La verdad, no tengo dinero para comprar tanto ni tan poco. Total, los efectos de la guerra económica contra Venezuela nos afectan a todos los asalariados, a quienes vivimos de nuestro trabajo cotidiano y formamos parte de las inmensas mayorías proletarias.
Pocos pueden acceder a comprar oro, animalitos… bueno, no deberían venderse ni comercializarse la fauna y los dioses… ya como que no están tan caros, porque se ofrecen a granel por calles, campos, templos y casas.
Ahora, cuando me refiero a los tres rubros contenidos en el titular de esta nota de opinión es porque todos ellos forman parte de una misma «esperanza» de egoísta «solución» para el acecho del gran capital contra el pueblo venezolano.
Oro nuestro que no estás en las minas ni en los ríos
La venta de oro, plata, dólares y euros en las céntricas calles de las más grandes ciudades del país, es un fenómeno de vieja data, con su correspondiente reproducción hasta por el mal llamado «primer mundo». En Caracas, el principal centro de tráfico «legal» (¿Legal?) de oro y afines monetarios, lo desmanteló el Comandante Chávez cuando cerró el edificio La Francia, ubicado en la esquina de Las Monjas (actual sede de la Asamblea Nacional Constituyente).
Actualmente hay muchos más, integrados por enormes redes de «compradores» callejeros que funcionan como verdaderas mafias gansteriles, a las que acuden desesperados quienes poseen una cadenita, unos zarcillos o algún anillito que les ayudará a «solventar» alguna carencia inmediata, a cambio de algunos bolívares.
El incremento de ese mercado lleno de ilusiones para los sectores más empobrecidos del pueblo, se observa hoy, asociado con la crisis a la que nos empuja el Imperio del capital y, particularmente, del capital financiero.
Por eso, mi propuesta de desechar la ilusión de que vendiendo la cadenita de oro que le compramos a la niña para su bautizó, nos hará «salir de abajo». Sólo saldremos de abajo luchando y con conciencia de clase. El oro, esa referencia apetecida por el conquistador y por todo el neocoloniaje hasta el presente, no conduce a ninguna parte, sino a que los ricos sean cada vez más ricos y más poquitos, mientras que los proletarios, asalariados y sin más nada que nuestra fuerza de trabajo seamos cada vez más que bastantes y absolutamente depauperados.
La suerte de los animalitos o los animalitos con suerte
La «lotería de los animalitos» no es que acaba de ser inventada como opción lúdica para enriquecer por azar, cada día, a un «limpio». Se trata de uno de los tantos juegos de lotería que posibilita, mediante «pases hipnóticos», alcanzar una seducción masiva de pobres que apuestan a convertirse en ricos, de la noche al día.
En Venezuela, la Lotería de los animalitos debutó en medio de una fuerte crisis económica que se ubicó en el período de finales de la década de los 50 y comienzos de la de los 60, en el siglo pasado. Con las mismas características de hoy, el capital financiero pretendió resolver su caos estructural, haciendo uso de una herramienta ideológica, muy preciada por el feudalismo, cuya producción de bienes materiales siempre necesitó de "dioses" que acompañaran a los dominadores en la tarea de mantener doblegados a los "siervos de la gleba", atados a la tierra que habitaban, sin derechos individuales y sin más garantías legales que las que el amo de los territorios quisiera otorgarles.
De hecho, la ilusión del jugador confía fiduciariamente en que, si gana, puede llegar a multiplicar hasta 30 veces lo que invirtió. Ocho sorteos periódicos parece que ofrecen 38 opciones dibujadas con rostros de animales que de "ganar", les lleva a la posibilidad de tener la "platica" en mano el mismo día cuando el ludópata invirtió la suya.
En la sociedad capitalista, los animalitos no tienen suerte: son "seres de segunda categoría" que, si acaso, pueden servir para conceder "suerte" a sus amos en medio de unas relaciones alienadas que deben contribuir a que la clase de los proletarios se sienta conformes porque tienen por "mercancía" su sudor asalariado por quienes les quitan todo. Por quienes les despojan hasta el derecho a la alimentación, tal como ocurre de manera cada vez más descarada en la Venezuela de hoy, asediada por la guerra económica controlada desde frentes empresariales, oligárquicas, comerciales y de toda la esfera de la circulación que conspira matando de hambre a las grandes mayorías.
Al igual que los ilusos compradores de oro, los jugadores de animalitos, cifran su confianza en agentes metafísicos, en "dioses", en la suerte como esperanza de "salir de abajo" e individualmente llegar a compartir con sus opuestos de clase, los burgueses.
Los dioses a granel andan por las calles
Un tercer factor de engaño, de falsa conciencia, de ideología, entra en el escenario de guerra económica y mediática con el que el gran capital y todos sus aparatos (militar-represivo, político, escolar, mediático y religioso) atacan a países "insubordinados", soberanos, independentista, libertarios y antiimperialistas como Venezuela.
No es de extrañar que ante el debilitamiento y pérdida de credibilidad del catolicismo, de su jerarquía y estructura de hegemonía, aparezcan y proliferen diversas religiones (viejas y nuevas) que predican "salvación" con mentiras hasta inéditas. Cristianos evangélicos, testigos de Jehová, Hare Krishnas, santeros, budistas, acuden como ejércitos de reserva que predican "soluciones individualistas", el egoísmo como llave para entrar por las puertas a cualquier "cielo" que en el más allá hará libres y santificados a quienes hoy sufren el exterminio real en las guerras (del tipo que sean: militares, políticas, económicas, ideológicas, mediáticas).
Ideología -emanada desde el poder del capital- para tratar de aniquilar toda conciencia, todo compromiso de clase, de unidad de lucha colectiva, comunal, organizada. Para confundir y aniquilar a un pueblo, susceptible de sucumbir ante las garras del capital que les asecha, y pretende perpetuarse en el poder dominante que detentan. Dioses a granel, como comprar oro, como jugar al azar de los animalitos, como dejarse vender, como alienarse, como vender la conciencia.
Se trata de no dejarse arrebatar la conciencia, de entender que esta lucha es de clases, que las soluciones no son individuales, que, de verdad verdad: ¡Nos han declarado la guerra! Y ésta anda en su fase de aniquilamiento.