A estas alturas del año que iniciamos, hay múltiples y variados vaticinios sobre la marcha de la economía, de lo político y su incidencia en lo social en nuestro país. Pocas han sido medias tintas: algunos advierten que será el año de la explosión social, otros, que será el año de la superación definitiva de la crisis. Entre ese preludio claro oscuro, se ve empezar la fiesta. La fiesta prometeica electoral, en la cual ya Rosales echó el primer pie.
Apareció en la calle blandiendo las banderas de valores y principios en defensa del pueblo, según él, con la frente en alto. Y es que no podía empezar mejor esta fiesta, derrochadora de discursos salvadores que convierten a políticos auto enterrados, en hombres impolutos, casi principiantes, sin ningún antecedente. Aquí es donde adquiere mayor vigencia la expresión "la política es la sombra que la gran empresa proyecta sobre la sociedad" de John Dewey, el pensador más grande del siglo XX de Norteamérica, cuando se refiere a quienes usan la política para beneficio privado, que son siempre exculpados por el establishment a la vez que los reivindican.
Y precisamente él, Rosales, remozado por el marketing, tal vez se presente como la mejor alternativa para ostentar la presidencia en el dos mil diecinueve, luego de involucrarse en sendas campañas electorales este y el próximo año en las que buscará junto a sus copartidarios que los erigidos dentro de su partido ganen la mayoría de los trofeos en el espectro opositor.
Por eso, en los próximos meses se pone a prueba la conciencia política de la sociedad entera: ¿Cuán politizada está? ¿Será capaz de desmontar la inverosimilitud discursiva de los políticos de oficio? Pero también, y aún más, se pone a prueba el talante de quienes pudieran pretenden el poder político gubernamental amparados en el chavismo, pues tienen el reto de autoevaluar su compromiso con el pueblo, así como su convicción de poder subordinar las pretensiones personalista a un proyecto político colectivo que tiene fundado raigambre en la participación popular, convertida a veces en cliché.
Resulta inaplazable hacer la política de la verdad, de la entrega real a los más necesitados, de la honestidad. Es la mejor manera de desmontar al oponente, mejor que cualquier discurso elegante sacado del mejor manual progresista, o rimbombante que salta de la imaginación de algún líder improvisado "pico de oro", que abundarán en estos tiempos. No hay de otra…