"¿Cuánto son 530?" Me preguntó una señora luego de consultar su saldo en un cajero bancario, de inmediato le respondí con ironía de amigo esperando su predecible respuesta: "...Son 530, eso es señora." Y desconcertada aclara: "Nooo, de los viejos". Ocurrencia sencilla que da pie a una reflexión elemental, relativa a los efectos de las medidas económicas en la cotidianidad de la gente en estos días tan azarosos.
Interrogantes similares a la aludida arriba atinentes a las equivalencias entre uno y otro cono monetario, con más frecuencia en las personas de la tercera edad, están a la orden del día en cualquier espacio donde se vende algo, lo cual podría considerarse normal en cualquier sociedad donde se diera abruptamente un salto en su cono monetario como se dio aquí. Solo que con las peculiaridades de nuestra economía, ese acto de abstracción elemental se complejiza cuando ya listo el cálculo, al momento de ir a comprar, ese calculador o calculadora, se enfrenta conque, los bolívares soberanos con lo que compró ayer dos productos, en ese acto solo podría pagar uno, y nuevamente cae en la confusión, y lo peor, en el desconcierto y desesperanza.
Y como abstraer a veces cuesta a muchos, sobre todo si se trata de sustituir un concepto fijo como el del bolívar fuerte que se usó tanto en los últimos años en el afán de entender los persistentes golpes a la economía a doméstica, resulta entonces más fácil, en ese tránsito de reacomodo de conceptos, que cualquier artilugio mental juegue en contra de la gente, incrementando su malestar.
Uno de esos artilugios ha sido utilizado como trampa por la mercadotecnia desde hace muchos años para engañar al consumidor. Se trata de un espejismo denominado "Anclaje al precio más alto". Consiste en presentar dos precios a un mismo producto de distintas marcas, uno de los cuales por lo menos dobla el precio del otro, lo cual lógicamente conmina a comprar el de precio más bajo, que nunca es real, vulgar estrategia de venta. Y la realidad actual, con esto de comprar y recalcular, ha inducido a que los usuario-consumidores se auto aplique ese artilugio. Por ejemplo, cuando alguien ha ido a comprar un 1/4 kg de café y se lo ofrecen en 100 S, relaciona enseguida en el limbo que anda su cabeza, con los 5.000.000 Bf con los que compraba hace poco más de un mes; sin chistar y más bien con regocijo se lleva el café.
A estas alturas, aún no termina de anclar el concepto de bolívar soberano, respecto a su valor de uso, al hecho concreto de comprar algo, que en gran medida es explicable por la inestabilidad de los precios a causa de la hiperinflación inducida, que se seguirá burlando de cualquier "lista de precios acordados", que tal como vamos seguirá su carrera ascendente si solo se pretende detenerla con proclamas bien intencionadas y de buena voluntad, pero que no son consonantes con las precarias y espasmódicas fiscalizaciones a los comercios, en ocasiones mediáticos. Da mucha vergüenza ver en negocios pequeños o grandes, esa lista de precios acordados pegados a las paredes y los dueños cobran lo que les da la gana ante la impotencia del consumidor de no poder denunciar porque no aparece por ninguna parte el ente encargado de atender tal denuncia.
Por otro lado, si bien sabemos que las acciones macroeconómicas y los acuerdos internacionales realizados por gobierno enmarcados en el programa de recuperación, crecimiento y prosperidad económica, por su naturaleza no inciden en la economía doméstica de inmediato, y esto no es explicado oportuna y de manera didáctica, sumado a que por lo antes descrito el pueblo se siente desprotegido en la calle, se seguirá abonando el terreno para que crezca el malestar popular, y de ello tenemos antecedentes de cómo es utilizado tal malestar.
Urgente es, que todos los que tengan funciones de gobierno que no se hayan involucrado aun en el cumplimiento de lo demandado por los programas de protección del pueblo, salgan de sus madrigueras y vayan a las comunidades adonde se les necesita, reinventen y abonen la esperanza.
Aquileo Narváez Martínez