Es
cierto que todos los hombres y todas las mujeres solemos ser a menudo
incoherentes, pero gracias a la conciencia humana tendemos hacia la
homogeneidad. Cada persona, en mayor o menor nivel, es dialéctico,
aunque en muchos casos ni siquiera se percate de ello. Incluso, lo
hemos dicho en otras oportunidades, que hasta los animales suelen hacer
sus conclusiones fundamentándose no sólo en el silogismo aristotélico,
sino igualmente en la dialéctica hegeliana. Sin embargo, para la
política, no basta con saberse de memoria las leyes de la lógica de
Aristóteles ni las de la dialéctica de Hegel. Es imprescindible un
conocimiento sociológico para poder tener dominio de la anatomía
general del cuerpo y la misión de cada órgano en particular de la
sociedad. No podrá hacerse nada grandioso o que valga la pena destacar
con tener sólo noción de la función, por ejemplo, del corazón si nada
se tiene de conocimiento sobre la estructura general del organismo
humano, es decir, del cerebro, los músculos, los huesos, las venas, la
sangre, los sentidos, la piel, los pelos, las uñas, los dedos, las
manos, los codos, la lengua, los intestinos, los pies, y resto de
componentes del cuerpo. Es como si un matemático dijera a sus alumnos
que sólo dará clase de división, porque desconoce la suma, la resta y
la multiplicación.
Todo
quien invente en política para falsear la realidad, se golpea la cabeza
contra el muro (medio ambiente) que le rodea, aunque no se de o no
quiera darse cuenta de sus propios hematomas. Si algo tenemos como
realidades inobjetables en el mundo actual, como la vida y la muerte
mismas, son la política, la dialéctica y la sociología. Estas no
trabajan con ficciones, sino con verdades concretas o absolutas. Una
guerra, por ejemplo, es una acción violenta lo mismo para la visión de
un rico que la de un pobre. Si alguno de éstos no la reconoce y la
niega, se convierte en la primera víctima de la violencia por su
ignorancia política o indiferencia sicológica. Los que busquen
pronósticos de hechos concretos, deben acudir a una cita con un
astrólogo, porque para el marxista significa la búsqueda o aceptación
de una orientación en una determinada situación en tiempo y lugar
concretos.
En
verdad no todos, especialmente los cuerdos, son sociólogos por
naturaleza. No es lo mismo condimentar una sopa, cosa que corresponde
exclusivamente a la ley hegeliana del salto cualitativo, que hacer un
análisis de clase para definir un Estado o partido político, cuestión
que compete a la sociología teniendo la dialéctica como una guía
metodológica. Si se confunde la chicha con la limonada, es fácil
incurrir en la pronunciación indiscriminada de un término o un concepto
sin que para nada importe su verdadero significado sociológico,
filosófico, económico, político o histórico. Un burro es asno porque no
es caballo, aunque sea capaz de procrear una mula con una yegua.
En política, tal vez, no exista un término o concepto más corrompido y prostituido que el de dictadura o el de dictador. El
diccionario ilustrado de la Real Academia Española da un concepto
totalmente errado de dictadura como de dictador. Del primero dice que
es un ejercicio sin control del poder absoluto y soberano. Del segundo
sostiene que es una persona que concentra en sí todos los poderes y
abusa de él y de su autoridad.
Dictadura
en política es el ejercicio del poder del Estado por una clase, que
necesita de un gobierno que la represente y sea su intermediario con el
resto de la sociedad. Un jefe de gobierno es el vocero político de la
clase que detenta el poder del Estado, y se ocupa de adelantar las
políticas económicas que se correspondan con los intereses económicos
de la clase que representa. En sociología eso es así y no de otra
manera. Por consiguiente todo gobierno y todo jefe de Estado ejercen la
dictadura de la clase que defiende y por la cual ejecuta sus políticas
de toda naturaleza. No puede ser de otra manera.
Sin
embargo, los politiqueros de oficio, esencialmente los enemigos de la
revolución o del socialismo, suelen tildar a todo gobierno y toda
persona que ejerza la jefatura del mismo como dictadura o dictador sin
detenerse en el significado sociológico que ello implica. Y para el
imperialismo sencillamente basta con la impertinencia perceptiva de su
política pragmática, carente de sociología, para denominar como
dictadura o dictador a todo gobierno y toda persona que no acepten
sumisamente sus designios de pillaje a otras naciones o pueblos. De esa
manera está de moda, incluso ya fastidiosa por su vulgaridad
tendenciosa, acusar a Fidel y Chávez de dictadores inescrupulosos,
enemigos de la democracia, peligrosos desestabilizadores del orden
mundial, creadores de odio contra Estados Unidos, intervencionistas en
los asuntos internos de otras naciones, propiciadores o cómplices del
terrorismo. Incluso se ha llegado al macabro pronunciamiento de que es
necesario matarlos. Mientras tanto jefes de gobierno como los de Arabia
Saudita, Israel, Fox, y otros que han demostrado ser asiduos y
terribles violadores de todos los derechos humanos de sus pueblos, son
el ejemplo más digno de la democracia, de la libertad y de la justicia.