En un mundo donde la soledad se convirtió en mi compañera, la pandemia me llevó a un confinamiento voluntario que, con el tiempo, se volvió mi refugio. Antes de este aislamiento, dirigía el cementerio municipal de mi Cabimas, un lugar donde aprendí a enfrentar acertijos y desafíos que pocos se atreverían a resolver. Sin experiencia previa, me vi inmerso en un entorno de incertidumbre, enfrentando mafias y rituales oscuros que amenazaban mi paz.
Renuncié a ese cargo y fui trasladado a la oficina de bienes de la alcaldía, donde el trabajo se convirtió en mi ancla durante la tormenta del COVID-19. A pesar de los síntomas de una extraña gripe, continué hasta el final, incluso cuando el alcalde perdió las elecciones y me tocó gestionar la transición de gobierno.
El confinamiento se volvió mi elección, un día el dolor de la vesícula me hizo pensar en la muerte, pero con dieta y remedios naturales, evité una cirugía que no podía costear. El COVID trajo consigo un torbellino de síntomas que me recordaron las inhumaciones de aquellos que sucumbieron a la neumonía. En medio de este caos, la depresión y la ansiedad se apoderaron de mí, llevándome a una noche oscura del alma.
Con el tiempo, emergí de mi laberinto personal. Aunque sigo confinado, mi perspectiva ha cambiado. Me siento como un adolescente atrapado en el cuerpo de un anciano, con una sabiduría que trasciende el tiempo. Ya no temo a la muerte; estoy preparado para su llegada. Mis emociones han evolucionado, permitiéndome amar y vivir sin amor.
Mi círculo afectivo se ha reducido a cero, pero he encontrado consuelo en el amor imposible de una mujer. Esta experiencia me ha enseñado que, incluso en la soledad, podemos encontrar la fuerza para seguir adelante y descubrir que la vida, con todas sus complejidades, es una película en la que somos los protagonistas de nuestra propia historia.
Edwin Martinez Espinoza.
@edwinviene