de empezar sus clases, animando con espontáneas tertulias y congregando a su alrededor, y en cuestión de segundos, a un grupo de estudiantes para disfrutar de sus ocurrencias. Esas conversas improvisadas se las podía dedicar a manera de chanza a algunos de sus colegas profesores, o a determinados hechos del acontecer político nacional. Nadie le era indiferente, para todos había una sonrisa, un comentario, un chiste y hasta una canción. Sorprendía por esa manera tan suya y tan original de crear empatía y conectarse de manera inmediata con la gente. Esa gracia-picardía y esa sencillez tan particular develaban su condición de líder natural, de hombre de pueblo, llano y abierto, oriental para más señas.

No puedo dejar de mencionar un detalle de su condición humana que me cautivó y lo atesoro como un gran aprendizaje pedagógico-afectivo. Lo definiría como una insistente necesidad en reconocer al otro, que se expresaba en muchos casos, en indagar sobre los apellidos de sus estudiantes Después de hacerles varias preguntas, terminaba siendo amigo o conocido de algún familiar cercano de un estudiante, principalmente, los de procedencia oriental para tejer así un mapa de referentes afectivos. Una de las cosas más agradables de esa vieja escuela de finales de los setenta y principio de los ochenta fue la elevada calidad de la relación profesor – alumno, y en eso el Viejo Simón también brilló con luz propia.

Queda en el tintero una ineludible reflexión: siendo Simón Sáez Mérida un genuino maestro, en su agitada y productiva labor como investigador, docente, político y escritor le habrá dedicado un tiempo a escribir y sistematizar su maravillosa experiencia como docente? ¿Habrá reflexionado y auto-explorado ese enorme potencial pedagógico con el que cautivó a muchas generaciones de sociólogos y antropólogos?

Al introducirme en el estudio de la pedagogía crítica latinoamericana y revisar los postulados constructivistas en la educación ―de fuerte influencia en las últimas décadas―, la imagen del maestro Simón reaparece vigorosa para ilustrar con su ejemplo y sus virtudes lo que es y debe ser el ejercicio de la docencia: un acto infinito de amor y compromiso, como lo asomaron en su tiempo ilustres pedagogos venezolanos y latinoamericanos como Simón Rodríguez, Luis Beltrán Prieto, Paulo Freire y muchos otros.

Una pedagogía forjada al margen de la cátedra, de los convencionalismos y de las poses académicas, y una irreverencia creadora para facilitar acertadamente procesos de aprendizaje significativo en contraposición a los esquemas memorísticos que han caracterizado a la educación tradicional.

Al cumplirse un aniversario más de su natalicio (30-10-1928) vayan estas palabras tejidas desde la memoria y los recuerdos anclados desde las aulas y corredores de la Universidad Central de Venezuela, como un gesto de agradecimiento por su pasión y su entrega infinita a la enseñanza y a la re-significación de la historia de Venezuela y por convencernos que la vida intelectual es un desafío apasionante, luminoso y digno de convertirlo en proyecto de vida.



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Nelson Oyarzábal

Antropólogo. Gerente Cultural Profesor Universitario. Articulista

 neloyarz11@hotmail.com

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