Soy de los que cree, que el mundo será libre, que las cadenas caerán, que la inteligencia del ser humano está dada para conservar sus valores y sus reservas morales y en cualquier momento tendrán que salir y saldrán todas las manifestaciones de solidaridad, fraternidad, convivencialidad, justicia, honestidad para poder encontrar en comunión ese viejo anhelo llamado libertad.
La capacidad de soñar con un mundo distinto y mejor nunca podrán arrebatársela a la historia y a la memoria colectiva de esta América, que sigue perseverando en sus luchas, en sus aspiraciones, en sus esperanzas, en sus sueños por lograr lo que no hemos sido capaces de construir hasta ahora: un continente libre de toda opresión.
Vendrán y ya lo estamos viendo, luchas y combates que poco a poco van señalando el camino o los caminos que la humanidad tendrá que recorrer, en especial América Latina, lo que el angloamericanismo considera su patio trasero. Desde ese patio trasero surgirán nuevas rebeliones, nuevos pensamientos que necesariamente sacudirán la historia, nuestra historia, la que tratan de borrar, ocultar, desaparecer con la complicidad de las rémoras y judas que en tantos años se han paseado por el poder.
El carácter de lo utópico, como elemento ineludible de acompañamiento de nuestra historia - necesaria para la vida humana- es algo que los de arriba, los que se encuentran enquistados en el poder hoy, en este presente, tienden a marginar, arrinconar y rechazar.
Si bien es cierto que para muchos la utopía no se encuentra en el presente, no se puede negar ni la podrán negar en el futuro y cuidado, porque en el cerebro colectivo pareciera que la utopía se encuentra congelada, pero la misma podría despertar en cualquier momento, porque esa utopía siempre ha acompañado a nuestro pueblo a través de su historia y la historia dialécticamente es indivisible de esa utopía.
Nuestra existencia, nuestra condición humana, nuestra capacidad de pensar, reflexionar, analizar, conceptualizar y creer, nos ofrece la oportunidad ontocreadora de poder imaginar, recrear, percibir y suponer una sociedad distinta a la que hemos conocido hasta el presente y de ahí partir y generar la ruptura con la triste historia de la dominación. De esa ruptura construiremos –así lo pienso- un sueño común, acompañados, rejuntados y compartido, lo cual todos de manera inseparable podamos hacernos parte, de allí es donde surgen los susurros de la esperanza, de la rebelión de los saberes y del conocimiento frente al colonialismo alienante que hoy día nos plantea y nos trata de imponer el mundo globalizado.
A los que pensamos de esta manera nos podrán decir soñadores, disociados o cualquier otro calificativo, pero cuando se escribe acerca de sueños y esperanzas, realmente uno se siente vivo y verdaderamente libre, viajando por los caminos de la libertad, la independencia y la emancipación.
Particularmente creo tener amigos que también navegan en la utopía y que más temprano que tarde llegaremos al puerto respectivo. Muchos hemos salido de esa trampa alienante que imponen los de arriba, escapamos de ese otro yo impuesto, inducido. Pudimos encontrar el camino del yo interno, el de la creación, el que nos ha permitido iluminar cada palabra que escribimos equivocada o no, a veces en solitario, otras veces acompañados.
Son muchos años tratando de plantearnos una forma de ser y creer, de enlazar el pensamiento con la palabra sin tratar de encontrar lo perdurable, porque lo perdurable –y lo aprendimos de la dialéctica- no existe. Esto es lo que nos ha permitido creer en la utopía, es un mañana de esperanza y creación, perfilando un futuro transformador. La utopía es la mujer convertida en diosa, que dará a luz un mundo distinto, una sociedad distinta que facilitará el paso de la nueva sociedad donde no existirá ni opresor, ni oprimidos.
O como dice el poeta Mario Benedetti: “Cómo voy a creer / dijo el fulano que el mundo se quedó sin utopías”.