El crecimiento exponencial de la guerra económica y cultural reduce el margen de maniobra del presidente Nicolas Maduro para enfrentar tres retos: recuperar los precios del petróleo, diversificar la economía con producción y distribución eficientes y optimizar los mecanismos contra la corrupción. Los problemas se agudizan y todo indica que van a empeorar, sin embargo, el modelo chavista sigue recibiendo apoyo y la oposición minoritaria y honesta no entiende por qué. Y no comprenden porque simplemente el problema no es el modelo, y la mayoría se da cuenta en una sencilla ecuación, existen los productos en la calle y los empresarios siguen ganando mucho dinero. Eso nos deja en una situación no apata para mediocres, que obliga a combatir la corrupción de manera integral, organizada y rápida. La única vía era la Constituyente, por lo menos para abrir el espacio político y jurídico más rápido, desde la ANC se puede crear el marco jurídico, político, disponer de los recursos e incluso dirigir la campaña mediática en dos frentes: propaganda y periodismo de investigación. El factor más delicado para combatir la corrupción es la complicidad, pues siempre hay alguien que sugiere prudencia para no alimentar las filas del enemigo, como si la prudencia y su posterior tolerancia convirtiera en revolucionarios honestos a los corruptos. Esa tolerancia tiene varias aristas, a veces no tocar a los parientes corruptos de funcionarios y la más peligrosa no desprenderse de un potencial golpista. El caso de la ex fiscal Luisa Ortega Díaz y su marido fue el más humillante para el chavismo, y nadie asume las consecuencias de haberle permitido conspirar durante 9 años en el cargo más importante del Ministerio Público, precisamente desde donde se hace justicia contra la corrupción. Otro caso irritante es el caso del militar García Plaza quien hoy lidera otra intentona golpista desde Estados Unidos con el dinero que se robó. Un mecanismo que afecta el combate contra la corrupción es no depurar de mediocres y oportunistas a la revolución. Y esa depuración es una tarea de los partidos políticos, no del gobierno. Reclutar cuadros honestos y preparados obliga atacar el sectarismo y tener mecanismos de seguimiento y control ademas de disciplinarios, para impedir que los mediocres y corruptos sigan ocupando los cargos estratégicos. No puede haber intocables en el partido, ni en sindicatos, ni siquiera en el ámbito cultural donde hasta la flojera conspira. El partido siempre es la primera trinchera de lucha, por lo tanto no se les puede creer cuando digan "sin novedad en el frente".