En un dos por tres muchas cosas empiezan a cambiar y a transformarse ante la mirada extraña, atónita y curiosa de mucha gente en todas partes del mundo. Es quizás, la primera vez que un evento con tal nivel de alcance y repercusión, coloca en peligro sobrado y extremo a muchos por igual. Es, indudablemente, el rasgo distintivo de esta pandemia: todos los ciudadanos del mundo en mayor o menor medida, amenazados por un mismo mal y arrastrados inexorablemente por circunstancias comunes con un detalle adicional que no se puede perder de vista: la pandemia ha golpeado, con mayor fuerza a las potencias rivales que se disputan el control de los mercados y de la economía mundial. Me refiero por supuesto a China y a EE.UU y en un segundo término a los países europeos industrializados con elevados estándar de calidad de vida y estabilidad económica como Italia, Francia, Inglaterra, Alemania y España en menor medida.
La tortilla se ha volteado al parecer, los principales afectados, los portadores naturales de este letal virus ya no son como en el pasado recién minorías homosexuales, ni negros africanos, ni miembros de grupos étnicos o comunidades marginales apartadas y con elevados niveles de insalubridad y escaso acceso a recursos y servicios. El virus viaja, se instala y se propaga rauda y velozmente en cualquier rincón del planeta sin miramiento ni distinción social alguna, independientemente de ideologías, sistema de creencias, origen de clases y poder adquisitivo, tal como ha quedado ampliamente registrado en la memoria colectiva de la ciudadanía mundial en este tiempos que corren marcados por el miedo, la tristeza, y la desolación.
El mito de la certeza absoluta se desmorona y se hace añicos para abrir las compuertas a la incertidumbre y dejar fluir diversas interrogantes y reflexiones que pueden servir de punto de partida para que se produzcan cambios significativos en el plano ético, ecológico, espiritual, político y cultural por el bien de la desdibujada y maltrecha humanidad. ¿Será posible entonces que europeos, africanos, asiáticos norteamericanos y latinoamericanos podamos reconocernos en nuestras diversidades y diferencias y al menos minimizar el racismo virulento y los prejuicios bactericidas que han prevalecido en los discursos y acciones de la élite mundial en el devenir de la historia? ¿Se podrán establecer nuevas formas de entendimiento, de cooperación internacional y de ayuda mutua entre países, pueblos y comunidades hasta ahora antagónicos o distanciados por barreras e intereses políticos, ideológicos y religiosos?
A una escala menor y cabalgando en la misma interrogante, esta amenaza compartida irrumpe y se presenta como una oportunidad histórica e invalorable para cambiar nuestra manera de sentir y relacionarnos con los otros, con nuestros afectos cercanos con nuestros vecinos, con quienes manifiestan posturas políticas diferentes Un tiempo definitivamente útil para pensar, para reaprender, para construir individual y colectivamente nuevos referentes éticos en comunidad vital y próxima, en conexión planetaria y mundial.
Aprovechemos al máximo la energía luminosa del hogar que nos acoge, como espacio trascendente y vital para fortalecernos, para imaginar nuevas formas de convivencia de resistencia cultural y resiliencia ciudadana, como señal clara y unívoca a los que pretenden conducir al mundo por caminos lúgubres y apocalípticos, a los que intentan desesperadamente ponerle fecha de clausura a la bien preciada humanidad.