Hoy hace exactamente medio siglo fue la inmortal Noche de las Barricadas en la calle Gay-Lussac de París. Pocas veces y quizá nunca se pueden celebrar 50 años de un acontecimiento histórico vivido. No lo viví en presencia, pero sí a una lejanía entrañable e insomne. El Mayo Francés resumió inspiraciones y deudas que estallaron en aquella feria de irreverencias callejeras, universitarias, obreras, femeninas.
El lúcido charlatán Edward Luttwak en su famoso Manual práctico del golpe de Estado de ese año acertó que la sociedad civil se queda sin provisiones antes que el ejército. Prueba: Mayo del 68.
Mas para mí no es solo politología sino un tema elegíaco y hasta incomprensible. En 1969 vivimos en Venezuela nuestro Mayo Francés, con la Renovación Universitaria, bella, alborozada, brillante, trágica, con 40 estudiantes asesinados, que duró un poco más, pero que padeció el mismo síncope ético cuando su dirigencia casi completa se pasó sin presión de nadie a la amarga y doliente desvergüenza enemiga, cual Generación del 28. Violaron y violan molécula por molécula todo lo que profesaron cuando fueron jóvenes, deslumbrantes y ardientes. Impacientes en la ignominia, no esperaron la vejez. Se volvieron pelmas. En cosa de horas se escurrieron en un alud eclipsado de miseria moral, ensañamiento y traición de todo lo traicionable, empezando por su propio don de gentes, el lujo de su honradez y llevan décadas arrastrándosele a una dirigencia que no les llega en fecundidad ni a las suelas. Pero así resultaron porque, como decía Blacamán, la felicidad no es obligatoria. Me consta cuánto penarán para siempre, pobre gente. "The dream is over," ‘el sueño ha terminado’, cantó John Lennon, amargamente, en 1970.
Podría internarme en una evaluación geopolítica de Mayo del 68, cuando se pusieron de moda el salero y la inteligencia, pero hay mentes más formadas para eso que la mía. Preferí enfocarme en una raíz que me ha afectado anímica y afectivamente porque vi zozobrar a amistades entrañables e irremplazables en ese remolino diabólico, donde aún chapotean con una arrogancia solo comparable con su tristeza. No tienen el talante cableado para entender que aquel amor bonito se recreó y afinó en nuestra Revolución Bolivariana.