Imaginen esta escena “Es un acto público. Sobre una tarima hace de cuadro de fondo unos personajes sentados detrás de una mesa larga todos viendo al frente y a su derecha cómo el presidente conversa con un mujer nerviosa y mucho más pequeña de estatura vestida con un franelón que no es de su talla, que cubre una blusa de magas largas estampadas; se diría que se vistió bonito para el acto. Él le extiende la mano y le entrega un cheque con un documento y dice –“esto no es habladera de paja compadre, esto es revolución verdadera,… contante y sonante”- y mirando a la cámara se ríe –“sí, porque ahora se han dado la tarea algunos intelectuales de hablar pistoladas, claro, sin hacer nada, sin proponer nada”- La mujer, un poco confusa, mientras tanto saluda a algunas personas del auditorio que no dejan de gritar cosas con furia, vuelve hacia el presidente que sigue su comentario acerca de los intelectuales que no hacen nada y lo escucha atentamente, como a quien dice cosas importantes, pero el mandatario se olvida de la pobre compatriota –nerviosa sin saber qué hacer-, la cual es retirada con amabilidad y despacito de aquella tarima por unos ayudantes. El presidente voltea y se despide de la muchacha con un gesto cualquiera pero sin dejar de hablar sobre el tema de los intelectuales habladores de paja”
¡Es fácil pensar al presidente haciendo sus performances! Hay gente que se dedica a cuidar que eso dé buena impresión en la gente, los llaman “asesores de imagen”, o asesores de identidad (que se corresponda lo que hace con lo que dice; también el discurso con las políticas, pero esa parte se la come el presidente por razones obvias). Yo siempre he pensado que el presidente los tiene pero que tampoco les para mucha bola.
Él es muy soberbio, es lo que se conoce como un tipo engreído, con los humos a la cabeza, atontado por “las mieles del poder” y los halagos. Él es de los que procuran conjurar los defectos de carácter ladrando como los perros que no muerden, contando en voz alta cómo es que no se deja endulzar con halagos, diciendo en tono de confesión lo humilde que es, hacer referencias a sus estudios y conocimientos, y a sus acciones políticas riesgosas, acompañado de la complicidad de muchos que saben que es mentira lo que dice, porque… simplemente ellos tampoco estuvieron ahí (eso se ve mucho en los amigos cuenteros y borrachos que intentan impresionar a otros que escuchan, también borrachos, esperando su turno para mentir con los cuentos propios). Mientras involucras a más gente en tus mentiras es mejor; éstas cobran un efecto de mutarse en verosímiles, y luego en verdades absolutas: ¡nadie quiere pasar por tonto ante la autoridad pública!, ante la opinión pública, muchos jurarían que estuvieron ahí, con el presidente, cuando desarmó a un policía y corrió como loco a dentro del Liceo, o cuando lo encerraron en los sótanos de los Chaguaramos ¿Quién se atreve a decir que no?
El caso es que cuando se tiene la razón, cuando se puede convencer con argumentos, ejemplos; razonar y analizar con otro, raro se apela a falso argumentos, ad verecundiam, de “apelación a la autoridad”, para convencer: se usa la razón, el análisis, el ejemplo, las experiencias de otros, la historia, y una simple lógica argumentativa, silogística, tonta.
Sin embargo, a la gente le satisface tener un presidente héroe, y más aún, que ese héroe te toque alguna vez. Pero otro, que solamente se acerque a ti para discutir lo que tú rumias todos los días con tus compañeros de trabajo, usando sus argumentos, sus ejemplos y nada más, pareciera que no es de mucho agrado para las masas esclavas, golpeadas en su dignidad y en su autoestima. El manual del buen demagogo dice: “Primero debes “ablandarlas” en su dignidad, que pasen trabajo y hambre, atontarlas con promesas y amenazas, y luego les mientes, les echas un cuento donde tú eres el héroe (“humildemente”) de la historia”.
La autoridad de la opinión pública es una “peste emocional” de las masas. Masa que no cuentan con “personas”, ellas son las personas, una especie de mp3, de “archivos comprimidos” que resumen todo lo común y se olvidan de las diferencias, de lo personal, de lo individual; curiosamente como lo ha hecho siempre la sociedad de mercado con los consumidores, el capitalismo con el pueblo “libre y democrático”. Esto mismo lo hace nuestro presidente en cuestión.
Por supuesto, la condición más difícil de conjurar para un esclavo es la esclavitud, para eso tiene que hablar de libertad, gritar libertad, vociferar libertad, porque es difícil eso de vivir sin ella. La otra, es el odio, el resentimiento y el miedo que los arropa. Para esto se apela a la Paz. Una paz que nunca se podrá tener en el alma se trasfigura en Paz del discurso. Uno imagina que el personaje imagina la paz con una alegoría del vengando, o de la venganza: “Un hombre alto relajado, satisfecho, sentado cómodamente un gran mueble acolchado por todos sus fantasmas y enemigos reales; comiendo papas fritas y viendo televisión, peinando los cabellos de una mujercita enamorada sentada a sus pies, con sus dedos rechonchos y puntiagudos”.
Hasta a Juan Vicente Gómez se le han reconocido cualidades humanas importantes: sentido de la justicia para sus colaboradores, para sus enemigos, para los valientes. El general Eleazar López Contreras le tenía respeto, mucho respeto, medido por supuesto desde el racero de su herencia política: fue su sucesor, gracias a la voluntad del dictador. Pero eso vale. López, con todo, no fue un mal presidente; tenía carácter, cuando menos, y fundó el Estado burgués moderno (pregúntele a los historiadores, no a los adecos, que padecen de amnesia voluntaria). De JVG a López hubo un fenómeno de cambio político racional, político de verdad verdad, pensado desde un base real: el hambre y la desnutrición, la mortalidad infantil, el analfabetismo, la malaria y todas las enfermedades endémicas habidas y por haber, la despoblación del país. Eso es espíritu de servicio es, amigo mío, lo que se ha perdido en menos de cuatro años con estos PSUVISTAS. Chávez fue (salvando las diferencias) nuestro López Contreras, pero socialista; y Maduro la restauración del adequismo, o sea, la falsificación adeca del Lopecismo falsificando a Chávez. Todo lo que hizo López como una necesidad para desarrollar al país en su conjunto los adecos lo convirtieron en una oportunidad para emerger como clase política privilegiada, como nuevos ricos, cargando con su ignorancia, su vulgaridad, y con la mentira, la demagogia; adulando a los ricos y pactando con ellos; traicionando y encarcelando a los revolucionarios honestos, y burocratizando la administración pública convirtiéndola en la gran mercado para aprovechadores y oportunistas; eso hicieron los “verdaderos demócratas”. Lo mismo que ahora hace, sin salvar muchas diferencias, el PSUV y la burocracia institucional actual, “verdaderos demócratas” que gobiernan de elección a elección sin gobernar.