Erróneamente hemos asumido que el fenómeno de la guerra económica comenzó con el gobierno del presidente, Nicolás Maduro, en aquel aciago año 2013 cuando partió hacia su última morada el Comandante, Hugo Chávez. Y aunque ciertamente pudiera parecer que ha sido así, porque es en este período (2013-2016) y lo poco que va de 2017, cuando se han hecho sentir con mayor crudeza los demonios de la escasez, la inflación-especulación y las dificultades financieras, la realidad demanda un examen más agudo.
Entonces nos daremos cuenta que la guerra económica comenzó en 1999 cuando Chávez asumía el poder político con una propuesta revolucionaria, cuyo objetivo fundamental ha sido la transformación profunda de la sociedad. Ése y no otro ha sido el motivo real de esta confrontación a muerte entre dos modelos.
Basta recordar que el detonante del paro patronal de Fedecámaras en 2002 fueron aquellas 47 leyes habilitantes, entre las que figuraba la Ley de Tierras para combatir el obsceno latifundio. Lo demás es historia reciente: un golpe de Estado impulsado por los medios de comunicación privados, los jerarcas de la iglesia católica, las cúpulas empresariales y la vetusta CTV, en connivencia con la nómina ejecutiva de la antigua PDVSA.
Desde entonces el saboteo ha sido permanente, Plaza Altamira y guarimbas mediante, entre los años 2008-2009 se detectó el primer episodio de "bicicleta financiera", cuando poderosos agentes económicos pretendieron aprovechar el descenso del precio del petróleo para perturbar el sistema cambiario.
Lo que estamos viviendo en la actualidad no es más que la continuación de la guerra que hacen las élites. El detalle es que ahora con el bajón que sufrió el crudo en 2016 los ataques han hecho más daño, porque nuestra economía sigue siendo estructuralmente rentista. Pero esta guerra no es de ahorita y tampoco va a terminar pronto. La lucha seguirá siendo de largo aliento. No olvidemos nunca que somos un pueblo de libertadores.